46 años del peor accidente aéreo de la provincia
  • Chiclana recuerda el siniestro de 1976, un accidente aéreo desconocido por muchos pero que sigue siendo el más grave de la historia de la provincia

Y la rutina se tornó tragedia

El funeral de las once víctimas del accidente aéreo, en la base aérea de La Parra (Jerez), contó con la presencia de las autoridades civiles y militares de la provincia. El funeral de las once víctimas del accidente aéreo, en la base aérea de La Parra (Jerez), contó con la presencia de las autoridades civiles y militares de la provincia.

El funeral de las once víctimas del accidente aéreo, en la base aérea de La Parra (Jerez), contó con la presencia de las autoridades civiles y militares de la provincia. / Hemeroteca

Escrito por

Fran M. Galbarro

Era un vuelo más. Un estafeta militar –como se denomina en el Ejército del Aire a las rutas regulares entre bases aéreas- usual. El comandante había pasado más de 3.500 horas –unos 145 días de su vida- al frente del Douglas DC-4, que despegaba desde Getafe hasta tres veces por semana para llegar a Gando (Gran Canaria). Sólo las familias que comenzaban sus vacaciones en Gran Canaria daban color a un tedioso lunes de agosto de 1976 en el que la rutina castrense se tornó en tragedia.

No había condiciones atmosféricas ni mecánicas para prever lo que finalmente ocurrió: tras sobrevolar el cielo de Cádiz, un motor del avión militar salió ardiendo, obligando a la tripulación a dar media vuelta. El aparato desprendió elementos en llamas a lo largo de 20 kilómetros y, pese a la pericia del piloto, que evitó una tragedia mayor con un aterrizaje forzoso en Chiclana, fallecieron once personas, cuatro de ellos niños. A día de hoy es el accidente aéreo más grave registrado en la provincia de Cádiz.

El Douglas DC-4 aterrizó ardiendo a las 12.09 horas en la zona denominada Corbacho Chico, en la finca Las Laderas. Allí se vivieron escenas dantescas, imposibles de olvidar para testigos y supervivientes. A los incendios en varias fincas, que tardaron horas en ser extinguidos, se sumaron “momentos patéticos en extremo”, según narraba en Diario de Cádiz una de las primeras persona en llegar al lugar: cadáveres calcinados, personas mayores buscando auxilio, heridos que se negaban a ser trasladados en helicóptero al hospital por miedo a volver a volar… Tras el impacto, se desató una ola de solidaridad en los alrededores: decenas de guardias civiles, militares, bomberos, voluntarios y chiclaneros y vejeriegos en general se desplazaron hasta la finca para ayudar a salvar vidas.

Miguel Gilaranz, escritor y documentalista que ha investigado el caso. Miguel Gilaranz, escritor y documentalista que ha investigado el caso.

Miguel Gilaranz, escritor y documentalista que ha investigado el caso. / Jesús Marín

El escritor Miguel Gilaranz, escritor especializado en temas de las Fuerzas Armadas y la Benemérita, buscaba documentación para una novela cuando encontró los informes oficiales de esta tragedia desconocida por muchos. Con motivo de su 46 aniversario, el Cuartel del Mar acogió esta semana un acto de reconocimiento a las víctimas y los héroes del siniestro en el que Giralanz expuso las conclusiones de su investigación y recompuso los detalles de este accidente, así como la destacada actuación de la Guardia Civil.

Getafe - Morón - Canarias... Chiclana

El avión de transporte militar accidentado fue el Douglas DC-4 del Ala núm. 35, que llegó al Ejército del Aire a raíz de la firma del acuerdo de 1953 con EEUU. Acumulaba 40.200 horas de vuelo, realizaba dos o tres trayectos por semana, había pasado la revisión recientemente y estaba previsto que su vida útil se alargara durante muchos años; de hecho, el modelo aún sigue usándose puntualmente en Alaska.

La tripulación, conformada por tres pilotos, dos mecánicos de vuelo y un operador de radio, despegó sin inconvenientes hacia la Base Militar Conjunta de Morón de la Frontera, donde hizo escala para recoger al resto de pasajeros. Tras su paso por el municipio sevillano, el vuelo 352-11 iniciaba su ruta hasta Canarias con 31 personas a bordo entre la tripulación, militares y familiares.

Los problemas comenzaron a los 20 minutos de este segundo despegue. El motor número tres, situado en la parte derecha del avión, salió ardiendo. Ante las dificultades para extinguir el fuego, el comandante Ramón Morell tomó el control de la situación, ordenando el regreso a la península para minimizar el desastre. Pero las malas noticias llegarían una tras otra: en pocos minutos, el motor número cuatro también salió ardiendo. El avión debía regresar con sólo dos motores que el piloto acabaría apagando para evitar que el incendio fuese a más.

Supervivientes y testigos del accidente, en el acto del Cuartel del Mar. Supervivientes y testigos del accidente, en el acto del Cuartel del Mar.

Supervivientes y testigos del accidente, en el acto del Cuartel del Mar.

En esos momentos, la tripulación entabla contacto con la Base Aérea de Jerez, la más cercana, casi a la vista. El objetivo es aterrizar allí, pero todo va a peor: la comunicación por radio se corta y el avión empieza a sufrir los efectos del fuego, con fuertes vibraciones y un descenso cada vez más acuciado. Los pilotos logran nivelar el avión por momentos, pero el motor número 3 explota y cae desde el cielo como una bola de fuego; acabaría apareciendo en la zona de Los Naveros, en Vejer, a ocho kilómetros del lugar del aterrizaje.

Su pérdida y el mal estado del motor número 4 dificultaron la investigación posterior, aunque la principal hipótesis es que el fuego no originó en el motor, lo que impidió activar el sistema de apagado automático para extinguirlo. La mitad de un plano y parte del fuselaje se desprendería en llamas, incendiando varias fincas de la zona. Desde las fincas de Vejer, Conil o Chiclana observaban la deriva del avión ardiendo en el cielo. “Fue horrible, todo el aparato se llenó de humo”, explicaba una superviviente tras el incidente a Diario de Cádiz, mientras preguntaba insistentemente si la prensa sabía algo de su marido. La última vez que lo había visto estaba tirado en el suelo.

Una de las supervivientes del suceso, ingresada en el hospital de San Carlos. Una de las supervivientes del suceso, ingresada en el hospital de San Carlos.

Una de las supervivientes del suceso, ingresada en el hospital de San Carlos. / Jesús Marín

Aterrizaje forzoso

El avión volaba a poco más de 200 km y perdía altura a 30 km por hora cuando el comandante fue consciente de que no podrían llegar a Jerez. De hecho, supo que al ritmo que descendía el aparato sólo tendría una oportunidad para un aterrizaje forzoso: la alternativa elegida sería la zona de Las Laderas, llena de matojos y sin arboleda ni obstáculos a vista de pájaro.

A partir de ahí se vivirían dos situaciones de riesgo que, gracias a la pericia de los tripulantes y las decisiones del comandante, permitieron que el desenlace no fuera aún peor. En el descenso a tierra, los pilotos descubrieron que lo que parecía un terreno plano escondía un montículo con el que estuvieron a punto de estrellarse; sin embargo, una maniobra épica permitió que el aparato lo superara en el último momento por apenas dos metros.

En primer plano, los restos del aparato; al fondo, la loma en la que rozó la cola del avión. En primer plano, los restos del aparato; al fondo, la loma en la que rozó la cola del avión.

En primer plano, los restos del aparato; al fondo, la loma en la que rozó la cola del avión. / Hemeroteca

El Douglas DC-4 empezó a tomar tierra descompensado y con el ala derecha totalmente en llamas, pero el contacto del ala izquierda con el suelo detuvo el aparato y le hizo dar un giro de 180º. Por suerte, la parte superior de la capota salió desprendida y algunos de los tripulantes pudieron escapar de lo que iba a convertirse en pocos segundos en una auténtica ratonera.

El comandante salió a pie para pedir auxilio y coordinar en la medida de lo posible un rescate. Los testigos le reconocieron en unas condiciones físicas pésimas. “Tenía el brazo fracturado en varias partes y la nariz destrozada, hasta el punto de que se le veía la ternilla”, explica Miguel Gilaranz. El brigada mecánico Agustín Gonzalo Ciruelo, que había renunciado a atarse los atalajes para controlar las manecillas del motor, salió muy malherido y acabó falleciendo.

Los restos del avión, tras la extinción del incendio. Los restos del avión, tras la extinción del incendio.

Los restos del avión, tras la extinción del incendio. / Hemeroteca

Intervención

20 de las 31 personas que viajaban lograron salvar la vida, en gran parte gracias a la actuación de la Benemérita, Policía Local y bomberos de los municipios cercanos, que contaron con la colaboración de la ciudadanía que se desplazó hasta el lugar. El Cuartel del Mar reunió esta semana a varios de los protagonistas de esta historia, entre ellos el actual guardia Civil Héctor Suárez, hijo del sargento mecánico Manuel Suárez y uno de los supervivientes del accidente con solo diez años.

El primero en llegar al lugar del siniestro fue el guardia civil Agustín Lucena Butrón, que tenía entonces 22 años de edad. Conocedor de la orografía de la zona, acudió con su moto cuando se enteró de la noticia estando fuera de servicio. Protegido con casco, guantes y botas de motocrós, no dudó en acercarse al avión en llamas y comenzar a socorrer a los heridos pese a que la munición de las armas de los militares que viajaban en el vuelo comenzó a detonar a causa del fuego.

Por su actuación benemérita fue condecorado el 8 de octubre de 1976 con la Medalla al Mérito Aeronáutico con distintivo blanco, al igual que el también agente José Morán. “El avión venía soltando fuego desde Conil y salió todo ardiendo. Cuando fueron trasladados al hospital los ocupantes del avión nos fuimos a apagar el fuego… y estuvimos hasta el día siguiente”, recuerda Morán, que acudió desde el cuartel con su mono de mecánico. La extensión del fuego hizo necesaria la intervención de los servicios contra incendios de la Marina de Guerra de la base naval de Rota.

El guardia civil José Morán fue uno de los agentes que intervino en la zona del accidente. El guardia civil José Morán fue uno de los agentes que intervino en la zona del accidente.

El guardia civil José Morán fue uno de los agentes que intervino en la zona del accidente. / Jesús Marín

La ciudadanía también se volcó con las víctimas. En las tareas de rescate y evacuación participaron también algunos vecinos de Chiclana como el entonces joven taxista Antonio Piñero, quien renunció a la medalla a título individual con el objetivo de dedicarla al colectivo. Cuando vio el humo se dirigió al lugar, donde trasladó a dos militares en estado muy grave al hospital de San Carlos. “Algunas familias murieron completas… Aquello fue una tragedia, la mayor desgracia que he visto en Chiclana”, concluía el hoy presidente local de Cruz Roja Chiclana en el acto organizado en el Cuartel del Mar.

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