Exposición La fotografía ante el dolor y la guerra

Escenas del mundo

  • Las imágenes de Palestina y Afganistán de Emilio Morenatti abrieron la nueva sede almeriense del Centro Andaluz de la Fotografía. Ahora las exhibe el Museo de Cádiz

Escena 1: El hombre entra a comer en uno de esos sitios impersonales que igual pueden encontrarse en Almería, en Denver, en Belgrado, lugares sin sustancia, como su cocina. El hombre se había dicho a sí mismo que iba a entrar en una tasca que oliera a refrito y a humo de tabaco, y sin embargo, después de deambular y aburrirse, entró en el local de una franquicia con la trampa de carteles del Hollywood antiguo, un truco publicitario en el que el único cigarrillo permitido era el del retrato de Bogart. Total, si voy a comer solo, pensó, para qué un sitio de cuchipandas con charla, risas, lágrimas y confidencias. La mayoría de las mesas también la ocupan personas solas y taciturnas. Lo peor son los dos vídeos que ya lleva visto: Mónica Naranjo y La Oreja de Van Gogh. Hollywood. ¿Hollywood? ¿Dónde está Hollywood? ¿En los afiches colgados en la pared? Ah, sí, y en el menú.

La camarera, que es inframileurista, tarda demasiado.

Cuando llega, el hombre se decide por un plato combinado que lleva la palabra bulevar y cuya descripción se parece más al manual de instrucciones de un acelerador de partículas que a un bistec con patatas que debería servirle una azafata de vuelo que explicara qué hacer con él en caso de emergencia. Pero es la camarera empanada quien deja el plato, ya frío, delante de su nariz, que no capta nada. Para entonces lleva tres jarras de cerveza helada. Menos mal, se dice. Y pide otra.

Remueve el plato, pica aquí y allá, lee en el mantel de papel los vínculos entre los postres y los musicales (no le gustan lo uno ni lo otro), acaba la cuarta cerveza, pide la cuenta, espera el tiempo de un plano de Rohmer y cuando llega la camarera arrastrando la parsimonia y la factura paga sin propina. Sale a la calle: luz blanca y calles solitarias hasta la devastación, como en una de esas películas de virus exterminadores.

Escena 2: El mismo hombre de la escena 1 está ahora delante de un grupo de mujeres palestinas que esperan la llegada del cadáver del militante de las Brigadas Salahuddin Heshan Abuinsera, muerto en un ataque aéreo israelí en Kham Younis, al sur de la Franja de Gaza.

Lo que ve es el desgarro de unas mujeres vestidas de negro de los pies a la cabeza, sus rostros son óvalos blancos con ojeras descarnadas por el llanto. El hombre es testigo de su desesperación. Huele la muerte. Suda con su miseria. Padece su desolación. Quiere salir de allí, pero no puede. Se queda quieto, mirando sin parpadear. La estampa fúnebre le parece un ballet que ha echado a danzar el odio. El cuerpo del guerrillero abatido no ha llegado aún. No llegará nunca. Desde luego él jamás lo verá. Él siempre verá lo mismo: las mujeres destrozadas aguardando. Contempla a las mujeres palestinas. Oye sus lamentos. Le tiembla el labio inferior. Mira a su alrededor. Sólo están las mujeres ante él. No puede apartar la vista. Agacha la cabeza y se echa a llorar. Vuelve a mirarlas con los ojos enturbiados por las lágrimas. Oye los gritos de la viuda, la madre y las hermanas de Heshan. Dolorosas de carne y hueso. No se mueven. Oye ladrar a un perro, no sabe si dentro de la habitación o fuera, en la calle. El negro de sus ropas es lo más negro que ha visto en su vida. La palidez de sus rostros también es única. Un luto sin fin. Tiene que parar de llorar. Él no conocía a Heshan. No conoce a las mujeres. Él estaba hacía unos minutos en un desapacible comedor de Occidente demasiado refrigerado ante un absurdo plato con un nombre estúpido bajo pósters de estrellas de cine esperando a que le sirviera una camarera aburrida y cansada.

Entonces, ¿por qué llora?

Porque está viendo una fotografía de Emilio Morenatti.

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