Si hay una pregunta embarazosa para cualquier crítico de cine suele ser la que viene de una madre o un padre amigos (o no tanto) que quieren que les recomiendes una película para sus hijos. Y cuando lo hacen no es precisamente para que les digas que la última de Disney o de Pixar, no, para eso no hace falta preguntarle a un experto ni a nadie, y tal vez por eso mismo Disney y Pixar siguen haciéndose de oro a costa de tantos padres perezosos y críticos discretos. Por suerte, de cuando en cuando llegan a los cines otro tipo de animaciones infantiles mucho más estimulantes y heterodoxas, tanto en su diseño como en su formato narrativo, y la cinta francesa El malvado zorro feroz sería una recomendación indudable.
Así que aquí lo hago público: lleven a sus criaturas sin miedo y con alegría cómplice a ver esta película porque es terriblemente divertida, porque actualiza las viejas fábulas (de Esopo a La Fontaine) con mucha sorna y camuflada ironía posmoderna, porque sus creadores son los mismos de la deliciosa Ernest y Célestine, que aquí han decidido lanzarse de pleno al viejo e imperecedero slapstick, porque no van a encontrar mejor granja de la que sacar tres estupendas historias con roles invertidos protagonizadas por cerdos, gansos, zorros, perros, gallinas, conejos, patos, cigüeñas, pollitos y lobos feroces trazados desde la más expresiva y elocuente sencillez; porque, en definitiva, El malvado zorro feroz es un auténtico festín intemporal de pequeñas formas artesanales, hermosos fondos de acuarela, gestos, voces hilarantes y aventuras zoológicas en las que cualquier parecido con la realidad humana no sólo no es casualidad sino síntoma de pura inteligencia animada.
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