el drama de las migraciones

Oración militante en la playa de Zahora

  • Un centenar de personas se congrega en la playa de Zahora en solidaridad con los inmigrantes. La convocatoria del Obispado insiste en pedir que actúen los Gobiernos

Un centenar de personas usaron ayer en la playa de Zahora las flores blancas del homenaje funerario y la oración como armas más que civilizadas para lanzar su indignación contenida contra la política migratoria del Gobierno español y de la Unión Europea, a la que consideran culpable de la muerte del niño inmigrante cuyo cuerpo apareció el pasado viernes no allí mismo pero sí muy cerca. La sociedad conmocionada le ha puesto Samuel, pero su verdadera identidad aún está por verificar y habrá que esperar un tiempo sin determinar para dar nombre al triste protagonista de la tragedia, aún sin rostro. 

Samuel era el nombre que ayer los asistentes, convocados por el Obispado de Cádiz a través del Arciprestazgo de Tarifa-Vejer, escribieron en la arena de la playa de Zahora, frente a un mar ligeramente embravecido y bajo un cielo que amenazó lluvia pero que luego despejó conforme avanzaba el mediodía. A esa hora comenzó el acto con los congregados, curas de la diócesis, fieles, vecinos de la zona, el propio alcalde de Barbate, Miguel Molina, integrantes de asociaciones de atención a los migrantes y una veintena de estos, acogidos por el Obispado, formando un círculo en torno al nombre y el recuerdo de quien hemos dado en llamar Samuel.

El director del Secretariado de Migraciones de la diócesis, Gabriel Delgado, leyó un mensaje del obispo Rafael Sornoza, en el que este consideraba la muerte del pequeño inmigrante como "un golpe a nuestra conciencia y a la de toda la sociedad", y recordó que en este primer mes de 2017 ya se contabilizaban casi 4.000 personas llegadas a Europa desde Africa, Asia y Oriente Medio "buscando una vida mejor", lo que no pudieron conseguir los 246 que murieron con sus sueños, ahogados en las aguas del Mediterráneo.

Lo que movía las conciencias ayer era que, como señalaba el obispo y recalcó luego Gabriel Delgado, un tercio de esos muertos eran menores de edad, o digamos niños, que es más verdad. El objetivo de las palabras del obispo, leídas en medio de un clima de gran emoción, era gritar "bien fuerte la palabra que expresa mejor lo que vemos y sentimos; vergüenza". Vergüenza porque "detrás de cada número de fallecidos o desaparecidos hay una persona, una familia, un pueblo, una nación; pero también una hambruna, una guerra, una persecución, una extorsión".

Algunos de los presentes, durante todo el acto y sobre todo en los momentos más emotivos, como aquellos en los que se nombraba a los niños muertos, o cuando los presentes colocaron velas formando las letras del nombre de Samuel, o cuando el grupo de migrantes acogidos se dirigió a la orilla y depositó flores blancas sobre el agua, dejaron escapar sollozos no avergonzados, respondiendo así a la pregunta del Papa Francisco, que recordó el obispo en su mensaje: "¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?... Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de 'sufrir con'..."

Al finalizar el acto, Gabriel Delgado incidió en el hecho de que cuando se habla o se trata del drama de la inmigración, "el rostro de un niño aparecerá siempre" y recordó que ese problema no se da sólo en las víctimas del Estrecho, sino ahora mismo "en los refugiados que están soportando el frío polar" en los campos de Europa. El sacerdote trasladó la responsabilidad, que es sobre todo de los Gobiernos que no saben o no quieren arbitrar medidas para impedir que haya víctimas en este viaje, también a toda la sociedad: "Todos hemos de preguntarnos cómo no somos capaces de hacer algo para acabar con esto", concluyó.

Tras el acto, que algunos cerraron a su manera con un apretón de manos o un abrazo a Delgado y la frase "ha estado muy bonito", el nombre de Samuel fue borrándose poco a poco por las pisadas como lo sería luego por la marea. Es seguro que su memoria no se perderá tan fácilmente, al menos entre los asistentes a la oración de ayer.

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