reino unido Escocia prepara su salida

El secesionismo flemático

  • El Gobierno escocés pone fecha al nuevo Estado: 2016 · Londres exige un debate realista y advierte que sólo Westminster tiene potestad en materia constitucional

El Reino Unido podría tener sus días contados. La unión política de las antiguas naciones de Inglaterra, Escocia, el Principado de Gales e Irlanda del Norte podría pasar a la historia después de 300 años de vida común. El primer ministro de Escocia, jefe del Ejecutivo autónomo desde 2007 y líder del Partido Nacionalista Escocés, Alex Salmond, ha puesto fecha a la secesión del viejo reino del norte: 2016.

Antes, en 2014 -700 años después de la batalla de Bannockburn, victoria contra los ingleses cargada de simbolismo- tiene previsto celebrar un referéndum. Londres se lo toma con su característica flema: demanda que la consulta se haga con todas las cartas bocarriba pero no parece oponerse a la celebración de la misma. ¿Es creíble la amenaza escocesa? ¿Preocupa la independencia al sur del muro de Adriano? ¿Están ambas partes -los unionistas y los secesionistas- demasiado convencidas de ganar la consulta?

Parece poco probable que si, como Westminster exige para que el referéndum cuente con los parabienes legales, la consulta consta de una única pregunta -independencia sí o no- los escoceses opten mayoritariamente por abandonar el Reino Unido. Salmond lo sabe. Y Cameron también. El líder nacionalista, como reveló en Londres a comienzos de mes, pretende formular una segunda cuestión: la de la creación de una suerte de concierto económico que permita a Edimburgo contar con el máximo posible de autonomía fiscal.

Muchos piensan que, ante la dificultad del triunfo en el referéndum, ése es el verdadero objetivo de Salmond. Como era previsible, los tres partidos principales del Reino Unido, conservadores -que sólo cuentan con un diputado en Westminster cosechado en tierras escocesas-, laboristas y liberales han cerrado filas en torno a la unidad del Estado.

El nacionalismo escocés aviva su reivindicación cuando en el conjunto del Reino Unido comienza a cuajar una nueva identidad colectiva que trasciende las antiguas filiaciones étnicas de ingleses, escoceses o galeses y fruto del profundo cosmopolitismo de la isla. Las nuevas generaciones urbanas de origen extranjero se reclaman esencialmente británicas. El irredentismo inglés ha quedado confinado a grupos ultras y racistas, con apoyos en clases medias bajas y populares. Esgrimen la bandera con la cruz de San Jorge.

Un cierto nacionalismo inglés moderado, además, habita entre los votantes tories: entre la burguesía inglesa existe la creencia de que Escocia es un lastre para los bolsillos de los habitantes del sur del muro de Adriano. Denuncian las amplias -e injustas- subvenciones recibidas por el viejo reino céltico. Y que los ingleses han hecho ya demasiados sacrificios para sostener el Estado. Paradójicamente, el recelo hacia Escocia emana de los mayores defensores de la unidad británica. Lo cierto es que, con todo, 300 años de historia compartida, toda una contemporaneidad común, hacen hoy más similar cualquier barrio periférico de Glasgow o de Londres que nunca antes.

Sin embargo, Salmond está convencido de que a Escocia le iría económicamente mejor fuera del Reino Unido. Para ello, explota al máximo las contradicciones respecto a Londres. Si Downing Street protagonizó en diciembre pasado un desencuentro histórico con la Unión Europea a propósito de la elaboración de un nuevo Tratado, Salmond se declara un ferviente europeísta y ya anuncia su solicitud de ingreso en el club comunitario.

Escocia cree que las reservas petrolíferas del Mar del Norte -cuya explotación declina cada año- bastarían para una población de cinco millones de habitantes que, sin embargo, depende de la ayuda de Westminster en numerosas materias. Empezando por el Ejército. O la Jefatura del Estado, que seguiría ostentando la familia real de los Windsor, concesión hecha por Salmond.

El fair play con que Londres ha encajado el anuncio de los planes secesionistas puede sorprender en otros lugares no muy remotos de Europa, como en España, temerosa de que el éxito escocés refuerce al independentismo vasco o catalán. Pero una cosa parece clara: el pragmatismo, tradición británica acendrada -a uno y otro lado del muro- guiará las aún largas negociaciones y discusiones en torno a la cuestión.

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