Provincia de Cádiz

El 'mito' y las leyendas

  • Retrato de algunos de los más célebres contrabandistas de la provincia. Del fulgurante ascenso y caída de El Chispa al castigo ejemplar a El Marronero pasando por las dos grandes sagas del hachís.

El Chispa. Cuando Motos El Gordito, en los años 90, en Barbate, era el concesionario que más ciclomotores vendía en toda España, el Chispa estaría haciendo la primera comunión. "Yo creo que el único dinero legal que ha ganado en toda su vida El Chispa fue en su primera comunión... y habría que verlo". Cuando el Chispa hizo su primera comunión, en las playas de Barbate se desplegaban los busquimanos, chavales que rastreaban en la playa fardos perdidos. Se llevaban unas 50.000 pesetas a casa por fardo que entregaban a los dueños, a los marroquíes, porque los dueños, antes y ahora, siempre son los marroquíes. El Chispa creció, el más molón y el más rebelde del instituto Torre del Tajo. Empezó pronto haciendo de punto, la escala más baja en una organización de intermediarios del hachís. Su trabajo consistía en apostarse en la comandancia y no soltar al patrulla desde que salía hasta que volviera. Un aguador, vaya. Litrona, scooter a mano, y a esperar. Pero el destino le vino a ver cuando un marroquí con mucho dinero se instaló primero en Guadacorte y, después, en Sotogrande. El marroquí hizo obras de caridad, compró un equipo de fútbol y, como no quería tener el negocio donde tenía la caridad, se fue a explorar por Barbate. En su espíritu de headhunter, el marroquí halló en el Chispa el hombre perfecto para su plan. Igual que había creado de la nada un equipo de fútbol, crearía un grupo, una organización, en la que el Chispa sería su jefe de recursos humanos. Por entonces, el Chispa tenía 22 años y, oficialmente, se dedicaba a arreglar motores en un taller, mientras seguía haciendo de punto. Pero la oferta del marroquí era sumamente atractiva. Tenía que crear un equipo. Y El Chispa, un líder en el instituto, sabía hacerlo. Un gestor de grupos. Reclutó en los gimnasios a chavales tatuados y con músculo. Cuatro gramos y tres pibones por cabeza en fiestas en el lugar de moda de Zahora. El Chispa se hizo el rey, el marroquí tuvo su organización y El Chispa hizo ver por Barbate que había pasado de punto a puntero, que jugaba en las grandes ligas. Seguidor compulsivo de la serie Sin tetas no hay paraíso quiso cambiarse el mote y que le llamaran El Duque, pero lo que consiguió fue que su nuevo mote diera nombre a la operación que acabó con sus huesos en el talego. Poco tiempo. El Chispa fue saliendo y entrando. De nada sirvió desmantelar la organización de barcos de recreo pagada por el marroquí. El Chispa estaba en la edad, aunque su relevo, como en toda organización que se precie, quedó en la familia y su hermano pequeño, Chispas Chico, fue ganando en popularidad. El relevo generacional siempre ha existido en la empresa familiar.

Los Antones. La saga más célebre del hachís de Barbate lleva el nombre de los Antón: Antón Viejo, Antón Hijo y ahora el hijo de Antón. Para Antón siempre trabajaban los mejores, incluidos los mejores pilotos de lanchas, entre ellos uno que los guardias civiles reconocen que ha sido de los pocos capaces de torearles en alguna ocasión en una redada nocturna en plenas aguas del Estrecho. Un miércoles estaba haciendo un porte de hachís con la goma y un sábado estaba en Francia en un campeonato de lanchas rápidas. La penúltima vez que Antón hijo fue atrapado, hace unos meses, era él mismo el que hacía el trabajo sucio, él mismo pilotaba, en compañía de su hijo de 17 años, una goma con 240 kilos de hachís, una menudencia para lo que había sido Antón. Antón, parece, había vuelto a empezar desde abajo, todo un golpe para el mito que en su día se paseaba por el pueblo con un cachorro de león, que con el tiempo parecía haberse serenado y, sin estar a su nombre, había puesto algunos negocios legales. "A ellos, en el fondo, les gusta fanfarronear, que salgan sus nombres, ser conocidos, tienen ese prurito vanidoso. Y lo de los 240 kilos fue un golpe en el orgullo de Antón". El pasado jueves hubo detenciones en su clan acusados de presionar a un agente de la Guardia Civil para que cambiara su declaración en el juicio contra el capo. Al entrar en su casa, en uno de los chalés de los carriles que unen Caños con Zahora, la Guardia Civil vio bajo el cristal de la mesa del salón, junto a la foto de su hijo pequeño paseando el cachorro de león, una página de Diario de Cádiz en la que se hablaba de que Antón estaba ilocalizable. Un homenaje a su propio mito.

Los Cagaleras. El otro punto caliente de entrada de hachís se encuentra en el Guadalquivir y allí también existen sus leyendas. La principal es la del Cagalera, atrapado y eximido en la mítica Operación Pitón, organizada por Garzón emulando las operaciones contra el contrabando gallego que hizo caer a grandes capos como Laureano Oubiña. La Operación Pitón, a principios de los 90, tuvo una menor escala y El Cagalera, antiguo pescador, intermediario con el principal productor de hachís con Marruecos y el mayor distribuidor europeo de la época, no era Oubiña. En todo caso, un Oubiña en pequeñito y con menos estilo. Cagalera tuvo su continuación con su hijo, El Diarrea. El Diarrea ha sido detenido decenas de veces, lo que no debería alimentar su leyenda. Cuantas más veces te cogen, más baja tu caché. Tras varios intentos en que tuvo que tirar el hachís al mar, intentó un más difícil todavía: introducir en lancha la mercancía hasta Sanlúcar la Mayor. Otra vez fue interceptado. Parecía su fin. En 2014 volvía a caer, pero ahora había entrado en el negocio de los que no se mojan, los que roban la droga a los contrabandistas, una actividad que pusieron en funcionamiento hace unos años algunas familias de las Tres Milviviendas de Sevilla y que genera una violencia que no le interesa al negocio y que no gusta a los productores.

El Niño. Entre los más jóvenes el que tiene mejor cartel es Iván Odero, el sanluqueño en quien se fijó Daniel Monzón para hacer su película El Niño. De Odero se dijo que había sido capaz de meter 25.000 kilos de hachís por la autopista del Guadalquivir y ser el que más se arriesgaba porque era el que más arriba llegaba, hasta Isla Mayor. Su leyenda continuaba con que no había ningún piloto de planeadora que cobrara tanto, aunque hay quien lo pone en duda. "Había pilotos mejores y a él le cazaron tres veces". Pero lo cierto es que era bueno en lo suyo, tan bueno que fue creciendo y quiso montar su propia organización para no depender exclusivamente de los portes. Una vez más, conoció a su distribuidor por los contactos en la cárcel. Ahora Iván, con 35 años, ya es mayor para el negocio, tiene una nueva condena, pero el cine ha hecho de él un referente para una nueva generación de contrabandistas del Guadalquivir.

El Marronero. El caso de José Manuel Vázquez Guerrero, el Marronero, es el del contrabandista con peor suerte del 'star system' del hachís. No hizo nada que otros no hicieran. No era ni mejor ni peor, pero en él recayó una sentencia ejemplar de 15 años de cárcel. El pecado de este isleño que tenía su centro de operaciones en Chiclana fue sobornar a un bisoño agente de la Guardia Civil -10.000 euros por hacer la vista gorda, se conocen sobornos bastante mayores- y que se pudiera probar en el juicio.

En el desastroso porte que dio con sus huesos en la cárcel, El Marronero cayó pringado por todo. Fue una operación que la Guardia Civil pone como ejemplo porque fueron capaces de demostrar la entrada de hachís, casi tres toneladas, el blanqueo de dinero y el cohecho. La Justicia no puso ni un solo pero a la actuación y la Fiscalía fue a por todo. El Marronero, que tenía una organización relativamente pequeña, cayó justo cuando quiso hacerse grande.

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