guerra civil en siria Al no existir cárceles ni ley, los milicianos se toman la justicia por su mano

La traición se paga con muerte

  • Los rebeldes no tienen piedad con los infiltrados del régimen que descubren entre sus filas y, tras torturarles, les asesinan o esperan canjearlos por personas o dinero

Varios rebeldes empujan a Ahmad, de 23 años, con la culata de sus rifles por la espalda para que deje de arrastrar los pies y se dé prisa en esta casa de Rankus (40 kilómetros al norte de Damasco) donde Asad, el jefe de la brigada local, ordena que sea conducido inmediatamente al baño.

El comandante entra sobresaltado al baño y golpea en cuatro ocasiones la cara del muchacho, que comienza a llorar. El león de Rankus, como lo llaman sus hombres, pide a un subordinado un pedazo de manguera de plástico de un metro de largo, lo dobla por la mitad y ordena cerrar la puerta del baño.

Minutos después, un rebelde sale del baño portando toda la ropa del muchacho y la tira al suelo con desprecio, junto a la puerta de la cocina. Los latigazos se suceden. Uno tras otro, acompañados de un largo quejido y de un llanto que va perdiendo fuerza con cada restallido del látigo de plástico. Se escucha a Asad maldiciendo e insultando al soldado.

"Ha intentado vender a Abu Hatab", líder de la unidad guerrillera Aljadra, afirma Mahmud. "Creemos que lo condujo hasta un checkpoint colocado por las tropas del régimen para que lo mataran, pero le ha salido mal la jugada. Hablará, si es listo hablará", sentencia apurando, nervioso, un cigarrillo.

Los golpes y los malos tratos al prisionero duran más de dos horas de manera ininterrumpida. Varios soldados se van turnando para golpear al muchacho mientras lo interrogan. La noche va ganando terreno y los soldados paran a descansar y para el Iftar (ruptura del ayuno en Ramadán).

"¿Qué haríais vosotros en mi lugar?", pregunta Abu Hatab. "En la nueva Siria a los traidores los meteremos en prisión, pero ahora estamos en guerra y no tenemos prisiones. Su final está claro", sentencia el líder guerrillero. "En Siria, a los traidores los matamos. No tienen honor, de hecho no conocen el significado de esa palabra. Sólo los motiva el dinero", afirma colérico Abu Yafar, hermano de Asad y número dos de esta Katiba (unidad de rebeldes).

El joven Ahmad ha estado infiltrado durante más de tres semanas en este grupúsculo pasando información a las milicias del régimen, los servicios secretos y el Ejército sirio, sobre las operaciones que realizaban los rebeldes en la zona de Rankus.

"La pasada noche entró en la habitación de Abu Hatab, rebuscó entre sus cosas y encontró su pasaporte. Dio su nombre verdadero a los servicios secretos del régimen y le ordenaron conducirlo en moto hasta un checkpoint donde cinco soldados lo iban a ejecutar. Es un líder muy importante para el Ejército Sirio Libre y su Katiba es de las más beligerantes en la provincia de Homs, por lo que es una pieza de gran valor", relata Asad.

"Como recompensa le iban a dar 21.000 dólares y lo sacarían de la provincia de Damasco para ponerlo a salvo. Llegó a nosotros hace tres semanas después de haber desertado del ejército regular, lo acogimos como a uno de los nuestros y nos ha traicionado", sentencia.

"No hay más divinidad que Dios, y Mahoma es el mensajero de Dios", susurra una y otra vez el muchacho cuando el látigo golpea su cuerpo. Durante más de una hora el interrogatorio va incrementando el grado de sadismo y las patadas, puñetazos y latigazos prosiguen hasta que el muchacho cae desmayado.

Entre dos rebeldes lo transportan a la cocina, donde han habilitado un pequeño rincón con una manta y un colchón para que pase la noche. Tiene una herida abierta en la ceja y el ojo izquierdo completamente morado e hinchado. Tiene todo el cuerpo marcado por los latigazos. Los dos soldados le atan los pies y le cubren con una manta. Mañana volverá a pasar por el mismo calvario.

"Su padre es un shabiha (miliciano) de Latakia. Tenemos que pensar qué hacer con él; pero no pinta bien", asevera el guerrillero. "Quizás podamos cambiarlo por 50 prisioneros", deja caer Abu Yafar, pero todos son conscientes que el régimen no negociará con los rebeldes y menos ofrecerá a cambio 50 prisioneros.

La única esperanza que les queda es que el padre del muchacho esté dispuesto a pagar por la vida de su hijo. De no ser así, el final parece obvio.

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