V Premio Manuel Clavero · Carmen Laffón

Historia de los afectos verdaderos

  • La entrega del galardón estuvo cargada de referencias afectuosas y en el acto se recordó a figuras tutelares de la pintora: el padre, Manuel Laffón, y su maestro Manuel González Santos.

Hay artistas que entienden que su obra habla por sí misma y no es necesaria la exposición pública para que el trabajo emocione al receptor, que la creación es un diálogo íntimo -exigente, difícil- y que en esa esfera privada radica la autenticidad. Carmen Laffón encarna mejor que nadie esa perspectiva: al entusiasmo con que se entrega a su producción le acompaña una asombrosa reserva para venderla. Muestra cierta incomodidad ante los peajes -las entrevistas, las fotografías- que conlleva consagrarse a un oficio como el suyo. En un mundo tan dado a la impostura, en el que en ocasiones los trabajados discursos esconden el vacío, ella prefiere la discreción y el silencio, porque ahí es donde habita la poesía.

La entrega del Premio Manuel Clavero fue otra oportunidad para descubrir a esa creadora genuina que no precisa de máscaras, a la mujer tímida que se siente abrumada en los actos multitudinarios. Laffón es uno de los nombres capitales del panorama artístico, pero a pesar de los numerosos reconocimientos -el Premio Nacional de Artes Plásticas, el nombramiento de Hija Predilecta de Andalucía-, aún recibe sus galardones con humildad y sorpresa, con la voz atravesada por la emoción. A Laffón, el pasado jueves, el trámite del discurso quizás le resultara dificultoso, pero en su prudencia, en su distanciamiento del micrófono, paradójicamente se mostraba más que nunca la mujer de sensibilidad acusada, la artista con su verdad a cuestas.

Fueron palabras sencillas y cargadas de aprecio las que pronunció Laffón, en una noche en la que se sucedieron las referencias afectuosas. En el transcurso de la velada se recordaron algunas figuras tutelares de la pintora: Manuel Clavero evocó al padre, el médico Manuel Laffón, de quien destacó su cultura y su estancia en la Residencia de Estudiantes en los años de formación en Madrid. El respeto que Laffón se ganó como pediatra fue tal que Clavero Arévalo recuperó del pasado una afirmación que hacía su suegra cuando se le preguntaba por dónde pasarían el verano: "¡Donde lo pase Manuel Laffón!".  

Clavero también resaltó la importancia que tuvo en la historia de la galardonada el pintor Manuel González Santos, el maestro con el que una jovencísima Carmen Laffón se fue adentrando en los misterios del arte. Fue González Santos quien aconsejó a los padres de aquella muchacha que apostaran por su vocación y permitieran su ingreso en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla; fue él también, amigo de la familia, quien les dio a conocer la playa de La Jara, en Sanlúcar de Barrameda, un escenario de cuya serena belleza se enamoraría Carmen Laffón y que convertiría en un motivo constante en su obra.

Recibir un premio es siempre una forma de sentirse querido, pero en el caso de Carmen Laffón esta idea cobraba especial relevancia: en la entrega del Manuel Clavero se palpaba el cariño que la ciudad siente por una de sus hijas más ilustres, como si ese  consenso, insólito en este país, que provoca su obra -admirada por público de gustos diversos- también lo despertara su persona. En el salón del Hotel Alfonso XIII, compañeros de generación, discípulos y amigos arropaban a la artista, y Laffón definió a sus allegados como "otro premio en mi vida", el apoyo que había necesitado en los momentos de incertidumbre de la creación. En esa trayectoria lejos de las apariencias, tal como se puso de manifiesto en la noche del jueves, Laffón conoce bien el afecto verdadero.

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