Provincia de Cádiz

El agrio recuerdo del miedo

  • Hace doce años, tras el asesinato del concejal sevillano Jiménez Becerril y su mujer, la gaditana Ascensión García, la Policía temía que ETA mirara a la provincia

La acción más impactante realizada nunca por ETA en Andalucía, una de esas acciones que se salía de su fría rutina asesina, se produjo la madrugada del 30 de enero de 1998. José Luis Barrios, entonces un chaval de 24 años, y Mikel Azurmendi esperaron a la puerta del céntrico bar sevillano en el que solían reunirse algunos amigos entre los que se encontraban dirigentes del PP. No tenían órdenes concretas de la cúpula. Bueno, sí, matar. En algún momento, en algún lugar. Fue esa noche. Puro azar. Porque esa noche se dijeron que dispararían al primer concejal del PP que saliera. Salió uno, le siguieron y se les escapó. Sería el siguiente. Fue Alberto Jiménez Becerril, al que reconocieron por las fotos que salían en la prensa local. Decidieron que era una víctima sencilla cuando observaron que se adentraba a pie, en compañía de su esposa, en el laberinto del barrio de Santa Cruz. Azurmendi se adelantó a Barrios, sacó la pistola del interior de su cazadora y disparó en la nuca del concejal. Su mujer, Ascensión García, impactada y rota de dolor se arrodilló junto a su marido y gritó auxilio. Fue Barrios el que tuvo un súbito impulso criminal. Extrajo la pistola y disparó en la cabeza de Ascensión. ¿Por qué? A estas alturas, qué tontería preguntar por qué. Porque estaba allí para matar.

A estos tres niñatos la banda les había dado la denominación de Comando Sevilla. Cuando fueron detenidos, se encontró en su poder documentación con cerca de 400 cargos electos del Partido Popular en Andalucía. Esa documentación consistía en recortes de prensa local. Los nombres de los populares se habían subrayado en rotulador amarillo. Y daba igual de qué tipo de información se tratara. Ya podía ser un concejal que fuera a una exhibición canina o a un encuentro de mayores. A la Policía le llamó la atención la proliferación de periódicos de Cádiz y, por tanto, de concejales de la provincia.

Un concejal de Jerez de aquella época recuerda "que la muerte de Alberto y Ascensión estaba muy cercana y sabíamos que habían matado a Alberto por puro azar y a ella porque sí. Ya no te daba miedo por ti, sino por los tuyos". Lo confesó la propia Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz, al entonces concejal de Nueva Izquierda, Fernando Santiago: "No es por mí, que al fin y al cabo estoy metida en política, es por lo que son capaces de hacer esta gente con tu familia".

Y es que entonces la campaña de ETA estaba centrada en el terror contra los populares, que gobernaban desde el 96. Dentro de su campaña de impacto habían ejecutado en julio de 97 a un joven Miguel Ángel Blanco tras haber creado toda una escenografía del pánico, una sangre fría que aturdió a todo el país, una cuenta atrás macabra que sobrepasaba el recuento asumido de muertes sin sentido. Su monstruosa cercanía atenazaba a los políticos populares gaditanos.

"Nos dieron un cursillo de seguridad personal. Recomendaban que cambiáramos nuestros itinerarios habituales, nos enseñaron a mirar los bajos del coche, a no exponernos como blanco fácil y a proteger a nuestra familia. Fue un periodo terrible que, en un principio, cumplíamos a rajatabla", afirma el concejal que, tanto tiempo después, prefiere preservar su anonimato. Todavía recuerda el sabor del miedo en la boca. El miedo sabe agrio. Sin embargo, el ex ministro Miguel Arias, que también recuerda aquellos años en los que se estableció contravigilancia "de la que nunca me percaté, afirma que "esto, desgraciadamente, es una lotería. Es mejor no obsesionarse".

La teoría dice que ETA jamás atentaría en Cádiz porque no hay ciudad en la que sea más fácil montar una jaula. Esa teoría se puede desmontar en la lejanía y la cercanía del tiempo. El primer crimen de ETA en territorio andaluz, en 1983, entregó un cadáver en la Residencia, a mitad de avenida, el de Jorge Suar, el médico argentino del penal de El Puerto en el que confiaban todos los presos etarras. Al tiempo, ellos fueron los que dieron los datos para su patíbulo. Su viuda, Teresa Decarlini, que sigue viviendo en El Puerto, recordaba cómo Jorge observaba días antes con pesimismo las informaciones del posible desenlace del secuestro del capitán de farmacia Alberto Martín Barrios. Martín Barrios sería asesinado sólo cuatro días después en un zulo de Bilbao. La teoría se desmonta en la cercanía con los sofisticados temporizadores que permiten huir y luego matar.

Ahora la excusa podría ser un Bicentenario o un ministro cántabro que es diputado por Cádiz. Es imposible descifrar motivos en esta escuela de matar al azar. Como murió la gaditana Ascensión García, agachada ante el cuerpo de su marido pidiendo auxilio. Un monolito junto a la Zona Franca recuerda al joven matrimonio. Y recuerda a ETA. Cada vez que uno da la vuelta a esa glorieta uno se acuerda de la maldita ETA.

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