Cultura

Andrés Marín y Antonio El Pipa, dos maneras de abordar el baile

  • El sevillano mostrará en el Central su 'Carta blanca', concebida para el Museo Picasso de París El jerezano regresa con 'Gallardía', que llega al Lope de Vega con todas las entradas agotadas

Sevilla y Jerez, tradición y vanguardia, baile de grupo y baile unipersonal… Todo eso y mucho más es lo que podrán ver hoy si acuden a las dos citas oficiales de la Bienal de Flamenco, concretamente en los teatros Lope de Vega (20:30) y Central (23:00). Sus protagonistas: dos bailaores de larga trayectoria y gran reconocimiento internacional: Antonio El Pipa y Andrés Marín.

El primero, Antonio El Pipa, regresa a la Bienal y al Teatro Lope de Vega -con las localidades agotadas- después de un largo paréntesis en el que un accidente le afectó al riñón y casi le cuesta la vida. Pero El Pipa salió adelante y lo ha hecho con Gallardía, que así se llama el espectáculo que estrenó en 2015 en el Festival de Jerez y esta noche presenta en Sevilla. "No he hecho ni más ni menos que lo que siempre ha hecho mi pueblo: salir adelante", afirma el jerezano, perteneciente a una conocida dinastía flamenca y cuya compañía cumplirá 20 años en 2017. "Durante este tiempo he hecho cosas preciosas; he coreografiado El amor brujo para el Ballet Nacional de Cuba por invitación expresa de Alicia Alonso y una Carmen en Salzburgo con la Filarmónica de Berlín. Por eso pensé que podía hacer algo grande para mí mismo, una especie de catarsis de emociones, así que miré lo que tenía en el banco y me hipotequé con toda gallardía para reunir en este trabajo a 8 bailaoras, cuatro cantaoras gitanas de Jerez que son increíbles, dos guitarristas y unos invitados de excepción", cuenta.

En el estreno, efectivamente, contó con Esperanza Fernández para cantar el emocionante himno gitano Gelem Gelem y con el pianista David Peña Dorantes. Hoy no estará Fernández, que tiene su propio espectáculo en la Bienal y no ha podido colaborar, aunque la compañía bailará su himno (es la primera vez que se coreografía y se baila el Gelem), pero sí Dorantes, tocando también por vez primera para el baile, su conocido Orobroy. "Es como pasar del horror que supuso el holocausto para los gitanos, presente en la letra aterradora del Gelem, a la esperanza que lleva dentro el Orobroy. Esta pieza se ha convertido en el nuevo himno del pueblo gitano", dice Antonio El Pipa, que se confiesa tan ilusionado como el primer día que pisó la Bienal.

Hombre inquieto donde los haya, desde que fundó su compañía en 2002 Andrés Marín ha creado espectáculos tan diferentes como Asimetrías, El cielo de tu boca o La Pasión según se mire. En su última presentación en la Bienal, en 2012, su complejo trabajo Tuétano resultó tan incomprendido como lo fue al principio Antonin Artaud, el teórico del teatro en el que se inspiraba. Desde entonces Marín ha trabajado en Francia, país que lo ha encumbrado como artista y que, según sus palabras, "está a una maratón de distancia de España en cuanto a políticas culturales". Allí ha compartido escenario con el genio del teatro ecuestre, Bartabas, con el que ha realizado más de cien funciones, y se ha dejado dirigir en Yatra por Kader Attou y por el camerunés Manuel.

Carta blanca toma el nombre de un programa con el que el Museo Picasso de París quería ofrecer a sus visitantes la oportunidad de contemplar las obras desde un ángulo diferente. Dicho programa propició la entrada del flamenco por vez primera en el Museo y un tête a tête entre los dos artistas andaluces. De los 45 minutos de danza itinerante creados por Marín surgiría luego este espectáculo, estrenado en 2015 en el ciclo Septiembre es flamenco. La lluvia impidió que Marín llevara a cabo la instalación que tenía preparada para la torre de Don Fadrique debiendo refugiarse en el teatro Alameda; ahora de seguro encontrará en el Central su espacio natural. "Carta blanca es un espacio de libertad en el que yo me puedo mover sin censuras. Yo me saturo a veces de hacer siempre lo mismo y aunque me gusta tenerlo todo muy atado, aquí puedo reinterpretarme, interactuar con las músicas y los sonidos. Es una necesidad mía para no anestesiarme", confiesa el bailaor.

Amante del cante como todo buen flamenco, Marín bailará con las voces de José Valencia y Segundo Falcón, "dos grandes cantaores, con un oficio y una sabiduría a la espalda". Con ellos, la guitarra flamenca de Salvador Gutiérrez, la zanfoña y la guitarra eléctrica de Raúl Cantizano, la percusión de Daniel Suárez y el clarinete de Javier Trigos. Unos músicos que a veces se vuelven locos cuando trabajan con él porque, según aclara, "les quito la comodidad, los saco de su zona de seguridad, de lo que saben hacer ya que el flamenco no es siempre igual; está lo plástico y lo bello pero también lo áspero, como en todas las artes. A mí me gusta mucho la diversidad".

Preguntado sobre sus sentimientos al salir al escenario, Marín responde: "Yo me olvido de mí, dejo mi ego a un lado para pensar, con una especie de rezo espiritual, en los grandes artistas que ya no están". Un raro ejercicio de humildad que podría servir de ejemplo para todos aquellos que tienen en sus manos la cultura de este país.

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