Cultura

Cobi desangrado

  • Tusquets edita en castellano el texto de Jordi Amat que en su edición catalana puso el foco en algunas de las omisiones del pasado del 'procés'

Encuentro de Josep Tarradellas con Jordi Pujol en 1981.

Encuentro de Josep Tarradellas con Jordi Pujol en 1981. / .

Empiezo por el final. El periodista pregunta al diseñador valenciano afincado en Barcelona Javier Mariscal qué hizo en la Diada de 2012, aquella en la que el independentismo se desató espoleado por la efigie de Rajoy negándole todo al delfín del pujolismo, Artur Mas. Otra afrenta más. Mariscal contesta: "¿El día ese de las banderas que parecía como la época de Hitler? Pues ni idea, no sé ni dónde estaba". Mariscal, padre de Cobi, lo había vuelto a hacer. En 1988, cuatro años antes del éxtasis olímpico, con Cobi ya nacido, había escrito que Barcelona era una ciudad magnífica, abierta, pero que lo peor era Pujol, que "no mide ni 1,40". Frente a la Barcelona multicultural, "Pujol cultiva el sentido pueblerino, lo cerrado, el seny..." Mariscal se tuvo que comer sus palabras para evitar que ahorcaran a Cobi en la plaza de Sant Jaume. Pidió disculpas y Pujol, magnánimo, se lo concedió. A Jordi Solé Tura, protagonista del catalanismo de izquierdas en el último franquismo, aquello le repateó. Vaya, que Pujol ahora era el que daba cédulas de catalanidad y el que impartía perdones como su adorado padre espiritual, el abad de Montserrat.

Pero volvamos al 2012 y "el día ese de las banderas". La polemista independentista Pilar Rahola, jaleadora como nadie de los últimos días del procés, contesta a Mariscal escupiendo a su criatura. "Eran los tiempos de la tontería modelna del socialismo ídem". Otros hablan de Mariscal como respresentante de la Barcelona "insípida, apátrida e incolora".

Maragall había concebido las Olimpiadas del 92 como un punto de arranque de la Europa de las ciudades. Hipnotizado por el discurso europeísta y globalizador del poeta y líder checo Vaclav Havel, Maragall quería hacer de Barcelona el faro por el que se debería guiar un continente unido en concordia. Y Cobi era el símbolo de aquello, de la civilización urbana frente al ruralismo encerrado en sí mismo, el ideario del formol. Paralelamente, el catalanismo pujolista, que para Pujol era el único catalanismo posible y que abrazaba lo rural, miraba a otra parte de Europa, a la independencia de las repúblicas bálticas. Los pueblos se liberaban de sus yugos. Este entusiamo les llevó a convocar una sesión parlamentaria en 1989 en la que se refrendaba el derecho de Cataluña a autodeterminarse en algún momento. No fue ni portada de los periódicos, que con la que caía con ETA lo de Cataluña era una minucia. Pujol ni siquiera estaba en aquella sesión y mostró cierta sorpresa divertida ante la ocurrencia. Se tomó, para quien se enteró, como una anécdota folclórica.

Ahí, Havel vs Letonia, tenemos las bases para que Mariscal hable de nazis y Rahola se mofe de la arcadia de Maragall. Eso es el amargo sueño del largo proceso por el que nos va a conducir Jordi Amat en un ensayo sobre los orígenes culturales del procés y que se acaba de traducir al castellano después de que, publicado en Cataluña en 2014, tuviera un más que apreciable impacto en una sociedad en plena agitación. Voces tan opuestas como Ara o el El País saludaron la obra como una investigación sólida y reveladora. Conseguir eso en una comunidad polarizada al extremo es por sí mismo un encomiable logro de este discípulo aventajado de Jordi Gracia, que, con Andrés Trapiello, es el ensayista que mejor nos ha releído.

Que no haya confusión. El propósito de Amat no es explicar el hoy con el ayer, pero ha elaborado una guía muy útil para saber de dónde se venía. Es decir, cómo el martirio de Companys acaba derivando en la encarnación del pujolismo. Pegar el salto del pujolismo al 1 de octubre es otro cantar que, además, se ha analizado ya por activa y por pasiva, pero incluso para muchos catalanes independentistas leídos las revelaciones de Amat ponen en el foco omisiones de lo que ahora se llama el relato de los nuevos actores de esta historia de incomprensiones. Y como Amat mira con ojos científicos, sin que se le vea lazo ni bufanda de hooligan, el paisaje es mucho más nítido.

En ese relato el franquismo tiene un papel estelar. Puigdemont, investido en su delirio en un trasunto del Tarradellas que se encastilló en una bonita finca de la campiña francesa, lo menciona a menudo, parece asentar las barricadas de ellos contra Franco como si Franco hubiera muerto el viernes. Sin embargo, por el libro de Amat desfilan eminencias catalanas a las que no sabremos si ver como quintacolumnistas o colaboracionistas. Es el caso de Josep Pla, periodista y escritor venerado, o de dos economistas brillantes, de genética socialista, como fueron Fabián Estapé y Juan Sardá. A ellos tuvieron que recurrir los tecnócratas para elaborar el plan de estabilización económica que sacaba al país de la negra noche de la autarquía.

A través de estas páginas se observa cómo hay una actividad frenética de los reductos catalanistas que se rebelan bajo el manto de la religión y los obispos y abades (recordemos que el régimen, ante todo y sobre todo, era el nacionalcatolicismo)contra los intentos iniciales del régimen de laminar cualquier resto de reivindicación de lo propio. Con el tiempo serán tolerados y hasta tal punto el franquismo dejó hacer que se puede hablar de que las letras catalanas, a juzgar por el libro de Amat, vivieron una pequeña edad de oro. Y fue porque intelectuales españoles y catalanes, lo que ahora no ha pasado, tendieron puentes. Es bellísima la amistad surgida entre uno de los autores del Cara al sol, Dionisio Ridruejo, y el poeta republicano Carles Riba. Y fundamentales los textos integradores con la emigración, a la que tanto provecho sacará, a base de subvenciones, el Pujol molt honorable.

Asistiremos a la creación en los 60 de Ómnium, hoy en papel estelar, por el empresariado infiel a Tarradellas y fiel a un Pujol que sale de la cárcel para dirigir Banca Catalana y, con el dinero, mantener viva la llama que le glorificaría. Pronto la izquierda catalanista, con Solé Tura y el cantante Raimon en plan Bob Dylan como estandartes, rebautizaría la asociación como Momium, que es un buen chiste ahora que hemos visto cómo, salido de no se sabe qué sarcófago y con un colosal dinamismo, una momia se zampó a Cobi. Entre tantas banderas, del perrito de Mariscal no quedan ni huesos.

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