Lectores sin remedio

Castigo

Castigo Castigo

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“Hoy se cumplen (21 de octubre) doscientos ochenta y siete años que tuvo lugar en Madrid, un hecho que me place ahora recordar, por lo que fuere. Un hombre que había sido el favorito de un rey y el magnate más notorio de su tierra fue condenado a «morir degollado en cadalso por la garganta». Hablo del muy poderoso señor D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias [en la imagen], cuyo aniversario necrológico celebra hoy la iglesia, no sé bien si con Tedeums o Misereres… Uno de los cargos principales acumulados contra D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias y ex secretario de Cámara, fue el «haber hecho sobre su corto patrimonio una opulenta fortuna».

Pero, ya queda dicho, del trágico acontecimiento van transcurridos centenares de años, y centenares de ministros, no menos venales que D. Rodrigo Calderón, han hundido sus manos avarientas en las arcas del Tesoro, sin que hayan sido segadas jamás”.

Así contaba el gran bohemio Alejandro Sawa en su magnífico libro ‘Iluminaciones en la sombra’ la suerte de este personaje que, efectivamente, murió degollado, como correspondía a un noble, en la plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621, recién iniciado el reinado de Felipe IV. Y no menos cierta es la opinión o lamento del ilustre escritor, muerto él mismo en la más absoluta pobreza, de que ya han pasado por la historia de este país no cientos, sino miles de ministros y personajes políticos de diverso pelaje y de la peor estofa que se han llenado los bolsillos, “han hundido sus manos avarientas en las arcas del Tesoro” y aquí no ha pasado nada. Nada más que con la historia más reciente, la de nuestra democracia, se podría haber inundado de sangre varias veces la plaza Mayor, si la Historia, como se lamenta Sawa, no nos diera con el famoso marqués lecciones vanas de ejemplaridad.

En estos días en que se debate tanto entre lo legal y lo moral, ético e incluso estético, que algunos han llegado a esgrimir, lo cierto es que, como todos sabemos, lo legal lo deciden las leyes y quienes tienen que administrarlas, con lo que ya empezamos con los problemas, porque en este país la aplicación de las leyes deja mucho que desear; y sobre lo moral, ético o estético algunos opinan que cada ciudadano tiene su propio y particular concepto de ello. Y es posible que así sea, porque siendo legal un buen negocio nuestra moral, ética o estética es inversamente proporcional al volumen de nuestros bolsillos. No acudamos al tópico ya manido de que todos tenemos un precio, cambiemos “precio” por “dignidad”; y si esta no fuera suficiente, cambiémosla a su vez por “fama” u “honra”, aquella que daba o quitaba la pública opinión. Y hoy son los medios de comunicación los que se han apropiado de esa “pública opinión” y, en esto, como en las leyes, ya empezamos con los problemas. ¡Qué razón tenía Sawa! José López Romero

César

El primer libro en el que descubrí a Julio César, un poco antes de recibir aquellas clases de latín de la gran Pilar Cortiles, fue la mediocre biografía titulada ‘Julio César’ de Enrico Farinacci, publicada en la editorial Bruguera en su mítica colección de novelas gráficas, en la que muchos empezamos a descubrir el placer de la lectura. Algún tiempo después me enteraba de que el tal Farinacci no era sino uno de los muchos pseudónimos que utilizaba Enrique Fariñas, uno de tantos de aquellos olvidados escritores que a lo largo de los años 60 tocaban todos los palos literarios, para cubrir los encargos de las editoriales sacrificando vocación por subsistencia. Creo, sin embargo, que aquella más que discreta biografía de César es la responsable de mi posterior interés y fascinación por el personaje histórico.

En este ya largo recorrido como lector me he encontrado, como podrán suponer de todo, desde grandes libros (‘César’. Adrian Goldsworthy) hasta textos infames. Curiosidades que captaron mi atención en su momento como aquella biografía novelada, ‘El Joven César’ de Rex Warner, luego continuada en ‘César Imperial’ (ambas en Edhasa), hasta ese ‘César Imperator’ (Planeta) del admirado Max Gallo que tan buenos ratos de lectura me proporcionó. Pero con lo que no me había topado en todos estos años es con la coincidencia en el tiempo de la publicación de tres apuestas, a cual más ambiciosa, en torno a este personaje al que dedicamos estas líneas, lo que aparte de la curiosidad dibuja una batalla bibliográfica donde también habrá vencedores y vencidos. Como ya habrán adivinado me refiero al libro ‘Roma soy yo’ (Ediciones B), primero de una serie de seis firmado por el popular Santiago Posteguillo. A la mencionada aproximación novelada del español le ha salido un competidor en el libro de Andrea Frediani titulado ‘La sombra de Julio César’ (Espasa), que parece también será el primero de otra serie. Y por fin el ensayo histórico de Patricia Southern ‘Julio César’ (Desperta Ferro), libro este último por el que he comenzado el reto lanzado a los lectores y que presumo me va a tener entretenido por un tiempo. Ramón Clavijo Provencio

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