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salud mental

A pastillas con la fatiga pandémica

  • Una primera línea de atención sin suficientes profesionales hace del consumo de tranquilizantes una constante en subida continua

  • Los primeros sondeos muestran que en Andalucía Occidental han aumentado un 30% las solicitudes de atención psicológica

Nuestro país se encuentra entre los principales consumidores de benzodiacepinas, como el Diazepan.

Nuestro país se encuentra entre los principales consumidores de benzodiacepinas, como el Diazepan. / Lourdes de Vicente

Fatiga pandémica. Ese es otro término que desconocíamos hasta hace no mucho y que, de repente, se ha convertido en referente. Además del hartazgo y del incumplimiento de las normativas sanitarias, la fatiga pandémica incluye síntomas como la ansiedad o el insomnio. "Es normal que ante la situación de incertidumbre, encierro y falta de relaciones sociales, se experimenten alteraciones en los estados emocionales –comenta, desde el Departamento de Psicología de la UCA, Manuel García Sedeño–. Sobre todo, si se trata de situaciones sobrevenidas de forma brusca, sin esperarlas, como ha ocurrido con esto. No obstante, aunque se trate de unas reacciones normales, si generan sufrimiento, sensación de falta de control y afectan a nuestra vida normal, impidiéndonos vivir bien se puede calificar como preocupante". 

De hecho, aunque aún no hay datos oficiales al respecto, desde el Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental apuntan que los primeros sondeos señalan en torno a un 30% en el aumento de las peticiones de consultas durante el último año. "Cuando se habla de olas, cada una de ellas encierra otras –explica el presidente de la entidad, Jerónimo Acosta–. El primer golpe de la ola, digamos, es el motivado por la propia enfermedad y aquellos que la han sufrido. Pero luego vienen otras: aquellos enfermos que no han podido ser atendidos; enfermos crónicos que han visto afectado su seguimiento porque no ha habido medios. El último efecto de la ola es la salud mental, que se suele desatender muchísimo. Y esta inercia dura mucho tiempo, mucho más allá del golpe físico. Eso es lo que estamos advirtiendo una y otra vez: la pandemia de salud mental prolongada en población general y específica, sanitarios, enfermos y personas que han perdido poder económico". 

Acosta apunta que, en número menor pero también en relación con la sacudida de la crisis del covid, han aumentando, por ejemplo, las autolesiones o el consumo aislado de sustancias: "Nos están llegando consultas de institutos de la provincia, derivadas de los problemas de ansiedad, insomnio y consumo", indica, sin olvidar escenarios como las situaciones de violencia dentro del hogar, de género y familiar, o “el aislamiento y la soledad en las personas mayores" .

Aunque aún no hay suficientes datos sobre el consumo de hipnóticos y ansiolíticos en 2020, la contabilización referente a 2019 ya marcaba un pico importante en la tendencia. España ocupa siempre los primeros lugares a nivel de consumo de tranquilizantes en la OCDE, y todo apunta que la tendencia del año del covid va a seguir siendo sideral. Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Barcelona y CCOO sobre efectos de la pandemia en la población asalariada muestra que uno de cada cinco (21,5%) participantes había consumido tranquilizantes/sedantes o somníferos durante las últimas semanas. De éstos, más de la mitad (12%) eran nuevos consumidores mientras que, de los que ya consumían antes del inicio de la pandemia, uno de cada tres aumentó la dosis o cambió a un fármaco más fuerte. El consumo total fue superior en mujeres (27,4% frente a 15,9% en hombres), así como el porcentaje de nuevas consumidoras (15,4% frente a 8,8%).

Para García Sedeño, nuestro afán de inmediatez también tiene parte de culpa en esta hipermedicación: "¿Por qué sufrir, por qué esperar, si puedo arreglarlo en un momento? La facilidad de obtener un producto y la opción a cambiar rápido de estado aumenta ese hiperconsumo –desarrolla el especialista–. Creo que la sociedad de hoy ha generado sujetos con baja tolerancia a la frustración. Queremos el refuerzo inmediato y el tener a mano mecanismos que permiten disponer a voluntad de ciertas ‘drogas’ más o menos legales, ayudan a que el consumo aumente". A esto hay que sumar la posibilidad de adquirir medicación, o supuesta medicación, a través de Internet: el mercado negro del mercado blanco. "Mucha gente es incapaz de comprar alimentos, por ejemplo, en una web, pero luego creemos a pies juntillas lo que se nos anuncia".

Se calcula que el consumo de tranquilizantes ha aumentado en torno a un 20% a lo largo de este año

Cualquiera diría que, con esta fluidez de consumo, vamos flotando por el mundo, subidos en la benzodiacepina, felices como nunca, "y no, cada vez hay más demanda, ¿verdad?", señala Acosta. El presidente territorial de los psicólogos menciona datos de hace unos años pero, aun así, significativos: de las personas tratadas por ansiedad, recibían psicofármacos el 60.1%; el 39% no se trataba con nada, y sólo el 0.9% contaba con un tratamiento terapéutico, que era el recomendado. Recurrir únicamente a tranquilizantes para tratar trastornos emocionales es un remedio incompleto. Una pierna mal entablillada.

El propio consejero de Salud y Familias, Jesús Aguirre, declaraba esta semana que la ansiedad, la depresión y la somatización eran las patologías que más habían crecido durante el último año en Andalucía, y alertaba ante la "automedicación" y la importancia de "aleccionar a los profesionales", desde la Administración "para que prescriban fármacos en coordinación con Salud Mental".

Quizá el origen de la desatención a la salud mental sea cultural: el haber sido un país de confesionarios, no de divanes. "Los trastornos emocionales eran algo que ocultar o a lo que se quitaba importancia –explica Acosta–. Puede que por eso las administraciones sanitarias no le hayan prestado suficiente atención. La mitad más o menos de las personas que acuden a Atención Primaria por problemas mentales es por trastornos emocionales, por eso estamos defendiendo que se instaure la figura del psicólogo en AP. Los propios médicos de familia te dicen que no pueden hacer mucho más, en su consulta de diez minutos, que prescribir fármacos". 

Aguirre también ha mencionado en comparencia la importancia de incorporar la figura del psicólogo clínico como "enlace entre médico de familia y servicios sociales, que lleve la coordinación de Atención Primaria y equipos de salud mental". Este año, en la comunidad autónoma, se han sumado 105 profesionales especializados al sistema sanitario andaluz. La incorporación no supone un gran cambio en un problema que parece estructural: en Andalucía, la ratio de psicólogos es de 3.28 por cada 100.000 habitantes. La mitad que en España, donde la cifra es de seis profesionales. Comparado con Europa, con una media de 18 psicólogos por 100.000 habitantes, la proporción es risible.

En Andalucía, la ratio de psicólogos es de 3.28 por 100.000 habitantes; en Europa, de 18 por 100.000 habitantes

 

Para García Señero, el aumento del número de psicólogos en Atención Primaria supondría no sólo un beneficio para la sociedad, sino un ahorro de costes: "Es clave la presencia de la Psicología como la disciplina que conoce los síntomas y sabe tratar en primera línea cualquier tipo de alteración que afecte a la salud mental". 

Acosta también incide en la importancia de la presencia de psicólogos en la AP: "En dos años, tienes amortizado el gasto inicial –asegura–. La presencia de profesionales es necesaria no sólo en ámbito SAS, por decir, sino en escenarios de atención comunitario, donde la psicología es necesaria en el día a día para no patologizar". Los resultados preliminares del ensayo clínico PsicAP, por ejemplo, mostraban que las personas que recibían atención psicológica en Atención Primaria se recuperaban de sus síntomas cuatro veces más que los que no. Para los trastornos de ansiedad, la intervención psicológica era tres veces más eficaz que el tratamiento habitual. En el caso de la depresión, la eficacia es cuatro veces mayor. 

Jerónimo Acosta menciona también el proyecto HUCI para la Humanización de las Unidades de Cuidados Intensivos, puesto en marcha en Castilla La Mancha con el objetivo de atender a "profesionales que se han visto desbordados y los familiares de los pacientes ingresados. Da un poco la medida de la calidad de la asistencia de un país el interesarse en las personas en esa situación". 

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