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Un escenario de pesadilla

  • Gaza se ha transformado, tras 22 días de asedio, en un inmenso solar plagado de escombros · La artillería arrasó con todo, desde viviendas y fábricas hasta mezquitas

La Franja de Gaza parecía ayer un escenario en el que la peor pesadilla se hubiera convertido en realidad. Sólo seis días después del alto el fuego entre Israel y Hamas, el primer viernes santo musulmán desde el cese de la ofensiva ofrecía una imagen desolada en los territorios palestinos.

Las calles están desiertas. Casi 1.300 muertos (hasta 1.400 según otras fuentes) y 5.000 heridos han vaciado los grandes espacios públicos. No se ven Fuerzas de Seguridad de Hamas -la mayor parte de las víctimas del conflicto pertenecían al grupo radical- ni de otros grupos armados, y entre los escasos vehículos se dejan oír, por sus continuos cláxones, los de las agencias de auxilio que lucen la bandera azul de la ONU. A éstos se suman las ambulancias que se dirigen hacia el hospital de Al Shifa, el mayor de la mancha urbana, atestado ahora de convalecientes.

Los edificios bombardeados en el centro de la ciudad estaban controlados por Hamas. Entre ellos, los de la televisión Al Aqsa, la comisaria Al Abas y los 16 ministerios del Gobierno islamista han sido reducidos a gigantescos amasijos de piedras y cables.

Una excavadora aplanaba ayer el terreno en la vivienda de la calle Al Yala en la que fue localizado, alcanzado y muerto el ministro de Interior de Hamas, Said Siam, junto a uno de sus hermanos, uno de sus hijos y dos milicianos. "Mi casa tembló como un flan y todos nos quedamos helados, sin saber qué hacer". Es el recuerdo que conserva de ese día Shakir Mahmud, que vive con su familia a 300 metros del blanco del ataque, situado en el barrio de Sheij Raiduan.

La destrucción en el núcleo urbano muestra signos de operación quirúrgica, pero adquiere visos de indiscriminada en la periferia. En el este, los muros de la mezquita de Azzadik, en el barrio de Salam, estaban acribillados a balazos. Algo mas arriba, también en la calle Abe Radbo, las casas de tres familias se han transformado en masas de cemento. Los campos de cultivo del entorno están surcados de los agujeros de las bombas, que arrancaron de cuajo muchos árboles frutales.

En el barrio de Yebalia, en el extremo oriental de la ciudad, el panorama es aún mas desolador. Nada queda en esa área, la más cercana a la frontera con Israel y donde los tanques arrasaron en las dos últimas semanas de guerra lo que en la primera había resistido en pie a los continuos bombardeos aéreos israelíes. Restos de viviendas, fabricas, talleres, hangares, tiendas, cisternas y naves industriales se amontonan junto a carcasas de camiones y los cadáveres de cabezas de ganado en avanzado estado de descomposición.

Niños y ancianos en carros tirados por burros rastrean entre los escombros en busca de algo que todavía pueda ser de alguna utilidad, y grupos de hombres se arremolinan en torno a hogueras para protegerse del frío.

"Esto es lo que queda de mi empresa", lamenta Taha Dellul mientras señala con la mirada un informe bloque de hormigón por el que asoma una estructura metálica y sobre el que comparte su desdicha con una docena de antiguos empleados. "Era una fábrica de elementos para la construcción que nos daba para vivir", explica. "Hemos venido aquí porque no sabemos otro sitio adonde ir", agrega Dellul, que ya sólo confía en "la comunidad internacional". "No me fío de Israel, ni de Hamas, ni de Al Fatah. No hacen mas que pelearse entre ellos y no quiero ninguna de las ayudas que nos han prometido", afirma.

A unos 200 metros, tres familias han improvisado un refugio con toallas, alfombras, palos y hierros. "Una noche recibí una llamada por el móvil que me dejó perplejo. Alguien en árabe se identificó como militar israelí y dijo que nos fuéramos porque iban a bombardear nuestras casas", recuerda con cara de incredulidad Helmy Siam. "Nos fuimos de inmediato y horas después lo hicieron", confirma.

Poco después concluía el rezo del mediodía en las mezquitas, aprovechado en la de Al Katiba, la mas popular de la ciudad, por su imán para pedir a los creyentes "paciencia" y "plena confianza" en Dios. "Perseverad en el camino del Profeta, porque si lo hacemos Dios nos ayudará", recomendaba la autoridad religiosa del templo.

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