Mi vida y yo

El médico afortunado

  • Aurelio Mozo Durán (Cádiz, 1934)

  • Pasé mi infancia en Villamartín y a los nueve años de edad me fui a Cádiz, a estudiar en el colegio San Felipe, externo. Una vez me pillaron ayudando a un interno de mi pueblo a escabullir una carta de la censura. En la Facultad de Medicina, en la primera clase de disección, el profesor de Anatomía me encargó trocear un cadáver. No me impresionó. Ya había acompañado a mi padre, médico, a algunos partos

Aurelio Mozo Durán, hace unos días en Villamartín, en la plaza del Ayuntamiento.

Aurelio Mozo Durán, hace unos días en Villamartín, en la plaza del Ayuntamiento. / ramón aguilar

El hombre afortunado existe y vive en Villamartín. Es Aurelio Mozo, médico jubilado al que muchos vecinos, amigos y familiares le siguen contando sus males en busca de consejo. Cada mañana, muy temprano, Aurelio se da una buena caminata y después charla con unos y con otros, pasea por el pueblo y acaba en el Casino, donde hace unos días, al contar su vida, rememoraba un episodio que dice mucho de él. De él y de otras personas y de otros tiempos y circunstancias.

Ocurrió en los años cuarenta del siglo pasado, cuando era un disciplinado alumno del colegio San Felipe Neri, en Cádiz. Aurelio era externo. Pero otros alumnos de Villamartín eran internos y le pedían ayuda a su amigo y vecino. Si un interno escribía una carta a su familia, antes de que la misiva partiese rumbo al pueblo debía entregarla en un sobre abierto para que la leyese el director del colegio. Él le daba el visto bueno o la echaba atrás. A veces, para sortear esa censura postal que imponía el régimen o el reglamento, un escolar le daba a Aurelio su carta y éste, de camino a casa, la echaba en el buzón de Correos. El hijo del médico de Villamartín y sobrino de un prestigioso comerciante de Cádiz era un alumno disciplinado, pero ¿cómo iba a negarse a echarle un cable de ese tipo a un compañero?

He tenido tres amores; el primero fue Cádiz; el segundo, mi profesión; y el tercero, mi mujer"

Todo iba bien y varias veces lograron burlar el control sobre las cartas. Pero en una ocasión, un profesor se percató de una entrega descuidada e interceptó al mensajero clandestino: haga usted el favor, deme eso. Lo habían pillado. Aurelio no recuerda de aquello ningún castigo. Sólo una consecuencia: en las notas de la semana se llevó a casa un suspenso en comportamiento.

Vamos, que en lugar de felicitarlo por su buena acción, van y se la recriminan, le digo. No asiente, no parece compartir ese criterio. Me mira como sorprendido y sonríe un poco. Al fin y al cabo, lo que él guarda de los años de alumno en San Felipe es "un recuerdo magnífico del colegio y de los profesores".

Antes de recalar en San Felipe, Aurelio pasó su infancia en Villamartín, el pueblo en el que su padre, Luis Mozo, y su tío, Andrés, ejercieron como médicos y dejaron huella: ambos tienen dedicada allí una plaza. Pero Aurelio, que es el mayor de once hermanos, nació en Cádiz (en 1934) porque su madre acudió a casa de sus padres a dar a luz a los tres primeros. En esta isla vino al mundo: en la calle José del Toro, junto a la Bella Escondida.

Hasta que llegó el momento de instalarse como estudiante en su ciudad natal, Aurelio creció en Villamartín. Recuerda que jugaban a la pelota en la misma calle, que no pasaban coches, y que tenían bicicletas de piñón fijo. A la escuela sólo fue un año. Pero por muy distinto motivo al de muchos otros niños de aquella época. A él le daba clase su abuelo paterno, que era maestro nacional y al jubilarse en Cádiz se había ido a vivir al pueblo con dos hijas solteras. El hombre enseñaba en su casa a sus nietos y a algunos amigos de ellos. "Desinteresadamente. Porque era muy desprendido, un hombre muy recto, entregado, de comunión diaria, de misa diaria. Su pasión era la Iglesia. En la República, cuando prohibieron a los religiosos impartir enseñanza, pidió la excedencia y se fue a dar clase al Mirandilla desinteresadamente. Y expuesto a que le hicieran algo. Mi padre era muy piadoso también. Nosotros hemos salido algunos también así".

En 1943, Aurelio se instaló en Cádiz, en casa de su abuela materna. Se fue de mala gana a una ciudad que acabó por ser su primer amor. Así, tal cual. Su padre y su abuelo lo acompañaron en el primer viaje y en una visita de presentación al colegio San Felipe, donde los recibió el director y les enseñó las instalaciones. Pronto hizo amigos. A veces se escapaban al parque Genovés a fumar a escondidas.

En vacaciones, Aurelio regresaba a Villamartín. Allí estaba en agosto del 47 cuando oyeron desde el pueblo la explosión de minas submarinas. Su padre corrió inmediatamente a Cádiz en un taxi. Al hospital, a ayudar. Y la familia se arremolinaba en torno a la radio a escuchar con aprensión que el peligro no había pasado, que podía repetirse aquel resplandor que algunos vieron desde tan lejos.

Pasaron los años. Hijo y sobrino de médicos, viviendo en casa tan de cerca la profesión, Aurelio llegó de manera natural a la Facultad de Medicina. Tan cercano era todo, que en la primera clase de disección en Anatomía, el profesor, el catedrático José Luis Martínez Rovira, los reclamó a él y a otro. Estaba allí delante el cadáver. A ver, ustedes dos. Les dio una sierra grande. Cortad el tronco por aquí... "Yo no me asusté. Mi padre me llevaba a veces con él a partos y otras intervenciones. Cortamos el cadáver a trozos. No, no me impresionó".

De esa época de universitario, Aurelio recuerda eso: mucho estudiar. Y que sacó las mejores notas en la carrera en los últimos cursos porque entonces estudiaban las enfermedades, le gustaban más las asignaturas. En los momentos de ocio, paseos y al fútbol. Y la playa, junto al chalé que su tío tenía por el Transvaal. La mili la hizo voluntario en Artillería de Costa, bien cerca de casa, por detrás del parque Genovés. Su padre tenía amistad con la familia Cervera. El día de San Juan de 1960, Aurelio terminó Medicina. Y como todo final es un comienzo, entonces se fue a Villamartín a trabajar con su tío y su padre y empezó a aprender la práctica de la Medicina.

En principio se fue a Madrid a preparar oposiciones pero su tío cayó enfermo y regresó al pueblo. Luego estudió Radiología en Jerez y finalmente consiguió plaza en la Seguridad Social. Primero como radiólogo y después ya como médico interno. Aurelio trató así, durante muchos años, con su segundo amor: su profesión. Con ese trabajo que le ha proporcionado la satisfacción de curar a tanta gente, de dar alivio a tantos. Incluso a algún enfermo con problemas cardiacos empeñado en seguir siendo cafetero y fumador. Aurelio aprendió a tratar con todos, a ser el médico del pueblo al que todos recurren. Incluso a horas intempestivas. Una vez se presentó en su casa un vecino a las cuatro de la madrugada. Una urgencia. Don Aurelio, que mi padre lleva unos pocos de días que no duerme; mire la hora que es y todavía no se ha dormido. "Pero hombre, por favor..., pasad mañana por la consulta, le dije. Y saqué tres pastillas. De valium. Anda, toma: una pastilla para ti, otra para tu padre y otra para mí". En tantos años, a Aurelio le ha ocurrido de todo: desde lo más duro hasta lo más divertido; desde practicar una autopsia a un cadáver que llevaba varios días en una casa hasta verse en una situación con un paciente como si ambos formasen parte de una escena en una película de Esteso. "Es que a mí me pasó hasta lo del tobillo. Llegó el hombre a la consulta y dijo que tenía un problema en el tobillo. Échate ahí, le digo. Y empecé a examinarle un pie, el otro... Pues no noto nada. Y va y me dice: no, si no es ahí; es en el tobillo de mear. ¡El tubillo! Era el tubillo...".

Con los treinta ya cumplidos, instalado en Villamartín, con su vida enfocada, Aurelio ya atesoraba dos amores y entonces puso rumbo al tercero. La conocía de vista, era amiga de hermanas de amigos suyos. Y se fijó en ella. Se fijó en Rosario Holgado, que era más joven que él. Le costó trabajo conseguirla, admite sin concesiones. "Yo tenía mis amigas, paseaba con una, con otra... Pero en plan formal, ¿eh? Y ella me contó después que les decía a sus amigas: mira ese mariposón; cualquier día se iba a acercar ese a mí". Lo veía picar aquí y allá. No se fiaba. Además, ella no había tenido novio. Una vez quedaron en ir a la romería y ella no apareció por allí, le dio plantón. Total, que la cosa se ponía muy complicada. Tanto, que Aurelio necesitó ser auxiliado por un sacerdote que era director espiritual de varias jóvenes del pueblo. He hablado con Rosarito, le dijo un día el cura, y le he pedido que te atienda. Le he dicho: hazle caso a Aurelio, que va con buenas intenciones. "Yo lo comprendo", dice ahora aquel aspirante a novio que acabó por triunfar y llevar a su vecina al altar. "Entiendo su reticencia. Yo tenía mala fama, porque me paseaba con una y con otra...".

Aurelio y Rosario se casaron en 1968. En septiembre, el día de san Jerónimo. Asistieron muchos invitados. "La boda fue muy bonita, como es natural". De viaje de novios fueron a Peñíscola, en la provincia de Castellón. Aurelio tenía entonces un Seat 600. Su suegro les dejó su 850 para el viaje, que tuvo una primera parada en Ronda. Se detuvieron después en Granada, en Murcia y en Alicante. Luego permanecieron diez o quince días en Peñíscola, con un tiempo estupendo que aprovecharon para hacer excursiones por la zona. Al año nació el primer hijo del matrimonio: Luis. Luego vinieron los otros cuatro: Romina, que es enfermera en el hospital de Villamartín, Tere, María y Aurelio.

"Yo he sacado consecuencias muy positivas de la vida", me explica Aurelio mientras vemos fotografías antiguas en las que están atrapados momentos dulces de su vida que va comentando. Ahí están su familia, sus amigos, su gente. Estamos en el Casino, calculo que a no más de diez grados, por decir algo. En realidad es como si nos hubiésemos sentado en un iglú. Ha nevado en la Sierra. Al cabo de una hora de charla, tengo los pies helados, a punto de dejar de sentirlos. Pero Aurelio, con 82 años, es como un roble del bosque de Muniellos: no da muestras de que el frío le afecte ni un poquito. "He tenido mucha suerte", reflexiona mientras pasamos de una foto a otra hasta alcanzar la actualidad. Hasta llegar al Villamartín de ahora mismo.

Su mujer sale mucho a caminar con él. Tienen fama de andarines en el pueblo. Pero a veces le dice que con él no se puede ir, que siempre se está parando con unos y con otros. "He disfrutado de mi profesión", se explica él, "me doy mi paseo a diario y la gente me saluda, me consulta, me cuenta, me pide consejo...". Es un médico querido. Un vecino apreciado en su pueblo. Un hombre que ha tenido, que tiene, tres amores: "Mi primer amor fue Cádiz; el segundo, mi profesión; y el tercero, mi mujer".

¿Y Villamartín? "Mi vida. Villamartín ha sido mi vida".

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