Crítica de Cine

Fallida comedia negra distópica

Nicolas Cage, tan intenso como siempre en su papel en 'Mamá y papá'.

Nicolas Cage, tan intenso como siempre en su papel en 'Mamá y papá'.

En el famoso inicio de Ana Karenina escribe Tolstoi: "Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". La infelicidad ha gozado siempre de mayor prestigio literario que la felicidad, al igual que la tragedia se considera desde los griegos superior a la comedia y el pesimismo se toma por realismo. Sin embargo salvo en situaciones históricas excepcionales el tono más afín a la vida de los comunes mortales es "esa dudosa media luz" de la que escribió Conrad. Y eso es lo que hace la comedia agridulce, para mí el género que más se acerca a la experiencia cotidiana. Y si la felicidad o simplemente el contento están bajo sospecha de idealización mentirosa, cuando se trata de la familia la cosa se extrema. Las familias moderadamente felices, que se quieren con los lógicos desfallecimientos puntuales que el amor siempre tiene, que se sobreponen a los golpes de vida y siguen adelante procurando sonreír aún entre lágrimas -como Cabiría al final de la obra maestra de Fellini- están mal vistas. Interesan más sus asesinos -caso de A sangre fría- que la feliz y normal familia asesinada.

Este tópico que pasa por no serlo tiene expresiones rotundas -unas sinceras y otras falsas- en el cine. Pero su contrapunto, la representación del amor familiar sobreviviendo a todas las pruebas, también las tiene aunque sean más minoritarias: recuerden el cine de Ozu, director muy superior a Bergman y otros maestros de la retórica pesimista. TCM ha emitido casi una después de otra la horrendamente mal envejecida De repente el último verano y la deliciosa Mary Poppins. Y aunque sé que no existen niñeras que vuelen hay más verdad, pese a su idealización, en la película de Disney que en la de Mankiewicz avalada por el prestigio de su director y sus guionistas, los muy intelectuales Tennessee Williams y Gore Vidal. Simplemente porque hay más familias que se quieren y se esfuerzan por mantener este amor que familias tan locamente retorcidas y desgraciadas como la de la obra de Williams.

Comprendo que estas reflexiones son excesivas -matar mosquitos a cañonazos se llama a esto- para contextualizar esta peliculita de ciencia-ficción pesimista que podría tomarse por una comedia negra. Pero tras ella, aunque sea en versión pobretona, laten estos prejuicios en versión distópica y extrema. He aquí que una especie de epidemia suspende o atrofia el amor paterno llevando a los padres a matar a sus hijos (ojo: a los nacidos porque con los no nacidos ya se hace). Y que dos criaturas intentan sobrevivir como si fueran unos Hansel y Gretel cuyos padres se han convertido en la bruja o en el Robert Mitchum que persigue a los dos hermanitos en la admirable La noche del cazador.

Si se entiende que esto es una sátira de la vida familiar o un ejercicio visionario sobre las subterráneas corrientes que existen bajo la apariencia de la felicidad, estamos apañados. Afortunadamente no es así, al menos para la mayoría. Pero lo peor no es esto sino que está toscamente rodada por Brian Taylor, cuya pobre filmografía (Crank: veneno en la sangre y Crank: alto voltaje, con Jason Statham, y Ghost Rider, con Nicolas Cage) lo explica todo. Cage está tan intenso como siempre y Selma Blair (a quien recuerdo de una de las peores películas que he visto en mi vida, La cosa más dulce, a la que se pueden añadir preciosidades como Cosas de tíos, Los sexoadictos o Mi novio es un ladrón) intenta ponerse a su altura.

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