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Obama: primer aviso y primer aniversario

  • Fruto de la excelente imagen de Obama, la proyeccion de Estados Unidos en el mundo ha experimentado un cambio de 180 grados

Lluis Bassets

Periodista. Director Adjunto de ‘El País’

La  peor advertencia es la que llega tarde. A pesar de todo, Obama sigue siendo un tipo afortunado. El electorado de Massachussets le ha castigado duramente con la entrega de un escaño senatorial en una elección especial en la que se jugaba la posibilidad de que los republicanos bloquearan cualquier votación en la cámara alta norteamericana. Ha coincidido con el primer aniversario de su toma de posesión, aquella ceremonia que suscitó la emoción del mundo entero, cuando en la histórica mañana gélida washingtoniana del 20 de enero de 2009 por primera vez un afro americano quedaba investido con los poderes de la primera magistratura del país. Y esto es toda una suerte: la mayor parte de los presidentes reciben la primera advertencia a los dos años, cuando se celebran las elecciones de mitad de mandato en las que se renueva la cámara de representantes entera y un tercio del Senado. Suelen ser unas elecciones contra el poder en plaza: la democracia americana significa que el ciudadano puede utilizar el voto para castigar al gobierno y así suele suceder casi sin excepción. 

 

 Obama no ha tenido que esperar al primer martes después del primer lunes de noviembre para recibir el aviso que le obliga al golpe de timón, a revisar sus políticas, su estilo y sus equipos en búsqueda de las cosas que no han funcionado bien hasta ahora. La suerte, que también cuenta en la construcción de las biografías políticas, se la ha proporcionado un año antes. También tiene sus desventajas, por supuesto: este escaño era indispensable para garantizar la aprobación automática de la reforma del sistema de salud, y cualquier otra legislación que ahora los republicanos pueden bloquear gracias al llamado filibusterismo garantizado por el derecho de 41 senadores a aplazar sin fecha cualquier votación. Si el presidente no sabe rectificar a tiempo y en noviembre vuelve a recibir un severo varapalo del electorado, puede encontrarse luego en una encrucijada: o convertirse en un presidente volátil en manos de una mayoría republicana para poder repetir mandato; o convertirse en un presidente resistente y radicalizado, incapaz de conseguir su reelección. Traducido en modelos históricos, ambos: el único mandato de un Carter moralista e ineficaz o los dos de un Clinton progresista y estéril.

 La apuesta de Obama es muy alta y exige dos mandatos con márgenes de maniobra para intentar aplicar su abanico de propuestas. Pero la primera y más urgente es recuperar la economía norteamericana, regresar al crecimiento y a la creación de puestos de trabajo y reducir el déficit colosal, suma del heredado y del propio. Y en las dificultades para hacer visible el horizonte de una nueva prosperidad es donde ha tropezado Obama con el aviso recibido en Massachussets. La inversión política realizada en la reforma del sistema de salud, indiferente para la amplia capa de ciudadanos que cuentan con cobertura sanitaria o que no la desean, es lo que ha enajenado a los votantes independientes con su voto dudoso que se ha decantado esta vez por el candidato republicano. Ha quedado acreditado, además, que ha terminado totalmente la movilización de los jóvenes y de esos ‘swing voters’ que se lanzaron tras su fulgurante campaña. La nueva forma de hacer política que prometía un realineamiento demócrata no ha tenido lugar. 

 

 El varapalo significa un quiebro ciertamente difícil en su presidencia, pero no invalida el balance conseguido, que a pesar de las críticas está ya consolidado. Aunque hay que contar en el haber algunos logros conseguidos incluso antes de poner los pies en la Casa Blanca. El cambio histórico que ha significado Obama empezó el día mismo en que proclamó su candidatura en Springfield, en enero de 2007, cuando era sólo un senador recién elegido de Illinois, y fue creciendo a medida que fue saltando uno detrás de otro todos los obstáculos; primero en las primarias demócratas, luego ya en la elección presidencial, hasta alcanzar la Casa Blanca. La medida más exacta de este cambio la ha recogido la encuesta del Pew Reserach Center (pewresearch.org) justo al culminar su primer año presidencial, en la que ha captado un cambio radical en la percepción que tiene la población afro americana sobre la sociedad americana y el trato que reciben, por primera vez mayoritariamente optimista en casi todos los capítulos en que se la consulta. 

 

 En consonancia con este cambio, y fruto de la excelente imagen de Obama, la proyección de Estados Unidos en el mundo ha experimentado un giro de 180 grados, culminado por la intervención militar en Haití para poner remedio a la catástrofe, que proyecta una imagen benévola de los marines norteamericanos exactamente en las antípodas de todo lo que significaron con Bush en la guerra de Iraq, la cárcel de Guantánamo y las torturas de Abu Ghraib. Un Obama que llegara a la elección presidencial de 2012 con estos éxitos en sus manos sería ya un presidente que pasaría a la historia con una excelente imagen, pero para repetir deberá concentrarse en el frente interior y ofrecer resultados tangibles para la vida diaria de los norteamericanos, el más importante de todos un tipo de crecimiento económico que fabrique nuevos puestos de trabajo. Pero este horizonte no permite pensar en un Obama volcado en cerrar los grandes temas que iban a definir su presidencia internacionalmente: proliferación nuclear, guerras de Iraq y Afganistán, negociaciones entre palestinos e israelíes y contención del peligro nuclear iraní. Después de la primera decepción interior, el segundo año de Obama puede ser así el de la decepción internacional. 

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