Provincia de Cádiz

Gladiadores con alas

  • La pasión por las peleas de gallos continúa viva en Andalucía, una de las dos comunidades que las permiten En la provincia existen numerosos reñideros

Lorenzo se crió entre gallos de pelea, galgos y caballos. Podría haberse enamorado de la elegancia equina o de ese fenómeno de la velocidad con cuatro patas y aspecto afilado, sin embargo, su pasión recayó en los gladiadores alados. Por eso, cuando la Operación Espolón, llevada a cabo por la Guardia Civil y que acabó con nueve detenidos y denuncias por apuestas ilegales en diferentes puntos de la provincia, puso en el candelero la existencia de reñideros que no cumplían la normativa, lo que más le dolió fue la acusación de maltrato animal. "¿Cómo voy a maltratar a los gallos si son mi pasión?", dice en su peña de Trebujena, la misma donde se exhibe la leyenda que afirma que La raza no se aprende, se lleva en la sangre. Y es cierto que hay sangre, y es cierto que hay raza, pero no lo es menos que esta especie lleva en los genes el combate, la agresividad hacia sus iguales, la dominación del territorio. Lo malo de los gallos es que, de chulitos que son, piensan que el mundo es suyo, de cabo a rabo, se creen que eso de que sólo puede quedar uno es ley suprema y se pasan la vida retando y retando a base de picotazos y espuelazos. Es la ley del más fuerte, la misma que impone la naturaleza desde que el mundo es mundo pero que a la sociedad, tan dada a la doble moral últimamente, le remueve las entrañas.

Lo primero que hay que explicar es que las peleas de gallos son legales únicamente en dos comunidades autónomas españolas: Andalucía y Canarias. En el resto están prohibidas, aunque las hay de manera clandestinas. La Junta de Andalucía permite clubes de peleas de gallos en los que se celebran combates los fines de semana habitualmente, pero está prohibido cobrar la entrada al recinto, apostar, que entren menores y la venta de alcohol. Lorenzo es claro. "Yo no os voy a engañar, aquí intentamos que no haya apuestas, tenemos un letrero bien claro que lo prohibe, pero cómo podemos controlar que dos personas no se apuesten 20, 40, 50 euros durante una pelea. Aquí cada sábado puede haber 80 o 90 personas viendo las peleas", dice.

En el reñidero estamos de nacimiento estos días. El domingo rompieron el cascarón una veintena de polluelos. Aun son demasiado pequeños para pelearse, así que cohabitan en una caja de madera al calor de una lámpara de infrarrojos y rodeados de comederos con alpiste. Cuando van creciendo les sale la raza. A los pocos meses ya hay que separarlos para que no se maten a picotazos, mientras que las gallinas observan impasibles como la naturaleza hace su trabajo. "Si no los separáramos, si no los cuidáramos, los gallos de esta raza se perderían, porque si yo abro las galleras y los dejo solos, se matarían", dice Lorenzo.

En su reñidero puede haber más de medio centenar de gallos de pelea, que durante dos años viven a cuerpo de rey, son alimentados, vacunados, lavados, masajeados y entrenados para mantener una buena forma física. Se les afeita parte del lomo y las patas, para evitar infecciones y para que su aspecto se asemeje más si cabe al de un luchador. Pasados los dos años llega el momento de la verdad. Deben saltar a la arena, en este caso al tapiz verde circular rodeado por una grada con capacidad para 120 personas y pintada con los colores nacionales. Ahí será donde se verá la casta de cada animal. El que es bueno, el que tira los puyazos con puntería, queda para pisar gallinas, un trabajo mucho menos peligroso y más placentero. Se supone que si se les cruza con gallinas de tronío su descendencia será de armas tomar.

Las peleas tienen una duración máxima de 30 minutos, y finaliza cuando uno de los dos gallos se tumba herido. Hay sangre. Por supuesto. A veces una espuela acierta en el sitio más peligroso y el gallo no puede recuperarse, aunque Lorenzo se maravilla de la dureza de estas aves. "He visto gallos que han salido malheridos de una pelea y a los cuatro días estaban perfectos". Para eso se les inyecta antibióticos, se les cura con betadine, se les alimenta con papillas infantiles y hasta se les repara los picos cuando sufren lesiones.

Para ser socio de un club de peleas de gallos hay que pagar una cuota anual, que en el caso del reñidero de Lorenzo en Trebujena asciende a 20 euros. Para entrar a formar parte del mismo hay que tener el aval de dos socios y ser aceptado por el propietario. En la provincia hay multitud de reñideros, sobre todo en la zona de la campiña, "donde hay poca afición a la pesca", como bromea un lugareño que se toma una cervecita en el bar de Lorenzo que sirve como antesala al reñidero propiamente dicho. "Mi negocio es el bar, porque lo de los gallos es una afición que no da dinero". Lorenzo cuenta que algunos reñideros de la zona de Jerez o Sanlúcar incluso gozan de aire acondicionado y calefacción para las galleras, que están habilitadas con puertas de cristal. "Por desgracia yo no puedo llegar a ese nivel, pero me encantaría porque yo amo a estos animales", recuerda.

Y es que Lorenzo pasa buena parte del día pendiente de sus aves, a las que entrena físicamente para que sean capaces de resistir combates largos. A la una es la hora de la comida y Lorenzo se aproxima con el maíz a las galleras, donde suben los decibelios por la proximidad del alimento. Pero no sólo comen maíz. "Por la tarde les echamos fruta troceada, y hay veces que también comen huevo o carne de ternera, productos que tengan muchas proteínas para fortalecerlos".

Para poner en marcha un reñidero es necesario tener unos permisos especiales de la Junta de Andalucía, un código de explotación que se llama, y también hay que contar con licencia municipal.

Durante la mañana que pasamos en el reñidero somos testigos de dos peleas de pocos minutos que nos sirven para hacernos una idea. Antes de echarlos, los gallos son pesados por separado y luego, en el centro del ring, se les repesa a la vez, así los aficionados comprueban que son del mismo tamaño. También se les miden los espolones, que durante la pelea de entrenamiento están protegidos por bolones de cuero. En ningún caso esas espuelas pueden pasar de los 20 centímetros, y si esto ocurre se les corta. "En Sudamérica, donde hay una gran afición, sobre todo en países como México o Venezuela, llegan a colocarles espolones de acero, con lo que los combates duran pocos minutos y casi siempre acaban con un animal muerto. Aquí no hacemos eso".

Una vez pesados, Lorenzo y su hijo sueltan los gallos y comienza una danza violenta de picotazos, aleteos, ataques con las espuelas y golpes para demostrar quién manda. En esta ocasión no ha habido sangre, ningún gallo ha salido herido, pero Lorenzo reconoce que en ocasiones sí que puede morir alguno. "Hay sangre, a veces la hay, claro, no mucha porque son animales pequeños, pero es verdad que hay personas a los que no les gusta. Yo lo respeto, pero esta raza nuestra tiene estas características y lo único que hacemos es intentar mantenerla y mejorarla, porque si no, repito, se matarían entre ellos, se acabaría perdiendo. Creo que a los que nos gusta esta afición también nos tienen que respetar, como a los que les gustan las corridas de toros. ¿No es más cruel criar a los pollos encerrados sin poder moverse durante meses y luego comérnoslos?, ¿o los franceses, que engordan a una oca hasta que le estalla el hígado para hacer paté? Estas aves son cuidadas para pelear porque lo llevan en la sangre. Nosotros no se lo enseñamos". Esta raza, denominada en Sudamérica combatientes españoles, es de las más preciadas. Por alguno de ellos se puede pagar más de 1.500 euros, aunque Lorenzo se resiste a tasarlos. "Es que no se le puede poner precio porque también estás vendiendo un sentimiento, y eso cómo se calcula". Aunque no es su caso, Lorenzo reconoce que hay personas que se dedican a la cría de gallos de pelea para hacer negocio. También está el caso de aves que son propiedad de personas que encargan su cuidado a gente con experiencia como Lorenzo. "Aquí tenemos algunos ejemplares que son de amigos y nosotros los cuidamos".

Una de las quejas que tienen las asociaciones protectoras de animales es que a los gallos de pelea se les mutila cortándoles la cresta. Lorenzo explica que esto se hace para que durante las peleas la cabeza les pese menos, sean más ágiles y además, en caso de lesión, no les entorpezca la visión. Una vez que se les corta la cresta se les trata con antibióticos para que no se les infecte la herida. "También les tratamos con medicamentos para curarles algunas lesiones junto al pico", comenta Lorenzo.

Junto al reñidero propiamente dicho están las galleras y también el lugar de entrenamiento. Uno de los ejercicios consiste en situar al gallo en una cuerda para fortalecer sus patas. Lorenzo también dispone de una cinta para correr. Los gallos, hasta cuatro a la vez, se colocan en el interior de un recinto acristalado, cerrado en su parte delantera y con una abertura estrecha en la posterior para que únicamente pueda entrar la cola. La cinta bajo sus patas va cogiendo una velocidad moderada que obliga a los animales a andar durante unos pocos minutos para fortalecer las extremidades, en un ejercicio que recuerda al que realizan los boxeadores profesionales.

Durante el reportaje, Lorenzo coge en brazos a uno de los gallos para mostrárnoslo bien mientras otro rodea sus pies. A la menor oportunidad salta hacia su rival e intenta picotearlo. "¿Lo habéis visto no?", dice Lorenzo. "Lo llevan dentro, no soportan la cercanía de otro gallo". De hecho, comprobamos que algunas galleras están separadas por ladrillos y los animales aprovechan las aberturas para introducir sus picos e intentar picar al vecino. No puede haber dos gallos en un mismo corral y aquí hay más de 50. Son combatientes españoles, una raza que Lorenzo quiere conservar aunque le cueste más de un disgusto.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios