Cultura

Adiós al único Emmy de la televisión de España

  • El apellido Mercero está unido a 'Verano Azul' y 'Farmacia de guardia', que rebasaron toda su obra

Cuando recogieron su Goya honorífico, en vida pero ya no entre nosotros, los familiares de Antonio Mercero bromearon diciendo que sólo por haber rechazado el proyecto La resurrección de Chanquete ya era merecedor de todo el respeto de la industria audiovisual española. Chanquete y Verano azul eclipsaron todo lo demás que rodea al intuitivo y sincero realizador, de una gran vis cómica que se refleja en sus series costumbristas, las primeras que aparecieron en TVE y también en las privadas, como Farmacia de guardia que allá por 1992 refrescó la parrilla de Antena 3 y señaló el camino a la ficción televisiva actual. Con Manolito Gafotas, en 2004, su última serie en la misma cadena, sus problemas de salud quedaron reflejados en un trabajo que no le hacía justicia.

Mercero es sobre todo el director del único Emmy que luce la TV de España (menudo logro), el de La cabina, en 1973, una sorpresa estrenada el año anterior. Un cuento de terror, escrito junto a José Luis Garci, con una alegoría sobre la situación política española, que comienza con carcajadas, se desarrolla con miedo psicológico y culmina en terror directo. Provocó que durante años todos los ciudadanos utilizaran los teléfonos públicos con la puerta abierta, en aquella época en que no había móviles y apenas una cadena. El encerrado señor era José Luis López Vázquez, protagonista también de Este señor de negro (1974), serie que barrunta la transición, escrita con Mingote, que viene a reírse de la España rancia, atada a las tradiciones y a modos atávicos, a través del joyero solterón Sixto Zabaneta.

La cabina había sido la compensación conseguida por Mercero por haber levantado el encargo de Crónicas de un pueblo. La serie era una petición de Carrero Blanco a Adolfo Suárez para en 1971 trasladar de manera didáctica el Fuero de los Españoles. En lugar de doctrina las vivencias de Puebla Nueva del Rey Sancho se convirtieron en un delicioso reflejo de un país que empezaba a despertarse a los nuevos tiempos.

Crónicas de un pueblo, con su memorable sintonía británica que versionaba una canción de Cliff Richard, convirtió a Mercero en el realizador de ficción más agudo de los mejores tiempos de TVE. Había llegado a TVE poco antes, después de varias cartas pidiendo trabajo. Su siguiente serie tras el pueblo tardofranquista sería, ya en democracia, la del verano en Nerja. Entre medias en TVE, varios telefilmes destinados a recopilar premios por los festivales como Los pajaritos (1974), un canto a la rebeldía de los pensionistas (se adelantó en más de 40 años por dignificar a lo mayores); Don Juan (1974), parodia de todos nuestros tópicos machistas a través de un esperpento metatelevisivo; un cuento de terror algo más desafortunado, también con Garci, como La Gioconda está triste (1977), con su apocalipsis y todo; o el desencanto y los sueños por resolver de La noche del licenciado (1979). Todos, temas actuales, entonces y más ahora.

Con esa intención se trazó Verano azul, para hablar del divorcio (por primera vez en una serie en España), de la adolescencia o de la muerte. Y ahí teníamos a Chanquete de cuerpo presente, lo que a ningún productor se le ocurriría ahora ya que el objetivo de estos tiempos es prolongar durante temporadas y temporadas cualquier ficción que resulte más o menos certera. Pero sólo hubo un Verano azul, pese a tantas intentonas por rescatarlo durante estos años. Un verano grabado en la Costa del Sol durante casi dos años, entre el 79 y el 80, y emitido entre el 81 y el 82, marcando a una generación infantil y redescubierto entre reposiciones. Mercero hablaba de la gente mucho antes de que se manoseara el término.

En su etapa cinematográfica más prolífica, y añorando el público más vicisitudes en Nerja, Mercero creó la primera serie de abogados en España, Turno de oficio, emitida por la Segunda Cadena en 1986, con Galiardo y el descubrimiento de Juan Echanove. Fue también una sola temporada y su casi prescindible secuela apareció diez años después, pero sin ese aire castizo y fresco de la original. Mercero aún tendría por delante las mieles de la farmacia de Antena 3, una serie de rebotica que le iba bien a una cadena privada novata que daba palos de ciego por entonces. Fueron 4 años y 169 capítulos. La televisión se ensanchaba y Mercero fue el primero en España en aprovecharlo. El desaparecido director sabía como pocos trasladar la vida real y la calle a la pantalla. Ahora parece fácil pero durante mucho tiempo fue tan complicado que sus retratos sociológicos no tienen precio.

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