De quererte así…
Mi dueño y mi señor | Crítica
Los personajes de François-Henri Désérable, entrañables y un poco locos, nos reconcilian con la frustración de nuestra propia rebeldía.
El autor regresa con 'Mi dueño y mi señor'.
La ficha
Mi dueño y mi señor. François-Henri Désérable. Traducción de Lola Bermúdez Medina. Cabaret Voltaire. Madrid, 2022. 215 páginas. 19,96 euros
La mañana del 9 de julio de 1873, Paul Verlaine compró un revólver en las Galeries Royales de Bruselas. Horas después, en su habitación de la rue des Brasseurs, hería de un tiro a Arthur Rimbaud en la mano. La otra bala que disparó fue a parar al suelo. La refriega se saldó con una condena de dos años en la cárcel de la pequeña ciudad valona de Mons, y con el fin de la convulsa relación que había unido a los dos grandes de la literatura. Hoy seguimos leyendo a los dos poetas, con cierta prevalencia de un Rimbaud aupado por las vanguardias; la cárcel de Mons sigue siendo cárcel; siguen en pie las Galeries Royales –aunque ya no albergan armerías–, y la rue des Brasseurs, tan cerca de la Grand Place, no ha perdido su aspecto de callejón trasero. Y aquel amor arrebatado y finalmente criminal nos sigue fascinando, más aún cuando contemplamos los objetos que, con algo adherido de aquella pasión, han llegado hasta nosotros: los dibujos que se hicieron el uno del otro, la pipa de tabaco, los ejemplares firmados y vendidos para sobrevivir y, por supuesto y en especial, la pistola.
El joven novelista francés François-Henri Désérable (Amiens, 1987) no se libra de esta fascinación, y ha sabido explotar el fetichismo del célebre revólver en su última novela, Mi dueño y mi señor, galardonada con el Gran Premio de la Academia Francesa 2021 y publicaba en España por Cabaret Voltaire. Desde su aparición en el catálogo de la prestigiosa Gallimard en 2015, Désérable se ha consolidado como uno de los más interesantes narradores franceses de su generación y desde luego el que más interés ha despertado en este lado de los Pirineos. El lector entenderá por qué desde las primeras páginas de cualquiera de sus cuatro novelas conocidas en nuestro idioma. Muestra mi cabeza al pueblo (2015), ambientada en la Revolución francesa, fue su debut ante el gran público; en ella da voz a varios personajes de aquel momento: la prisionera María Antonieta; el poeta André Chénier, que defendió la vida del rey; o la heroína Charlotte Corday, que asesinó a Marat en el baño… Volverá a novelar la vida de personajes reales en Évariste (2017), por Évariste Galois, niño prodigio de las matemáticas decimonónicas, y en Un tal Sr. Piekielny (2021), sobre la vida del escritor Romain Gary. Hay que destacar el papel de la editorial, una de las más interesantes en el ámbito de la literatura francófona, y por supuesto el de Lola Bermúdez Medina, traductora impecable de una novela compleja y llena de referencias.
En Mi dueño y mi señor, Désérable retoma su habitual juego con el pasado, pero esta vez de una forma mucho más sugerente, envuelto en una trama policiaca que mantiene al lector con el corazón en un puño hasta las últimas páginas. Vasco, un conservador de la Biblioteca Nacional de Francia; Tina, una actriz que ha llevado a las tablas el amor tumultuoso de Verlaine y Rimbaud, y Edgar, su marido, protagonizan este triángulo lleno de resonancias literarias y de objetos admirables: la Biblia de Gutenberg, el corazón de Voltaire, las correcciones a mano de Baudelaire, la célebre pistola… Con el pretexto de una declaración ante el juez a propósito de un crimen que ignoramos hasta el último momento, un amigo relata los avatares de la pareja, las vueltas de un amor apasionado entre los anaqueles de la sede François Mitterrand de la legendaria institución, cercado por la vida cotidiana, el matrimonio y todo lo que se espera de la divertida pero eficiente juventud francesa. La gracia creadora de Désérable se revela en una trama urdida con verdadera maestría, en su sentido del humor, en su mirada generosa y compasiva hacia unos personajes nunca ridículos. Désérable engancha; sus héroes, entrañables y un poco locos, nos reconcilian, a pesar de sus desgracias, con la frustración de nuestra propia rebeldía.
Aun así, los amores violentos –Rimbaud y Verlaine, Vasco y Tina–, separados por el paso del tiempo, dejan en el lector un regusto melancólico, por más que la mirada humorística marque el tono de todo el libro. Esta relectura de los géneros romántico y policiaco, mezclados casi con la investigación histórica, en la que sale a flote constantemente el episodio de Bruselas, envuelto en poemas de Verlaine, de Rimbaud y del propio Vasco, nos enfrenta en verdad a nuestra capacidad de amar como locos, y a nuestra concepción actual, aséptica y ordenada, de la pasión. No es caprichoso que Désérable haya recurrido al mítico amor de los dos poetas, que pasaron su vida conscientemente enfrentados al orden. Verlaine, envilecido y arrastrándose por las mesas de los cafés parisinos, lloró la muerte de Rimbaud, que había abandonado la poesía y se dedicaba al tráfico de armas. Hace unos años, varios ciudadanos franceses promovieron una petición popular para trasladar los restos de los dos al Panteón de París, el templo de la República. Por suerte, no lo consiguieron.
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