nostalgia del pasado Una parte importante de los berlineses consideran que su construcción fue una decisión acertada

El Muro que separó las conciencias

  • Los alemanes conmemoran el 50 aniversario del inicio de la construcción en Berlín del icono de cemento y alambre de espino que mantuvo a Europa dividida durante casi tres décadas

El golpe fue secreto, imprevisto, veloz: en la madrugada del 13 de agosto de 1961, soldados armados recorrieron Berlín bloqueando calles con barricadas, alambre de púa y columnas de cemento. Así nacía hace 50 años el Muro que dividiría una ciudad y el mundo durante casi tres décadas.

Las fotos tomadas en diversos puntos de Berlín en esa mañana algo nublada de domingo siguen transmitiendo hoy la perplejidad y el pánico de quienes despertaron con una pared frente a la puerta de su casa, separados de familiares, vecinos, lugares de trabajo.

"Fue el día más trágico en la historia de Berlín desde el fin de la Segunda Guerra Mundial", sostuvo el alcalde de la capital alemana, el socialdemócrata Klaus Wowereit. "El Muro fue y sigue siendo símbolo de una política inhumana y dictatorial".

Los testimonios le dan la razón: "Estuve una hora mirando a los que lo construían, sin atreverme a hablarles", recordó Stefan Heyde, hoy de 64 años y entonces símbolo involuntario de la historia, al quedar retratado de niño en una famosa foto mirando la incipiente pared. "Tuve la sensación de que comenzábamos a vivir en una gran prisión".

El Muro de Berlín fue el último eslabón en una cadena de medidas desesperadas para frenar la imparable huida de los habitantes de la República Democrática Alemana.

Desde su fundación en octubre de 1949, más de dos millones y medio de personas habían emigrado buscando un futuro mejor en el oeste. Sólo en 1960, alrededor de 199.000 ciudadanos huyeron a la Alemania occidental. Y casi todos lo hacían pasando por Berlín.

A principios de 1961, el presidente de la RDA y jefe del Partido Socialista Unificado (SED), Walter Ulbricht, acordó un posible "refuerzo de la frontera" hacia la Alemania occidental y hacia Berlín oeste y en marzo pidió "una lucha decidida contra la emigración de la RDA".

Pese a esos indicios, nadie podía imaginar lo que terminó ocurriendo el 13 de agosto. Sobre todo porque apenas dos meses antes, el 15 de junio, Ulbricht lanzó en una conferencia de prensa con medios internacionales una de las frases más famosas en la historia alemana: "Nadie tiene la intención de levantar un muro".

Su construcción empezó en la emblemática calle Bernauer, en pleno centro de la ciudad. Para acelerar el trabajo y ahorrar parte del vallado, en esa zona se tapiaron rápidamente las ventanas de algunos edificios que miraban al Berlín occidental.

En la retina de todos los alemanes quedaron grabadas las imágenes de cómo muchos vecinos se tiraban por las ventanas al vacío, en una alocada carrera contra soldados y albañiles, adivinando que en el oeste les esperaba un porvenir más esperanzador.

Con los años, esas precarias formas de división terminaron en una compleja y mortífera maquinaria infranqueable, formada por un kilométrico bloque de hormigón de 3,6 metros de altura y resguardado por 302 torres de vigilancia, 11.500 soldados, una valla metálica, una cerca de púas, cientos de perros adiestrados y protecciones antitanque.

Los soldados tenían además orden de disparar contra todo el que tratara de fugarse. Al menos 136 personas perdieron la vida, según el Centro de Investigación Histórica de Potsdam, aunque sigue habiendo discusiones sobre la cifra real de víctimas.

Desde la construcción del Muro hasta su caída, el 9 de noviembre de 1989, más de 100.000 personas intentaron huir. Sólo 5.075 lo lograron y al menos 70.000 fueron duramente perseguidas por la Justicia de la RDA.

Lo que sorprende es que medio siglo después de su construcción, tantos lo echen de menos. Según revelan distintas encuestas, casi uno de cada cuatro alemanes querría que siguiera existiendo el Muro de la vergüenza.

Y apenas hay diferencias entre los occidentales y sus hermanos orientales. De acuerdo con el último estudio sobre el tema elaborado por el instituto demoscópico alemán Emnid, el 23% de los habitantes del este y el 24 del oeste creen que su vida mejoraría si siguiera existiendo el Muro. Y llama la atención en una nación que tanto peleó por lograr la libertad, sobre todo si se recuerdan las víctimas mortales que dejó el inexpugnable Muro y las imágenes de aquella noche de noviembre en 1989, cuando martillo en mano, los alemanes de ambas partes lo tiraban abajo junto a la emblemática Puerta de Brandeburgo, abrazándose, llorando y rociándose con champán.

Para el profesor Klaus Schroeder, de la Freie Universität de Berlín, uno de los principales problemas es que algunos alemanes orientales han construido en sus cabezas "una concepto idealizado de la RDA que nunca existió", mientras que sus vecinos occidentales se siguen viendo como los financiadores de la reunificación.

La Ostalgie o nostalgia por todo lo que desapareció para siempre con la disolución de la RDA, ha alcanzado en los últimos años una fuerza impresionante en ciudades como Berlín.

En algunos bares no se sirve Coca-Cola, sino Vita Cola, original de la Alemania comunista, los pepinillos del Spreewald, orgullo de la RDA, se consumen en cantidades ingentes, al igual que la cerveza Radeberger y el cava Rotkäppchen. La ciudad tiene un museo de la RDA, un bar de la Stasi, y ofrece paseos en el mítico coche Trabi.

Mientras el valor más defendido en el oeste es la libertad, en la otra parte, la herencia de la RDA hace que lo primordial siga siendo la igualdad y la seguridad. Y como muchos opinan que ninguno de ellos está garantizado, defienden que un nuevo muro solventaría los problemas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios