Desde el teatro

Apoteosis de Israel Galván

  • El bailaor sacude las conciencias del personal en el Teatro Villamarta con un alegato contra la guerra y, en general, contra la sociedad actual

Israel Galván lanzó anoche, en el Villamarta, un mensaje por derecho para golpear la conciencia del personal con El final de este estado de cosas. Si en Apocalypse Now, Coppola lo hace con el comandante al que encarna Robert Duvall medio desnudo, asediado por la munición enemiga, y gritando como un poseso ¡aún recuerdo como olía aquella colina... Aquella colina, aquella olía a victoria!, en la obra de Galván es el mismo bailaor el que, de entrada, protagoniza un alegato contra la guerra. Una crítica feroz contra los que se ríen hasta de los muertos sin respeto por nadie y de la peor manera: ninguneándolos o, casi peor, ignorándolos, sintiéndose seguros en su territorio feliz y pensando que lo que sucede alrededor no existe. Entre otras cosas, la obra remarcó lo frágil que es la memoria.

Porque Galván no sólo bailó. También denunció la hipocresía en la que se instala la sociedad que le rodea. Y fue más allá, al lograr provocar al público colocando tres féretros sobre las tablas, para recetar (sólo) a los que se den por aludidos su propia medicina. Por bulerías, Terremoto, la cara blanca por aquello del mal bajío, empezó a hacerse compás sobre el ataúd con los nudillos. Bobote miraba hacia otro lazo y José Carrasco se hizo la señal de la cruz. Los espectadores no perdían 'puntá', observando cada gesto pero sin observarse a sí mismos. El rostro serio. ¿El muerto al hoyo? La misma bulería la ha bailado Galván en infinidad de veces y siempre recibió un ole como una catedral. Anoche no buscaba ese aplauso fácil, anoche quiso provocar la reacción que finalmente obtuvo: el público casi tapándose los ojos, sin querer ver cómo se introdujo en el féretro para también bailar. Fue algo así como una metáfora muy personal con la que puso a la gente frente al espejo. Puro genio. Al tiempo, demostró que le preocupa qué hay detrás de la muerte y, más allá, que no presiente nada bueno, fiel a los textos del Apocalipsis.

De inicio, el excepcional bailaor e intérprete puso a tono la piel del respetable proyectando el video de una de sus discípulas, de nacionalidad libanesa, bailando al son de las metralletas. A través de una carta, la joven le subraya que sólo se le ocurre luchar contra la injusticia que aplasta a su pueblo como le enseñó Galván, expresándose con todo su cuerpo. Y su alma.

Los asistentes al teatro pronto se relajaron y se olvidaron de ello porque la Navidad tomó el escenario en forma de villancicos magistralmente interpretados por Alfredo Lagos y Diego Carrasco. Los dos jerezanos, un inmenso océano, inundaron el teatro de felicidad, paz, amor y mucho cachondeo. El bailaor no sólo bailó sobrado de compás, también hizo las veces de actor asumiendo el papel del curita, el marinerito... Y de la Navidad, el público se trasladó hasta El Rocío. Aquí se vive ¿por? y como Dios, dijo el demonio. ¿Sí?

Juan José Amador, en tono solemne, cantó la salve rociera y en éstas que apareció Israel con un enorme tambor rociero pegado a su cuerpo. Torero. Como si siempre hubiese formado parte de su ser, lo tocó al mismo compás de la música sin parar de bailar, incluso tumbado ya en el suelo. Aquí cuestionó en toda regla con qué espíritu se viven las fiestas navideñas y las romerías.

La gente celebra la Navidad y adora a la Virgen cantando con el corazón. ¿Y también predica con el ejemplo?, reflexionó el bailaor. Sobre una saeta interpretada por Terremoto hizo sonar heavy metal con sus intérpretes enfundados en túnicas de pies a cabeza. Ruido, mucho ruido hoy. De rojo y negro, el bailaor ofreció 'solemne' misa hasta acabar por estampar el 'cáliz' sobre el suelo bajo una luz sicodélica antes que celestial, quizá asqueado de tanta hipocresía y en el ambiente más tétrico de la obra, junto con la escena del féretro.

De nuevo volvió la celebración con la tanda de verdiales. Entre otras muchas cosas lamentó el ritmo de vida frenética que alimenta la sociedad a diario, obligando a tocar y a cantar a mil revoluciones por minuto -sensacionales Amador y Lagos, de nuevo- hasta volverse todos locos, tratando él de callar a los músicos como un poseso. Por seguiriyas y sobre una tarima flotante, subrayó el hambre que hay en el mundo y las epidemias como la peste, bailando hasta hacer temblar la tierra bajo sus pies. Un terremoto, en este caso de los que se cobran miles de vidas cada cierto tiempo.

Con el personal absolutamente estupefacto cuando no pensando de qué iba todo esto, colocó los féretros sobre el escenario y preguntó: ¿no están enfermas las mariposas del alma humana? Al público, que supo al final valorar su trabajo, no le hizo la menor gracia. Israel, por tanto, logró engran medida su objetivo.

Y no se olvidó, no obstante, de ofrecer esa pizca de salero que todo flamenco lleva dentro. Lo hizo cazando la mosca por bulerías, tocando el tambor y comiendo caracoles, por ejemplo. Incluso se rió de sí mismo cuando invitó a bailar a Bobote. Éste le imitó para obtener el ole más genuino del patio de butacas.

Todos y cada uno de los intérpretes estuvieron sensacionales, caso de Diego Carrasco cuando anunció la presencia de los cuatro jinetes del Apocalipsis con un cante que empezó por la toná chica para enlazar con la bambera, la caña, el romance y la bulería. Una paranoina, como el estado actual de las cosas, según Israel, ya enfundado en la muerte y desde dentro del ataúd que atenazó a todo quisque.

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