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Brasil, el país del futuro… ¿y del presente?

Angel Melguizo y Alejandro Neut

Economistas del Centro de Desarrollo de la OCDE

Mientras el conjunto de los países OCDE entró en recesión, con el PIB en Estados Unidos cayendo del 2,7% en 2006 al -2,4% en 2009, en varios países emergentes sólo hubo una desesaleración. El crecimiento en China, por ejemplo, sólo se redujo del  11,6 por ciento en 2006 al 8,3 por ciento en 2009. Brasil se cuenta entre estos últimos países que han podido sortear bien la crisis. Sin entrar en recesión (el crecimiento ha sido prácticamente cero en 2009, según las últimas estimaciones), los mercados esperan que ya en 2010 Brasil retome su previa senda por encima del 5% de crecimiento anual. 

 

Este escenario positivo contrasta fuertemente con los dolorosos golpes que Brasil recibió en pasadas crisis internacionales. Destaca la crisis de la década de los ochenta, tras la cual Brasil no sólo cayó en una severa recesión, sino que entró en una dinámica de crecimiento anémico que duró un cuarto de siglo. Ello encaja bien con el dicho popular según el cual Brasil es “el país del futuro, y siempre lo será”. La pregunta hoy es, por tanto, qué hay detrás del buen desempeño actual. Se trata de un nuevo golpe de suerte, y dentro de unos años volveremos a recuperar la expresión. ¿O se trata de buenos fundamentos de la economía brasileña? 

 

Nuestra visión es que la economía e institucionalidad brasileña han mejorado sustancialmente desde 1980. En el último informe Perspectivas Económicas de América Latina 2010 del Centro de Desarrollo de la OCDE se muestra un índice de vulnerabilidad de la política fiscal para varios países latinoamericanos. Según este índice  Brasil pasó de ser el país más vulnerable ante la recesión de 1980 a ser el país más capaz para afrontar la actual crisis. Es cierto que detrás de este fortalecimiento hay parte de suerte, un auge en los precios de las materias primas antes de la crisis que elevó fuertemente los términos de intercambio. Pero otros países también se vieron beneficiados por dichos acontecimientos, y no han tenido tan favorable evolución. Más importantes han sido las buenas prácticas de política fiscal, ahorrando en términos nacionales  y de gobierno, generando así el espacio necesario para contrarrestar la crisis.

 

Esta política no es sólo producto de la voluntad del gobierno de turno, sino que está institucionalizada en el país, sin existir cuestionamientos significativos por ninguna de las dos grandes fuerzas políticas nacionales. Esta institucionalidad también comprende la política monetaria, que ha ganado credibilidad sin atajos ni ataduras (como lo habían sido políticas previas de control de precios o tipos de cambio fijo). Brasil ha demostrado compromiso con un sistema de ‘inflation targeting’, y cosecha ahora los beneficios producto de una mayor credibilidad, lo que facilita una política activa que no caiga en ningún círculo inflacionario de profecías a la postre cumplidas. Una política macroeconómica ordenada y responsable ha estado detrás de los efectos positivos que hoy se observan, como la incipiente emergencia de una sólida clase media. Pero estas políticas solo proveen una condición necesaria, y no suficiente, para sostener un crecimiento elevado de largo plazo. 

 

Brasil sigue siendo una economía dual, que arrastra problemas de desigualdad y pobreza. Una de las medidas de corte estructural que tendría réditos en el largo plazo es la inversión en capital humano, para lo cual se necesita no sólo una inyección de recursos sino también de calidad. Estudios que utilizan los datos ‘Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos’ de la OCDE (PISA; Evaluaciones de pruebas estandarizadas realizadas a muestras de estudiantes de secundaria en varios países dentro y fuera de la OCDE) muestran que no es suficiente gastar más  en las escuelas, sino que es necesario un programa claro y efectivo para mejorar el estándar educativo a escala nacional. Existe un techo en cuanto se puede crecer con una estructura de ingresos muy desigual. China aún tiene mucho camino por delante, pero Brasil está mucho más cerca de dicha frontera. Inversiones en infraestructuras más tradicionales son igualmente necesarias. Esperemos que se aproveche bien el impulso de los Mundiales de Fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, sobre todo en el caso de infraestructuras de transporte.

 

Otro esfuerzo inconcluso y necesario es la reforma al sistema impositivo. Brasil es el país de la región que más impuestos recauda como proporción del PIB, pero esto es a un elevadísimo coste de eficiencia. En particular, el sistema de impuestos indirectos es muy complejo en un país federal con distintos estados compitiendo por recursos. El problema es reconocido por académicos, gobierno y legisladores que han impulsado varias reformas, pero el proceso es lento e incierto. Brasil no debe necesariamente, por tanto, recaudar más, sino recaudar bien y también gastar mejor, como se destaca en la recientemente lanzada Iniciativa de la OCDE para América Latina.

 

Los problemas de una economía dual unida a impuestos complejos generan una economía informal elevada (en torno al 40 por ciento de los trabajadores) que dificulta la puesta en práctica de políticas fiscales efectivas. A su vez, esto nutre ineficiencias que resultan, entre otras cosas, en un alto tipo de interés real. Durante la crisis, los tipos reales han bajado el histórico piso del 10 por ciento anual sin crear presiones inflacionarias, pero saliendo de la crisis éste podrá volver a ser una barrera importante al crédito y la inversión.  Brasil ha podido canalizar a bajo coste flujos de ahorro para la inversión, principalmente a través de su Banco del Desarrollo BNDES. Este sistema fuera de las reglas de mercado puede facilitar el desarrollo de ciertas industrias preseleccionadas, pero dificulta la innovación más espontanea. El desvío de recursos a sectores preestablecidos, unido a importantes recursos naturales por explotar reduce la competitividad internacional de otros sectores con potenciales desconocidos. Éste es un problema es un mundo cada vez mas globalizado en que el comercio internacional es de vital importancia para el desarrollo. 

 

Brasil es un país grande que ha podido crecer en relativa autarquía. Pero ha sido a través del comercio internacional como ha dado significativos saltos hacia el desarrollo, consolidándose como una potencia regional y una voz importante en el ámbito global. Si a ello se une la superación de los retos mencionados, Brasil podría dejar de ser el país del futuro, y ser, por fin, el país del presente.

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