Trato y retrato

Agustín en la cancela

AGUSTÍN EN LA CANCELA

AGUSTÍN EN LA CANCELA

Si no fuera por su risa y sonrisa, Agustín gasta pinta de martillo de herejes, de santo laico con peana en La Vega, de discípulo de Calvino, de Savonarola sin balcón. También se lo imagina uno de Señor de Asís pastoreando pajarillos por esos senderos de Dios y esas coladas de Leviatán. Pero este tío ya no engaña a nadie; este rojeras afable, defensor acérrimo de la enseñanza pública y ecologista de manual a mí ya no me la cuela. Ese aire conciliador esconde truco, el conejo de la chistera de Agustín es su ejemplo, el aljibe donde tendríamos que beber los catetos de este pueblo indiferente y desmemoriado. Agustín se echa a los caminos, con la fe del converso y el cariño de un turista enamorado, para enseñarnos unos paisajes y un puebloa los que somos deliberadamente ajenos, que nos importan un carallo. Mayormente. Así, cuando Agustín culmine su obra –ahora que tiene el tiempo y el buen humor del jubilado feliz– Jerez tendrá su catálogo. Un catálogo de ríos, montes, cortijos y aldeas. Un memorial de leyendas, citas, versos y anécdotas. Un censo de razas desde el moro al inglés. En torno a García Lázaro va creciendo la fábula del hombre que fue cielo y lentisco, alpargata y venta. En una época bastante asquerosita, en la que los maestros pasan las de Caín entre la indiferencia y la hostilidad de sus educandos, el señor García Lázaro se ha despedido como un Abel sin garrotazo. Entre los vítores y el cariño de sus alumnos pasados y presentes, con el reconocimiento de sus iguales.

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