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Éxito de la enseñanza pública en selectividad

Ellos guiaron a un fuera de serie

  • Hablan los profesores de Miguel Gallardo, el alumno del instituto Trafalgar, en Barbate, que consiguió el pleno en selectividad: 14 de 14. Heroicidades y carencias de un centro público

Javier, Carmen, Ana y Sonia, profesoras en el último curso de Miguel en el IES Trafalgar

Javier, Carmen, Ana y Sonia, profesoras en el último curso de Miguel en el IES Trafalgar / Lourdes de Vicente

Es un instituto de aulas ruidosas. Es normal, cada año pasan por aquí más de 800 alumnos. En estas aulas hay muchos alumnos y en los peores años de la crisis la ratio alcanzó los topes. Hubo clases que llegaron a tener 39 chavales. Como para no ser ruidosas. Al fin y al cabo es un instituto público el IES Trafalgar, que ha cumplido medio siglo hace poco. Y se le nota. Está situado en mitad de una calle de casas modestas, con pequeñas ventanas, que desemboca en el pinar de La Breña. Por lo demás, en su laberinto, es acogedor.

De aquí ha salido el mejor estudiante andaluz del año, si lo medimos por las notas de selectividad. El pleno. 14 de 14. Su nombre es Miguel Gallardo, ya lo conocen, se le han hecho muchas entrevistas. Aquí, en el Diario de Cádiz, dijo que no sabía que se pudiera sacar un 14. Otros compañeros suyos tampoco estuvieron mal, estuvieron por encima del 13. El Trafalgar hizo casi pleno. Presentó a 90 a selectividad y aprobaron 89.

Pero no nos deslumbremos.Miguel, que estudió Humanidades, empezó su bachillerato con 40 compañeros. Sólo 10 llegaron al final. Carmen, profesora de historia del Arte, con 30 años en el instituto, un caso no muy habitual en un oficio permanentemente en itinere, ella misma de Barbate, estudiante de este instituto cuando era un instituto joven, lo explica: “Apenas hay ciclos en La Janda (lo que entendemos por Formación Profesional), lo que lleva a los chicos sin perfil de bachillerato a entrar en el bachillerato. Y claro, no llegan. Es un gran problema”.

Si uno se adentra en las carencias de este instituto público, de las que podría hablar cualquier instituto de la zona, se maravilla aún más del éxito de Miguel y sus compañeros. La crisis, cuenta Sonia, profesora de latín y griego, se notó y mucho. Desaparecieron los profesores de apoyo. “Tambien perdimos a profesores nativos”, apunta Ana, profesora de inglés. Al tiempo que los recortes hacían que se se perdieran docentes auxiliares, los chavales que ya no veían en el ladrillo la salida para escapar de los libros poblaron las aulas. En los años de bonanza, los chicos desaparecían a los 16 años, se iban a ganar dinero. Cuando estalló todo no había dinero que ganar y sus padres se quedaron en el paro. Barbate, con la pesca en decadencia, encajó el golpe con especial dureza. El instituto fue el refugio.

En ese estado de cosas, en uno de los peores momentos de la crisis, Miguel entró en primero de la ESO. Era el año 2014. Venía de las escuelas rurales. El padre de Miguel es el operario de mantenimiento del Trafalgar, pero vivía en La Zarzuela, un pequeñísimo asentamiento dentro del término de Tarifa. El propio Miguel lo llama aldea. De allí es su madre. Creció como estudiante en una escuela en la que en el mismo aula había niños de diferentes edades y cuando llegó al instituto se vio desde el primer momento que era alguien disinto. Pero una distinción natural. Miguel no es un alumno de altas capacidades, no es un sobredotado. No es Einstein. “Es un trabajador, una persona con mucho tesón. Si no entiende un texto lo vuelve a leer hasta que lo comprende. Y eso no es lo habitual”.

“Y sus padres. La importancia de los padres es determinante. Ellos le han enseñado el valor del esfuerzo y le han animado a estudiar. Son padres humildes, pero que han sabido inculcarle la relevancia de lo que hacía. Tenía un don y tenía que aprovecharlo”, dice Carmen maravillada, que no recuerda en su larga experiencia como profesora, habiendo tenido muy buenos alumnos, alguien tan especial como Miguel.

¿Cuándo descubre un profesor que tiene delante a un portento? “Desde el minuto uno”, dice Javier, su profesor de Geografía e Historia. Javier es nuevo en el instituto. Interino. Natural de Mérida, se había estrenado en un instituto de Sevilla, “un lugar muy impersonal” , y el pasado verano se estaba buscando la vida en el País Vasco cuando le dijeron que se tenía que venir a Cádiz, no sé sabía si a Barbate o a La Línea. “Claro, uno sabe lo que se dice y venía con algo de preocupación. Se me quitó a los dos días. Es un sitio estupendo y bueno, habiendo de todo, como en cualquier sitio, los chicos son magníficos”.

Pero esa tranquilidad que le dio ver que los clichés son sólo clichés se superó cuando conoció a Miguel y a su grupo. Pensaba que venía a un lugar marginal y, de repente, tenía que gestionar a un grupo de elite. Y Miguel destacaba. “En la primera evaluación le puse un 9,25. El examen era de diez, pero busqué las vueltas para no dárselo. Miguel no dijo nada, fue el resto de la clase la que dijo , hey, qué pasa, qué es lo que está mal en el examen de Miguel”.

Ana incide en la personalidad de Miguel, que sería la contraria a la que podemos tener de un empollón. “Trabajaba mucho, jamás se quejaba de nada, no es soberbio. Ejercía una especie de liderazgo silencioso. Su capacidad incentivaba a sus compañeros, pero también a nosotros. Sobre todo, es una buena persona”.

Sonia lleva una materia que puede parecer complicada. Al fin y al cabo, a quién le interesa el griego y el latín. A la clase de Miguel le interesaba. “Tocaba el timbre y estábamos inmersos en la evolución fonética y seguíamos, como un juego. Era Miguel el que se levantaba y recordaba que se tenía que ir porque tenía que pillar el autobús escolar a La Zarzuela”.

Un grupo de este nivel se recordará durante mucho tiempo en el Trafalgar, pese a que los buenos grupos no son tan raros en este instituto. Pero eso es sólo una parte del trabajo de estos docentes. También lidiarán con niños disruptivos, con tantos que le han dicho a Carmen alguna vez ¿para qué? O, lo que es peor, “maestra, lo que ganas tú en un mes lo gano yo en una noche”. También existe. Pero para unos y otros, los mejores y los peores, en todo Barbate, el éxito de Miguel se ha celebrado como una reivindicación.

Barbate, un pueblo encajonado, que no puede crecer, atrapado entre el Retín militar y La Breña, del que hablan mucho los políticos pero apenas hacen nada, tiene una población joven y una natalidad por encima de la media. Barbate se revuelve contra el mantra de ‘un pueblo sin oportunidades’. “Queremos que los chavales no abandonen, pero sólo contamos con nuestra persuasión, apenas tenemos medios. Hay chicos que se nos van, algunos con buen potencial. Con 800 alumnos sólo tenemos un orientador. Hay una academia de inglés privada que es muy buena y se nota. La mentalidad de los padres no es la de hace veinte años. Quieren que los chicos estudien, se preocupan. Eso antes no era así”, explican Ana y Carmen.

Lo de Miguel no ha sido un milagro. Se ha juntado un chico con un talento natural, unos padres volcados con él y un instituto con un claustro cohesionado, con gente con ganas de sacar adelante a los chicos, a los buenos y a los malos. Son tres elementos que si se alinean hacen que la escuela pública sea competitiva. Y a veces imbatible.

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