Cultura

Existencialismo 'mainstream'

Drama, EEUU, 2014, 110 min. Dirección: Rupert Wyatt. Guión: William Monahan. Fotografía: Greg Fraser. Música: Jon Brion y Theo Green. Intérpretes: Mark Wahlberg, Brie Larson, Michael Kenneth Williams, John Goodman, Jessica Lange.

Escrita por James Toback (autor de la excepcional Fingers), dirigida por el británico Karel Reisz y protagonizada por James Caan, The Gambler (1974) es una de esas joyas del cine norteamericano de los setenta ensombrecidas por los títulos y directores que la crítica de entonces decidió colocar al frente de ese Nuevo Hollywood que, con el paso de los años, se nos antoja como el mejor, más adulto y rico periodo de todo el cine americano en su conjunto.

Filme de inusitado fatalismo existencialista y poderosa atmósfera urbana, The Gambler seguía la cuenta atrás hacia ningún sitio y en caída libre de un profesor universitario adicto al juego, en un ejercicio sin concesiones sobre un tipo de personajes de raigambre literaria que Hollywood ha abandonado ya hace mucho tiempo.

Es por eso por lo que este remake avalado por el propio Toback se nos antoja un verdadero reto para el espectador de hoy, más aún cuando intenta respetar y actualizar el perfil opaco e inaccesible de un personaje cuyas motivaciones autodestructivas nunca quedan del todo claras.

En cualquier caso, este nuevo Jugador obliga a un verdadero acto de fe, a saber, a creerse al generalmente inexpresivo Mark Wahlberg no sólo como apostador impulsivo y adicto al riesgo y la derrota, sino como profesor universitario de Literatura moderna dispuesto a dar lecciones (de vida) sobre Shakespeare y Camus a una audiencia de jóvenes estudiantes.

Con todo, y de manera sorprendente, la película supera ese gran hándicap y camina con inusitada soltura narrativa por el filo de la navaja de esta cuenta atrás entre el aula y los garitos de juego sin perder fuelle en su mirada lateral a las enfermedades del capitalismo, el tono, los tipos y ambientes propios del género y, lo que es mucho más interesante, en el retrato de un personaje que desafía todos los manuales básicos para la empatía y del que Wahlberg escapa más que airoso.

La sorpresa también es doble, porque de Rupert Wyatt (El origen del planeta de los simios) no podía esperarse un control tan ajustado de los elementos (sobra, eso sí, el interiorismo de diseño), la fidelidad al punto de vista (sin demasiados triles) y un buen gusto por la ambientación musical.

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