ENFOQUE EDUCACIÓN

Colegios que anclan al terruño

  • Las últimas escuelas rurales están en la Sierra.Tienen aulas donde se mezclan niños con distintas edades, los maestros son itinerantes y luchan contra la baja natalidad

El maestro Raúl Alcántara se ha hecho en el último trimestre 700 kilómetros para atender a sus alumnos. No ha salido del término de Arcos. Los ha transitado por las vías locales del municipio para ir de un aula a otra de las cuatro que gestiona en distintos diseminados el colegio público rural de la Junta de los Ríos ‘Poeta Julio Mariscal’. Los viajes los ha hecho en su coche particular, llevando en su maletero a modo de escuelita ambulante el material que sus alumnos precisan para la clase de gimnasia o para la de cualquier otra materia. Es una maestro itinerante.

Raúl Alcantara es, también, el director del colegio de la Junta de los Ríos, una de las barriadas rurales de Arcos. Esta escuela rural es la matriz que coordina las cuatro aulas-escuelas antes mencionadas y diseminadas por el término de Arcos para dar respuesta a su población local. Hay escuelas rurales en las barriadas de la Pedrosa, la Perdiz, la Vega de los Molinos y las Abiertas. En algunos casos, a decenas de kilómetros del propio Arcos.

La matriz de la Junta de los Ríos, que las agrupa, podría ser un centro normal como los que abundan en pueblos grandes y en ciudades si no fuera por varios detalles: que el número total de alumnos sumando todas las barriadas es de 37, una ratio muy baja, y que cada escuela tiene niños de distintas edades, desde los tres a los ocho años, que aprenden juntos y a la vez conviven mezclados en el mismo aula. Además, tiene un cuerpo de maestros itinerantes, que se desplazan de un sitio a otro. La escuela más lejana al centro coordinador dista 23 kilómetros. Así, que los docentes que imparten clase en ellas aprovechan los recreos para hacer las itinerancias de una a otras. Toda una hazaña, donde es imprescindible tener coche para ello.

El centro de la Junta de los Ríos es uno de las dos colegios públicos rurales (CPR), que aún coexisten en la provincia de Cádiz. El otro se asienta entre Algodonales y El Gastor (CRIPE) y da cobertura a las Escuelas de la Muela, Madriguera, entre otros. Estos centros luchan por anclar la población al territorio y ofrecer las mismas oportunidades. No es una matemática exacta, pero es casi seguro que cuando se cierra una escuela se le echa la llave del tirón, también, al sitio donde estaba. Muere la escuela y luego todo lo demás: sea el pago, la pedanía, la aldea o el pueblo. Así que la baja natalidad o la voluntad pública por mantener estos servicios serán los que hablen del futuro de estos singulares centros educativos.

“Hace 10 años sumaban estas escuelas rurales de Arcos 100 niños. Hoy son 37. Cada vez la tendencia es tener menos niños, además hay familias que se van por motivos laborales a otros sitios”, cuenta Raúl, el director. A su lado está Fernando Sáez, coordinador del Equipo de Orientación Educativa de Arcos, que apoya a estos centros, quien recuerda que estas escuelas rurales se cerraron en los años 60, pero el empeño de varios docentes, entre ellos Pepe Salas y Salvador Pérez, sedujo a la Delegación Territorial de Educación en Cádiz para reabrirlas entre finales de los 80 y principios de los 90, para fomentar la escolarización de niños que vivían fuera de los núcleos urbanos. Se recuperaron los edificios o se construyeron nuevos. “Además, se puso en marcha el programa preescolar en casa para atender a los pequeños que vivían en pagos o cortijadas perdidas en la Sierra, con caminos casi intransitables. Las familias cedían sus salitas, salones u otras habitaciones del hogar, hasta donde llegaba el docente para dar clase a varios pequeños”, recuerda Fernando, el coordinador de Orientación.

El último de estos puntos de preescolar en casa se cerró hace poco más de tres años en el pago de El Charcón, también en Arcos, casi por falta de nacimientos y también amén del asfaltado. Sí el asfaltado, aunque parezca mentira, ha contribuido a la educación en el mundo rural. Gracias a él el transporte escolar llegó a estos puntos y hoy los chavales que viven en caseríos y campos se pueden desplazar a los colegios.

He dado clase en una venta y en el garaje de una casa. Hasta allí llegaban varios niños, que compartían el aprendizaje. Me llevaba en el coche los lápices, las pinturas… De eso hace ya 20 años. Eran viviendas particulares, en las que estaba la madre, los abuelos, participando casi de todo”. Esto lo rememora también Mercedes, refiriéndose al extinto programa de Infantil en casa. Hoy, ella forma parte de la escuela rural de la Junta de los Ríos, que tiene dos aulas, una de Infantil y otra para la línea de Primaria, hasta los ocho años.

Entramos en la coqueta escuelita rural de la barriada de la Pedrosa, a cuatro kilómetros del centro matriz de la Junta de los Ríos. La única clase la componen tres alumnos de cinco años y dos críos de tres años. Se ve que hacen migas a tenor del énfasis que le ponen al estudio del espacio, la materia que toca para esta jornada. Pepi, su maestra, se considera docente rural por vocación. Lleva 12 años enseñando en el mismo lugar. El aula se construyó hace seis o siete años. Antes era una habitación alquilada en una casa. Fue un cambio enorme. “Trabajamos en un mismo aula con diversos niveles educativos y hay que hacer que todo el alumnado esté integrado a la vez. Los pequeños no se pueden quedar detrás. Los mayores no se pueden aburrir”, confiesa. Los mayores se hacen responsables de los pequeños y estos son como esponjas y se acelera mucho el aprendizaje. Se dan relaciones distintas a una clase con sus iguales, explican los docentes.

También el profesorado que elige estas escuelas rurales lo tiene que tener claro. Son puestos voluntarios que oferta la Junta de Andalucía. Centros, donde algunos no pasan de un ratio de cinco o seis niños comparados con los ‘normales’, con dinámicas distintas que pueden chocar a primera vista, pero que con metodología se asume rápido. Además, ejercen papeles que en centros tradicionales no lo harían. “Tienes que abrir y cerrar la escuela. Aprovechar tu traslado en coche para llevar recursos materiales que necesite el centro como papel, jabón.... Y algo muy evidente es que se establece una relación muy directa con los progenitores. Es muy cercana”, añade el director Raúl Alcántara. Tanto que muchas veces este tipo de escuelas es punto neurálgico de la vida de las gentes del sitio y se convierte en un servicio social más, donde se echa una mano desinteresada para arreglar algún papel o algún problema.

En el debate está si este tipo de escuelas perdurarán en el tiempo si a cuestiones económicos se refiere. Los profesionales que trabajan en estos centros no dudan de que sin estas escuelas, las zonas rurales menos accesibles morirán porque las familias necesitan este servicio. “Desde fuera de la escuela rural, con planteamientos económicos, la gente puede no entender que la administración pueda mantener un aula abierta con 3 ó 4 niños. Pero quizá tenemos que reflexionar que igual esos padres tienen el mismo derecho que los que viven en Sevilla capital, que tienen un colegio cerca de su casa. Y rechazan que su hijo de 3 años tenga que montarse en un transporte durante tres cuartos de hora hasta llegar al colegio del núcleo grande. La Junta hace un esfuerzo por mantener estas aulas y llevar el derecho a la educación los más cerca posible de las familias”, concluye Fernando Sáez.

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