Celebración en San Fernando

San Juan Nepomuceno, patrón de Infantería de Marina: Bohemio, prestamista, valiente y santo

  • La Infantería de Marina celebra la fiesta de su patrón San Juan Nepomuceno con un acto castrense en San Fernando

Infantes de marina en un ejercicio en la Base de Rota.

Infantes de marina en un ejercicio en la Base de Rota. / Julio González

Como en la novela de John Le Carré, Calderero, sastre, soldado, espía, San Juan Nepomuceno, es un santo atípico. O sea, aún se discute por qué lo canonizaron. Eso sí, al final, su extrema valentía frente a un cruel déspota le valió la gloria. También, la muerte. Le aviaron por ser discreto hasta las últimas consecuencias.

Por eso, su historia cobra aún mas realce, este jueves 16, cuando la Infantería de Marina española, celebra la festividad de su patrono, en un acto castrense en San Fernando. Más de 2000 profesionales de forman en el patio de armas del Tercio de Armada para realizar un izado solemne de con motivo de la festividad.

Nepomuceno nació hacia 1340 y era checo. ¿Se imaginan? Un santo nacido tras el Telón de Acero, patrón de uno de los más aguerridos y bravos cuerpos de combate de Occidente. Y la OTAN sin saberlo. Debe aceptarse también que, Juan de Pomuk (Jan z Pomuk, en su lengua natal), fue un bohemio de nacimiento. Un hecho incuestionable. Pomuk, su patria chica, se ubica en la región de Bohemia.

Para mayor intriga, sus hagiógrafos narran que fue hijo de "linaje discreto y humilde". Ciertos malvados historiadores atribuyen, empero, tal discreción a que su papá, alcalde de esa aldea, maridó con una hija de judíos conversos. En todo caso, el chico salió católico devoto, muy inteligente, y estudiante avispado.

Su aplicación le valió pronto cargos y canonjías, hasta el punto ser nombrado vicario general en Praga. Un cargo que no le granjeó demasiados admiradores. Se le acusaba de poseer casas en propiedad, de especular con ellas, y de prestar dinero a intereses leoninos. Menos mal que, entre el club de fans del cuestionado vicario, estaba la reina Sofía de Baviera, quien lo hizo su confesor. La infortunada Sofía había casado con esa mala bestia parda que fue Vaclav IV, un déspota al que no se le podía ni toser. Narran que, cierto día, su cocinero no guisó un ave al gusto del monarca y este hizo asar vivo al chef. Con este panorama, Juan de Pomuk, demostró tener redaños. Era el único que se atrevía a discrepar de semejante tirano.

Como el rey era muy suyo, ordenó al vicario que le revelara los secretos de confesionario de su esposa. Juan se negó con un par de narices. Entonces, el sátrapa de Vaclav mandó prenderlo, atarlo y tirarlo al río Moldava, desde lo alto de un puente. La orden fue ejecutada con total éxito y el valiente Nepomuceno alcanzó la gloria del martirio, sin traicionar los secretos de una dama. Todo un caballero, lo cual era infrecuente en aquella época. Los pérfidos historiadores aludidos sostienen, empero, que la ejecución se debió al enfrentamiento entre Juan y el monarca, respecto de a qué papa obedecía cada uno, pues ya había acaecido el cisma de Aviñón y dos pontífices se disputaban el título.

A vueltas con el cargo, en 1731, un ya canonizado San Juan Nepomuceno, es nombrado santo patrón fijo-discontinuo de la Infantería de Marina española. Esa condición sucede porque se constituye el Batallón de Barlovento, de guarnición en Veracruz y fortalezas próximas, aguerrida unidad a la que se adjudican, por decreto, dos patrones. Mientras sus fuerzas se acantonen en la Costa Firme americana, su patrona será la Virgen de Guadalupe. Cuando se encuentren en España, asume el patronazgo el mentado santo checo.

De modo que, desde entonces, San Juan Nepomuceno es el mejor. Por mucho que, durante cierto tiempo, la Armada española se limitó a ningunearlo, ocultándolo a la sombra del venerado manto de la Virgen del Carmen. Tal vez le consideraron un santo políticamente incorrecto, poco digno de festejar, aquellos años.

Pese a todo y para enfado de remilgados, ¡Nepomuceno vive!, y encarna como nadie los valores que blasonan a la Infantería de Marina española: gente dura en la fatiga, brava en el combate, que pelea hasta el fin y respeta la palabra dada. Como prueba, el quinto mandamiento de su decálogo: "Ajustaré mi conducta al respeto de las personas, su dignidad y derechos serán valores que guardaré y exigiré". Acaso eso explique por qué, en ciertos lugares de Bosnia-Herzegovina, escenarios de sus últimas misiones internacionales de pacificación, se les reverencia con auténtica adoración.

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