Provincia de Cádiz

La última estela de un buque insignia

  • Don Felipe de Borbón despide en Rota con "emoción, tristeza y satisfacción" al portaaviones que ha sido santo y seña de la Armada Española el último cuarto de siglo

A bordo, Su Alteza Real el Príncipe Felipe; por estribor, muy cerquita, a apenas 120 yardas de distancia, el flamante LHD Juan Carlos I; y por proa, alineados y abriendo la formación, las fragatas Reina Sofía, Victoria y Santa María. Así, acompañado, arropado, mimado incluso, navegó ayer durante varias millas por aguas del Golfo de Cádiz, en el inicio de su última singladura, el portaaviones Príncipe de Asturias, que ha sido santo y seña de la Armada Española durante el último cuarto de siglo y que viaja ya rumbo a su jubilación en su Ferrol natal.

Fue la de ayer una despedida con todos los honores que estuvo cargada de simbolismo pero también de tristeza. Así lo reconoció durante su discurso a bordo el propio heredero de la Corona, que dijo que su última visita al buque que fuera bautizado en su honor le llenaba "de orgullo, emoción y tristeza", aunque también de satisfacción tras 25 años de servicio a la Armada.

Minutos antes de las 11.30 horas, el buque suelta amarras del muelle de la Base de Rota. El capitán de navío Alfredo Rodríguez Fariñas, comandante del portaaviones desde septiembre de 2011, da las instrucciones precisas para que el buque insignia de la Armada Española abandone por última vez la que ha sido su casa, su refugio, su lugar de descanso durante un cuarto de siglo. Con un fortísimo viento del noreste que lo congela todo, el Príncipe de Asturias zarpa seguro de sí mismo, porque ha hecho antes esta misma maniobra miles de veces, pero también parsimonioso, tranquilo, como si quisiera que este adiós durara una eternidad.

Casi tres cuartos de hora después, al fondo de su estela el castillo de San Sebastián parece ya un espejismo. A unas 15 millas al suroeste de Rota la comitiva inicia la maniobra de la parada naval organizada por la Flota para rendir tributo a su portaaviones. Desde el puente de mando, Don Felipe de Borbón, acompañado del ministro de Defensa, Pedro Morenés; el Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada (AJEMA), Jaime Muñoz-Delgado; y el Almirante de la Flota, Santiago Bolívar, comprueban cómo los cuatro buques acompañantes se sitúan en formación con una sincronización perfecta. A estribor puede apreciarse entonces la grandiosidad del Juan Carlos I, que está llamado a convertirse en muy breve plazo de tiempo en el nuevo referente de la Armada.

Varias millas más adelante, la formación se rompe de acuerdo con el protocolo. Y antes de que los buques, uno a uno, rindan honores por estribor, un harrier hace lo propio en la cubierta de vuelos del portaaviones en medio de un ruido atronador. Sería el preámbulo de otra parada, en este caso aérea, que sirvió para que rindieran honores al buque aviones y helicópteros de las diferentes escuadrillas de aeronaves de la Base de Rota que han prestado servicio en el portaaviones los últimos 25 años.

Cumplimentadas ambas paradas, la naval y la aérea, el Príncipe de Asturias se quedaba ya solo en su travesía hacia Galicia. A bordo, y tras la preceptiva fotografía junto a la última dotación del buque en la pista de aterrizaje, Don Felipe toma la palabra en el hangar para elogiar todo lo que el portaaviones ha aportado a la Armada Española. Así, dijo por ejemplo que el aún buque insignia de la Flota "ha supuesto un hito fundamental en la historia moderna de la Armada Española" porque "nos puso nuevamente al día como marina oceánica moderna y aportó capacidades a las que pocas marinas del mundo podían, ni pueden, aspirar". Y añadió, en lo que pareció un guiño a la alta cualificación de los astilleros de Navantia, que la entrada en servicio de este navío en 1988 "nos puso de largo en construcción naval militar, logrando un prestigio y un éxito muy importante en el mercado mundial que hoy continúa con fuerza dando sus frutos".

Pero su intervención estuvo marcada sobre todo por sus palabras de agradecimiento a las diferentes dotaciones que han servido en el portaaviones y que, subrayó, constituyen la "esencia" del barco. Y apostilló que tanto la dotación actual como las que la precedieron son "las únicas responsables de todos los éxitos y buena imagen que ha dejado el Príncipe de Asturias allá por donde ha navegado".

El heredero de la Corona aprovechó también para echar la vista atrás y rememorar cuando su madre, la Reina Sofía, amadrinó al portaaviones entregándole en 1989 su Bandera de Combate, en un acto castrense que supuso su primera estancia a bordo como alférez de fragata.

En aquella ocasión el Príncipe de Asturias y su predecesor, el Dédalo, navegaron juntos, con el Heredero de la Corona a bordo, desde Palma de Mallorca hasta Rota como despedida al segundo de estos navíos. Ayer volvió a repetirse una imagen similar, aunque en este caso para decir adiós al portaaviones.

En los próximos días el Príncipe de Asturias arribará a Ferrol. Atrás quedarán más de 2.000 singladuras, casi medio millón de millas recorridas y cerca de 35.000 tomas de aeronaves en su pista de aterrizaje, la última de ellas, precisamente, la de Don Felipe de Borbón abandonando ayer el navío. Y también se recordará su presencia en operaciones militares de tanta trascendencia internacional como la realizada en el Mediterráneo durante la primera Guerra del Golfo o la llevada a cabo en el Adriático durante el conflicto de la antigua Yugoslavia.

De momento, la idea de la Flota es que en el arsenal ferrolano se prosiga el proceso de desmilitarización iniciado en las últimas fechas en la Base de Rota. Nadie en la Armada habla por ahora de dar de baja al Príncipe de Asturias, porque, entre otras cosas, esa orden no se ha firmado aún. Pero, aunque ese proceso de jubilación definitiva puede prolongarse aún varios años más, a nadie se le escapa que su futuro está íntimamente ligado a un desguace definitivo. Por eso la de ayer fue, con total seguridad, la última estela que dejó sobre las aguas de la Bahía y del Golfo de Cádiz el último buque insignia de la Flota.

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