En la compañía

Épica en tiempo de crisis

Con algo más de cuarenta años de edad, la vida artística que ha seguido Juan Manuel Rodríguez El Mistela ha resultado apabullante. Desde que se estrenase como Juan Maravilla en el Teatro de Morón, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, hasta no perderse ninguna de las bienales de flamenco que se han celebrado en Sevilla desde el año 82, todo ha sido fulgurante. Hasta doña Pilar López quiso hacerlo fijo en su ballet y Mario Maya lo retuvo como primer bailarín de El amor brujo. Pero fue Farruco quien le apodó como El Mistela, puede que porque le viese actuar en el festival de La Mistela que se celebra en su localidad natal de Los Palacios, o porque apreciase en él esas propiedades del líquido que se obtiene de añadir alcohol al mosto de uva sin que llegue a producirse la fermentación. Aplicado a su baile, bien puede definirse como la uva fresca recién pisada que no se altera ni se degrada aunque se mezcle con algún aditamento. Justo lo que ocurrió en la medianoche del pasado martes en La Compañía.

A El Mistela se le agradece la valentía de adentrarse, o intentarlo, en nuevos territorios formales y estéticos, pero a la postre no remata la faena. Traza la jugada, lo ata todo para lograr el resultado satisfactorio y en el último momento el festín visual que anticipa no pasa, por momentos, de un mero espectáculo de tablao. Aparece tras el cantaor que arranca por farruca, una original forma de salir a escena. Intercambia golpes de percusión junto a su pareja de baile y deja detalles imaginativos, oníricos, con el violín de Bernardo Parrilla, que actúa a veces cual guitarra eléctrica. Un placer para los oídos. Entonces, ¿por qué Del corazón al tacón no termina de romper, de emocionar al espectador? Probablemente, por su indefinición, por sus íntimas contradicciones. Y es que el bailaor sevillano busca nuevos caminos para reencontrarse, recorre el páramo sin respuestas que puede ser la introspección personal y marca su montaje con lo personal y lo universal. Pero al tiempo, Del corazón al tacón quiere ir más allá del tópico, y El Mistela los rompe para bailar una caña con David Pérez, un paso a dos de lo más masculino.

La cumbre de su propuesta es la áspera seguiriya, en la que todos los zumbidos, ecos, lamentos y pulsos de voz se entrelazan con un acertado sentido musical, al igual que ocurre con la farruca inicial, en la que se pone de relieve no sólo el baile maduro de El Mistela sino un apéndice del cuerpo de Parrilla, su violín. Un instrumento preciso que configura un nuevo idioma musical. A ello se suma el hang, un instrumento de percusión suizo que recrea sonidos metálicos pero armonizados. Otra de las apuestas arriesgadas que heroicamente introduce El Mistela.

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