marruecos El monarca aprovecha el sopor estival para celebrar una votación

Los referendos son para el verano

  • El abultado triunfo de la consulta constitucional convocada por Mohamed VI no se corresponde con un apoyo definitivo de los marroquíes al régimen, sino más bien con la exclusión de gran parte de ellos

Los referendos son para el verano. Es lo que debió pensar el rey Mohamed VI, todopoderoso rector de los destinos del reino magrebí al convocar el pasado día 1 la consulta sobre la nueva Constitución que deberá devolver la tranquilidad al remanso del otro lado del Estrecho.

Fue la primavera de Twitter -aunque las primeras revueltas con virulencia estallaron en el Magreb en pleno invierno, en Túnez y Argelia- la que sacó a los árabes a las calles para gritar desde Agadir hasta Sanaa, desde El Cairo hasta Damasco que ya estaba bien, que es inaceptable, en el mundo de la información y las comunicaciones vertiginosas, que a unos pocos kilómetros al sur del norte de la opulencia una legión de dictadores siguiera escribiendo páginas de despotismo de otro tiempo y envejeciera con viejos uniformes sin inquietarse por nada ni nadie. Hoy, el país vive en el sopor estival, aletargado por un calor sofocante y el arranque del curso coincidirá con la precampaña para las elecciones legislativas, que se celebrarán el 7 de octubre y en las que es más que previsible un cambio de gobierno con la derrota del Istiqlal de Abbas el Fassi. El rey ha logrado ganarse unos meses de descanso.

Marruecos, su régimen, camina entre los imperativos de París y Washington y la seducción del Consejo de Cooperación del Golfo, entre la necesidad de adaptarse a las normas comunitarias para sobrevivir y la llamada oriental del despotismo y la sordera social. Temeroso de que las revueltas estallasen en incidentes masivos, tras meses de protestas continuadas pero nunca masivas -capitaneadas por el movimiento juvenil del 20 de febrero-, Mohamed VI quiso hacer los deberes mejor que nadie y se sacó de la chistera una Carta Magna llamada a quitarle parte de sus ilimitadas atribuciones. Y el 1 de julio, cuando miles de personas cruzaban el Estrecho para pasar las vacaciones en casa, el pueblo marroquí fue a las urnas a votar por casi lo único que podían: un sí masivo. El 98,5% de los votos fueron favorables. La participación no fue menos imponente: 73,6%, la mayor de las consultas celebradas en su reinado.

¿Fue ése el veredicto definitivo del pueblo marroquí, de los ciudadanos del Rif contestatario, del remoto Alto Atlas, del Gran Casablanca y su miseria, del Sahara Occidental, de la lejana Uchda, del batallador Tánger, de la juventud crítica de Rabat? ¿De todos los marroquíes? No. De sólo una parte. Millones de personas viven ajenas al debate sobre la reforma del régimen de Mohamed VI; desconocedores del juego verbal y teórico en torno a conceptos como absolutismo, transición, Carta Otorgada o libertad de culto o conciencia. Una ignorancia que intencionadamente cultiva el régimen desde tiempos de Hassan II. No en vano, los niveles de analfabetismo rozan el 50%. Además, el régimen trató de jugar la baza de que el referéndum sobre la Constitución era un plebiscito sobre el bienintencionado monarca de todos los marroquíes.

No basta, evidentemente, con mostrar el documento de identidad para votar. El censo lo forman 13.451.404 votantes sobre una población en edad de hacerlo de 21.991.295 personas, recuerda el historiador Bernabé López García en un análisis para el Real Instituto Elcano. Esto es, 8.884.347 personas no constan en el censo por diferentes razones: desconocimiento, imposibilidad, pobreza, desinterés hacia la actividad política... Por tanto, sólo el 61,16% estaba llamado a participar. A la vista de las cifras se deduce que las autoridades no se emplearon precisamente en aumentar el censo, que incluso disminuyó. El no profundo a la Constitución -y al régimen- debe buscarse en este casi 40% de marroquíes ausentes del juego político del sistema.

Las dudas sobre la fiabilidad del resultado ante la ausencia de observadores independientes -la oposición, al pedir el boicot, se ausentó- son numerosas. La oposición pronto ironizaba sobre lo "ridículo" del resultado: ningún país desarrollado arroja cifras tales de adhesión a una convocatoria pública como las del referéndum. Dos días después, miles de marroquíes salían a la calle para responder al resultado lanzando las consignas habituales: el fin del absolutismo, la dignidad de un pueblo, el no a una Constitución que consagra los poderes del monarca, el rechazo a las irregularidades de la votación. Las fuerzas del movimiento contestatario, que forman el 20 de febrero y el islamismo místico de Justicia y Caridad así como los salafistas, parecen haber salido intactas del referéndum. El tiempo lo dirá.

El majzén -la Corte y sus tentáculos, los partidos políticos implicados en el juego del sistema- aplauden la audacia del monarca. Todas las grandes fuerzas, incluso los islamistas de Justicia y Desarrollo (PJD), cuyo líder, Abdelila Benkirane, hubo de rectificar sus dudas a las pocas horas tras calificar de "exagerado" el dato de participación al Financial Times. El diario digital Demain, dirigido por Ali Lmrabet, escribía con ironía: "En Marruecos los referendos se ganan siempre a la soviética. Veamos el lado positivo: en palacio, por suerte, hay gente aún que piensa que un 99% de síes era demasiado, pero un 98% es bastante razonable. ¿Quién ha dicho que Marruecos no va por el buen camino?".

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