San Fernando ante el coronavirus y el estado de alarma

"Le pongo el ticket en la bolsa, por si le para la Policía"

  • Tras doce días de confinamiento, La Isla sigue en 'stand by', conversa de balcón a balcón en las barriadas y sale solo para hacer las compras

Dos vecinas, en una barriada de San Fernando, conversan de balcón a balcón durante el confinamiento.

Dos vecinas, en una barriada de San Fernando, conversan de balcón a balcón durante el confinamiento. / Román Ríos (San Fernando)

"Le guardo el ticket en la bolsa... Por si le para la Policía", precisa la encargada de la frutería a uno de los escasos clientes que a primeras horas de la mañana se acerca a comprar al establecimiento de la calle Real. Por la arteria principal de La Isla apenas deambulan unas cuantas personas y prácticamente todas siguen la misma pauta: con sus guantes, su mascarilla más o menos improvisada y las bolsas o el carro de la compra, se manejan con premura y aparente urgencia haciendo los recados. Cuanto menos tiempo se esté en la calle, mejor. 

La patrullas de la Policía circulan con lentitud: "Pare, por favor, ¿Dónde va usted?", pregunta un agente a uno de los ciudadanos que, aparentemente, estaba en la calle sin justificación alguna. La explicación que da le convence. El hombre continúa su marcha apresuradamente y sin mirar atrás. 

Es el duodécimo día del estado alarma y San Fernando, como el resto del país, sigue en un stand by que se acaba de perpetuar por otros quince días, encerrado en su casa, atento a las últimas noticias de la pandemia que ha puesto la vida patas arriba y temblando ante los devastadores efectos que la crisis del Covid-19 tendrá en una frágil economía local que apenas empezaba a dar muestras de recuperación, en el empleo, en los pequeños y grandes comerciantes, en el gremio de la hostelería... Las barajas siguen echadas y lo estarán al menos durante casi 20 días más. Y por las avenidas apenas circula media docena de vehículos. La plaza del Rey sigue desierta y sus terrazas continúan durmiendo a la espera de que pase la pesadilla. En las barriadas, las vecinas hablan de balcón a balcón... 

En el centro de La Isla reina una calma total. Solo las obras que se llevan a cabo en el entorno del Ayuntamiento siguen adelante y de manera bastante discreta, apenas unos cuantos operarios. ¡Cualquiera hubiese dicho hace un mes que San Fernando, en plena primavera ya y en las vísperas del Domingo de Pasión, iba a estar así! Aunque quizá por esa otra tormenta que se presiente en el horizonte, la absoluta tranquilidad que reina en la calle resulta algo pavorosa y amenazadora, la señal inequívoca de que la cosa no va bien. 

San Fernando es una ciudad disciplinada, será cosa de su vínculo militar. Y salvo excepciones acata las normas del confinamiento. La Policía no tiene demasiados problemas para hacer cumplir el estado de alarma. En los supermercados, a primera hora de la mañana, vuelven a verse las colas de todos los días dejando escrupulosamente -eso sí- su metro de distancia entre cliente y cliente. Hay cierta rutina que se ha establecido en medio de lo excepcional pasado el shock inicial que causó el coronavirus. 

En las farmacias, la cosa aparenta estar bastante más tranquila. Ya no se pregunta tanto por guantes, mascarillas y geles hidroalcohólicos que no hay en ninguna parte. "La gente viene por las recetas, por los tratamientos. Pero no creas, hay muchos que vienen por tonterías en lugar de quedarse en casa", confiesa un dependiente algo mosqueado por el hecho de que todavía algunos, a estas alturas, no se lo estén tomando en serio. 

Detallistas del Mercado Central, en sus puestos, con sus guantes y mascarillas. Detallistas del Mercado Central, en sus puestos, con sus guantes y mascarillas.

Detallistas del Mercado Central, en sus puestos, con sus guantes y mascarillas. / Román Ríos (San Fernando)

El Mercado Central se mantiene abierto y los detallistas, también con sus guantes y mascarillas, insisten: "Aquí no falta nada, tenemos de todo...", repite su presidente, Raúl Serván, que invita a los isleños a que hagan sus compras en la plaza de abastos. El estado de alarma también les ha pasado factura. Los mayores, sus clientes habituales, han dejado de acudir al evitar salir a la calle y eso, lógicamente, se ha notado en las ventas. Por eso han optado por impulsar el servicio a domicilio, que algunos puestos ya tenían pero que ahora se ha convertido en una herramienta indispensable, también para atender al colectivo más vulnerable ante el coronavirus. 

"Gracias por estar aquí, por atendernos y que no nos falte de nada", dice una clienta espontáneamente a uno de los fruteros del Mercado Central tras recibir el cambio una vez formalizada la compra. El gesto no sorprende: las emociones están a flor de piel en estos días de inusitada calma e incertidumbre. 

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