Provincia de Cádiz

¡Que salte ya el Levante!

  • Paisaje tras la inmersión: vecinos de Chiclana chapotean aún sobre los restos del diluvio del sábado y siguen achicando

"¡Que salte ya el maldito levante!" Hartazgo, aburrimiento o resignación son las sensaciones que experimentan miles de chiclaneros ante las insistentes lluvias que no les dejan vivir en paz. Incluso el tan a veces odiado viento de Levante, el que se carga las jornadas de negocio veraniego, un persistente y conocido enemigo, se echa de menos para que haga de ventilador natural en los castigados y húmedos cimientos de multitud de viviendas dañadas por las precipitaciones.

Cuatro días después de la tormenta que azotó Chiclana, un auténtico diluvio de varias horas, residentes de esta localidad aún seguían ayer ocupados en retirar agua y fango. La suerte ha sido dispar en cuanto a desperfectos causados por el aguacero del sábado; sin embargo, prácticamente no existe vecino que haya sufrido alguna incidencia por pequeña que fuera. En cualquier lugar hay restos de métodos artesanales para contener el agua, hay simposios de muebles secándose al sol que tímidamente ha empezado a lucir. Es el paisaje tras lo que fue la batalla de Chiclana contra una naturaleza enfurecida. "Aquí llueve poco, pero cuando llueve..."

"Esto es una locura". Así definía Juan, un vecino del Camino de la Soledad, los continuos y virulentos chaparrones mientras achicaba agua de su casa con un recogedor después de "tres días sin dormir". Un bomba alquilada, por la que paga 25 euros al día, no para de extraer agua y crea un remolino constante. Pero aún tiene agua para regalar en su parcela. Ya sabe que para los próximos días toca llover y ya no se atreve a retirar el pequeño muro de ladrillos que ha construido en la puerta de su casa para que no entre el agua. Eso fue lo que hizo a mediados del pasado mes de febrero cuando cayó otra manta de agua en Chiclana y ya nadie creía que fuera a ocurrir algo similar. Tenían razón, no ocurrió algo similar, ocurrió algo peor con la descarga brutal del cielo negro en un día en que no lució el sol. Ni un minuto. Como una noche inacabable.

Zonas como el Pago del Humo, El Marquesado, Pinar de los Franceses, Hozanejos, Carabineros, La Soledad, La Rana Verde, Los Gallos, la costa e incluso parte del casco urbano de Chiclana estuvieron contra las cuerdas por el temporal de sábado y hasta ayer mismo todavía había sentimientos de indignación por parte de afectados. Es el caso de una vecina, Milagros, que atribuía con escándalo el desastre a las infraestructuras de tuberías de la Rana Verde y, en concreto, a la que ella teme que es la inexistente red de pluviales de la calle Albatros de los Gallos, una de las más afectadas. "¿Dónde están los husillos? La calle no tragaba agua, nada de nada".

La medida de la fuerza del agua nos la muestra la propia Milagros invitándonos a pasar a la casa de su vecina, una sevillana. El muro que separaba ese chalé del trasero es un amasijo de escombros. Lo hizo la rabia del agua. Como si fuera el momento congelado de la catástrofe, la casa de su vecina está tal y como la dejó el aguacero. El salón es una charca de lodo. Apesta a humedad.

No hay forma de entender lo sucedido en Chiclana el pasado fin de semana, al menos en algunas de las zonas más castigadas, si no se conoce este urbanismo caótico y diseminado, absolutamente anárquico, en el que faltan conducciones, en el que las escombreras salpican los rincones de un término municipal que se deja caer con sus chalés de autoconstrucción, donde asaltan caminos sin asfaltar, calles de barro, flanqueados por construcciones que podrían pertenecer a urbanizaciones de cuasi lujo en cualquier otro lugar. Espléndidas viviendas se abastecen de pozos, tienen fosas sépticas. Chiclana es de los pocos sitios en los que se puede leer en un anuncio que se vende vivienda con luz y agua, como si fuera un plus añadido y no lo obvio. Se supone que en 2010 cualquier vivienda tiene luz y agua. En Chiclana, no. Y es que no es tan extraño. Lo que dio riqueza a esta población que creció sin control por todos los costados en los últimos veinte años, pero dejando uno tras otro agujeros negros en su planificación, fue un ladrillo de autogestión. He aquí una parcela, he aquí un chalé.

Lo reconoce Jose, otro vecino del Camino de la Soledad, donde el agua ha recuperado una laguna en la que hay hasta patos. "Hemos sido los propios vecinos los culpables, hemos levantado cotas, hemos tirado escombros, hemos tapado el paso natural del agua y el agua pide lo que es suyo". Esta vez el agua pidió su sitio con un golpe de mano. Sencillamente, nadie recuerda un diluvio en Chiclana como el del otro día. "Pregunta a los hombres de campo -sugiere Jose-, ellos me lo han dicho. Nadie recuerda nada igual". Y sí, estuvo la riada del 65, cuando había muchas menos infraestructuras, pero no conseguimos encontrar a nadie que nos diga si aquella jornada llovió más o menos.

Durante las últimas 72 horas los vecinos han construido muretes de ladrillos con hormigón en traseras o entradas a sus inmuebles para no verse sorprendidos por otra tromba de agua. Todavía ayer se podían apreciar en los porches de numerosas viviendas los enseres inservibles que fueron presa de la riada que cruzó más de un salón y una cocina de casas de Chiclana. Sofás, estanterías, camas, armarios, frigoríficos, mesas, sillas, ropa, y todo tipo de objetos que irán a parar a la basura. Para colmo, hay segundas residencias en cuyo interior se observan las estancias con una cuarta de agua o repletas de barro, sin que sus propietarios que habitan en distintos puntos del país hayan aún aparecido para realizar las labores de limpieza.

"Mi vecina no quiere ni venir a verlo desde Sevilla. Dice que desde se enteró no duermem, sufre diarreas de sólo pensar con lo que encontrará en verano", insiste Milagros.

Fue demasiado el agua que cayó, es la opinión generalizada. Y hubo miedo, "mucho miedo", confesaban otros vecinos que relataban la jornada de sábado como un día con el cielo totalmente gris en el que parecía increíble cómo podía llover durante horas sin descanso y con tanta fuerza.

Aparte de las viviendas, los comercios también se llevaron lo suyo. Si no bastaba con la crisis, el aguacero del fin de semana parecía ya la estocada final. La hostelería, asimismo, registró pérdidas en todos los sentidos, sin clientes y con daños en el mobiliario. Y para no acabar con los innumerables perjuicios, ahora resulta que se han detectado averías en dos depuradoras de Chiclana. No sólo el Ayuntamiento evalúa los daños en la ciudad, sino también vecinos que hasta ayer mismo estaban realizando un recuento de las pérdidas con idea de dirigirse en los próximos días a una oficina que se ha habilitado en la Gerencia de Urbanismo para recibir ayudas por el temporal. "Aún no he tenido ni tiempo para ir hasta Urbanismo porque todavía me queda mucha agua por quitar", comentaba un afectado, quien tiene la firme intención de solicitar algún tipo respaldo monetario para amortiguar los destrozos. "¿Cuánto ha perdido?". "¿Cómo lo voy a saber? -se excusa Antonio, que tiene las manos con el cemento que está aplicando a su nuevo tabique- He perdido el cortacésped, el motor del pozo, las herramientas del jardín..."

"Los seguros, ya se sabe, todo burocracia y buscar la forma para no pagar. El Ayuntamiento, ya se sabe, una oficina en la que te piden un montón de papeles. Me han pedido esta mañana la escritura para poder presentar la reclamación. La casa es de mi hija, que vive en Talavera. ¿No será más lógico que vengan a la casa, miren los daños y luego, si quieren, me pidan la escritura?", razona Milagros.

La mayoría de las conversaciones en Chiclana giran en torno a las lluvias salvajes del sábado y en la innumerables experiencias vividas por los vecinos de esta localidad. Todos tienen algo que contar. Algunos, sin embargo, piensan que ya está bien de continuar recordando ese lluvioso sábado al entender que se le da "mal cartel" a la ciudad, porque no en vano el turismo es ahora su principal y único pilar económico y no conviene airear esos asuntos. Ayer lucía el sol en Chiclana y se respiraba aparente tranquilidad en la ciudad donde las calles cubiertas de agua ahora son transitables, pero la procesión va por dentro, por dentro de muchas casas.

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