Las batallas municipales

Sanlúcar, a por los 500 años a dos velocidades

  • En el punto de partida de la expedición de Magallanes hay una ciudad con dos ciudades dentro, una próspera y otra subterránea

Un vendedor ambulante senegalés posa ante una de las placas de la conmemoración de la primera vuelta al mundo

Un vendedor ambulante senegalés posa ante una de las placas de la conmemoración de la primera vuelta al mundo / Fito Carreto

Hubo cierta sorpresa e indignación cuando un estudio situó a Sanlúcar, una de las poblaciones que más crece en habitantes en la provincia en las dos últimas décadas, como la más pobre de España entre aquellas localidades con más de 50.000 habitantes. El actual vicepresidente de la Junta, Juan Marín, artífice de la construcción del partido Ciudadanos arrancando desde aquí, desde Sanlúcar, me decía tras conocer el estudio: “Cuando yo era teniente de alcalde la contribución la pagaban el 90% de los vecinos incluso en los peores años, había muy poca morosidad. Cuando salgo a cenar con los amigos un fin de semana cuesta encontrar mesa en un restaurante. Si nosotros somos los más pobres, las demás ciudades tienen que ser la gloria”.

Claro, aquella clasificación de la pobreza tenía truco. El estudio se hacía basándose en los datos que los ciudadanos ofrecían a Hacienda sobre sus ingresos. Y sí, parece que no todos en Sanlúcar declaran sus ingresos porque no es ningún secreto que en Sanlúcar, uno de los puntos calientes de entrada de hachís en Europa, hay ingresos inconfesables.

Desde luego si uno va a la plaza del Cabildo, donde se encuentra el popular Balbino y unos cuantos estupendos bares más, donde Juan Marín encuentra problemas los fines de semana para conseguir una mesa, la afirmación sobre la pobreza parece una completa estupidez. Uno sube desde Bajo de Guía, con sus populares restaurantes donde se contempla toda la belleza de la desembocadura con Doñana al fondo, pasea entre palacetes de nobleza mientras se recrea en los preparativos del montaje de la Feria y se adentra en el centro y llega a Balbino. Sin duda, es una de las ciudades más señoriales del sur. Cuánta elegancia. Las terrazas a la hora del aperitivo están llenas de turistas y no turistas consumiendo. Es la San Sebastián o la Santander andaluza. Cuenta con instituciones del renombre de la Sociedad de Carreras de Caballos o Casa Bigote, cuya sola mención se asocia en toda España a la palabra langostino.

En todos los bares lucen orgullosos los azulejos con el recordatorio de que estamos en el lugar de donde partió la expedición de Magallanes para dar la vuelta al mundo. Los manteros, que tan enfadados tienen a los comerciantes, rodean con cordialidad a la parroquia con su mercancía de marcas multinacionales de pega. Forman parte del paisaje. No parecen sufrir el estrés que tienen sus compañeros en otras ciudades por las apariciones policiales, aunque cada verano la policía se lleva unas cuantas equipaciones de fútbol que ellos ofrecen a buen precio. Porque son falsas.

Proponemos a uno de ellos que se fotografíe junto a Magallanes y lo hace de buen grado. Charlamos, nos cuenta que es de Senegal y le elogio su magnífico castellano. Él sonríe y elogia el mío. “Tú también hablas muy bien”. “Ya, yo soy español”. “Yo también, vivo aquí ¿no?”. Nos reímos.

Esta agradable estampa primaveral en la ciudad de las viejas glorias tiene un reverso. Desde el puerto de Bonanza, desde donde partió Magallanes, a la Algaida, bordeando la muerte del Guadalquivir por el que las gomas suben cada cierto tiempo camino de las guarderías de la droga, se pueden observar otras casas ‘señoriales’, algunas de una grandeza kitsch que hace sospechar de su origen. El urbanismo aquí es desordenado, si es que lo podemos llamar así. Aquí situó el escritor jerezano Manuel Barea su novela Vertedero, cuya trama partía del hecho real del apedreamiento por parte de unos vecinos de un helicóptero de Vigilancia Aduanera que quería apresar un alijo. Es el otro Sanlúcar.

Hay muchos otros Sanlúcar. Si uno pregunta a los ecologistas y a los miembros de la plataforma Agua Clara sacarán sin duda el tema de la gestión del agua de Aqualia y la contaminación de la desembocadura, lo que ha generado esta legislatura más de un rifirrafe entre PSOE e IU sobre la sanciones a la concesionaria. La buena noticia es que en 2018 por fin el Gobierno incluyó la nueva estación depuradora en sus presupuestos.

Otra empresa, Emulisan, encargada de la limpieza de la ciudad es la que está en boca de los sanluqueños, que se quejan de lo sucia que está la ciudad. El gobierno local socialista, que ha gobernado en minoría haciendo ejercicios de equilibrista, ha tenido que asumirlo, pero no ha sido hasta principios de este año cuando se ha logrado sacar adelante un incremento de la plantilla para crear más brigadas de barrido a mano.

Este es el tablero, a brochazos, en el que siete candidatos compiten por gobernar una de las ciudades grandes de la provincia, con tres a la izquierda (PSOE, IU y Podemos, nada de confluencias), tres a la derecha (PP, Ciudadanos en su cuna andaluza y Vox)... y el ex guardia civil Antonio Prats.

Prats es el elemento más pintoresco de esta campaña. Su fotografía lucía en el pueblo mucho antes de que empezara la campaña. Una gran valla publicitaria de Prats te saluda al entrar y otra te despide al salir. Prats se presenta por sexta vez a la alcaldía de Sanlúcar. Nunca ha ganado, pero desde que se presentó por primera vez en 1995 con el partido de Pedro Pacheco, el PAP, y luego con los andalucistas, ha gobernado con el PSOE y con el PP. Ha sido delegado provincial de Turismo y ha visitado muchas veces los juzgados. Fue condenado a un año de cárcel y otro de inhabilitación por atentado contra la autoridad en una protesta laboral ante el Ayuntamiento. Por esa causa fue expulsado como concejal en 2009. Ahora está en un partido nuevo, Libres. “Es un cachondo”, me lo describe un camarero de El Cabildo cuando le pregunto por él, como otorgándole la misma categoría de broma que inspira también a sus rivales. Pero quién sabe, Prats es de esos políticos que siempre llama seis veces.

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