Pretérito perfecto

Elogio de Adrián Fatou

ES cosa conocida que a comienzos del siglo XX Francisco Hernández-Rubio dominó el panorama de la arquitectura local. Sin apenas rivales en Jerez y su entorno, renovó un campo que empezaba a oler a alcanfor tras el esplendoroso siglo XIX. Generalizó el uso del hormigón armado, introdujo el modernismo y asombró a todos con sus diseños en hierro. A él se deben la antigua sede del Banco de España (hoy Biblioteca Municipal), el precioso pabellón del Depósito de Sementales, con aires de cottage inglés, la caseta de feria del Casino Nacional (hoy de propiedad municipal) o el llorado y bizarro baldaquino de la Catedral. Sin la dedicación de Hernández-Rubio, la Cartuja de Santa María de la Defensión hoy sería una venerable ruina. Su tesón y su amistad personal con el general Primo de Rivera, permitieron que el Estado financiase varias campañas de restauración que lograron salvar la parte más monumental del monasterio.

Tal vez su brillante carrera como arquitecto haya eclipsado otra faceta no menos importante de su personalidad artística: la fotografía. En un tiempo en que las cámaras, las placas y el material de revelado eran carísimos, Hernández-Rubio se convirtió en uno de los primeros aficionados jerezanos a una disciplina que apenas si contaba con 60 años de existencia y que hasta aquel momento había estado en manos de profesionales que igual retrataban muertos, niñas gordas de comunión o paisajes para hacer postales, pero nunca escenas de la vida cotidiana.

Como es lógico, la mayor parte de las imágenes tomadas por don Francisco tienen como motivo la construcción en sus más diversas facetas. Solares, obras en curso, máquinas gigantescas, obreros en plena fatiga, obreros probando la resistencia de los materiales, obreros descansando y, como no, los edificios recién concluidos como demostración de la impecable labor del maestro. Resultan especialmente interesantes las instantáneas de La Cartuja, agrupadas en parejas del tipo "antes-después", en las que podemos apreciar el grado de ruina al que llegó el conjunto, y su salvación a manos de un hombre de profunda fe y gran amor por las piedras del cenobio.

Pero Hernández-Rubio no se limitó a dejarnos una galería de trofeos de su profesión. Su genio voló y capturó la magia de las estibadoras del puerto de Santander descargando carbón de un barco, bañadas por una luz sobrenatural. Se fue de excursión por la Sierra, capturando el fluir de los ríos, el paso lento de las mulas y las tartanas, el traqueteo de los autobuses de línea y la hermosura sencilla de las ermitas. Estuvo en la feria, en el tiro de pichón, en banquetes solemnes, batallas de flores y visitas regias, y en verano bajó hasta la orilla del mar, regalándonos el beso de la brisa en las sombrillas de las señoras y los vestidos de percal de las criadas. Montó en bicicleta, en tren, en coche, en avioneta y zeppelín, surcó los mares en velero. Contempló entre lágrimas las consecuencias del asalto al convento del Carmen de 1931 y con gran alegría el regreso de los cartujos en 1948. Entre tanto trajín, también tuvo tiempo para descansar en casa, en escenas íntimas y preciosas que hoy se muestran a nuestra curiosidad. Un viaje fascinante a otros tiempos...

A estas alturas del artículo ustedes se preguntarán qué pinta aquí Adrián Fatou, para que su persona aparezca elogiada en el título. Es muy sencillo. Ha sido él quien ha rescatado al fotógrafo Hernández-Rubio de entre los muertos, para colgar lo mejor de su producción en una exposición que se inauguró ayer en la sala Pescadería Vieja. Consciente del valor de este legado Fatou se ha puesto manos a la obra y ha conseguido poner en pie una exposición que podría figurar en cualquiera de los mejores museos de arte contemporáneo del mundo.

¿Cómo? Pues verán que sencillo. El Ayuntamiento ha puesto la sala. Mercedes Benz ha patrocinado el catálogo. 92 mecenas particulares han costeado la reproducción de cada foto a gran tamaño, con la condición de que la obra pasará a su propiedad una vez que termine la muestra. Así de simple. El resultado, lo pueden ver en Pescadería Vieja. Una iniciativa digna de alabanza que esperemos que no sea la única en estos tiempos tan duros para las nobles artes.

Adrián, vaya aquí mi reconocimiento por las horas de trabajo buscando en archivos y colecciones particulares los negativos más peregrinos. Mi más sentida enhorabuena por haber estudiado y catalogado todo el material localizado. Mi felicitación por haber puesto de acuerdo a casi 100 personas para que te "comprasen" una foto, y así poder hacer realidad este sueño, que has querido titular Arquitectura de una mirada.

Y sobre todo, muchas gracias por ofrecernos la posibilidad de retroceder un siglo y contemplar el mundo con los ojos de don Francisco Hernández-Rubio.

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