Cultura

Historias de un dios menguante

  • Me asalta la sensación de que somos pocos los lectores que aún quedamos sobre la faz de esta ciudad

CUANDO leo algunos de esos artículos que mi compañero de página dedica al libro y la lectura en nuestra ciudad, impregnados de un pesimismo que raya en lo apocalíptico, aunque no le falta razón en muchas de sus afirmaciones (un buen ejemplo es el que se incluye en esta misma página y que titula "Hopper", en honor al magnífico pintor norteamericano), me asalta la sensación de que somos pocos los lectores que aún quedamos sobre la faz de esta ciudad (o incluso sobre la Tierra), y que formamos como ese grupo de últimos supervivientes después de una guerra nuclear que tantas veces, con mejor o peor fortuna, ha recreado el cine de ciencia ficción; unos Denzer Washington en El libro de Eli, a los que se les ha encomendado llevar un libro que debemos proteger para salvar una civilización que está a punto de desaparecer. Así visto, la sesión del club de lectura, a la que Ramón alude también en su artículo, celebrada el sábado en la biblioteca municipal con la asistencia de Pepe Mateos, autor del libro que comentábamos, Historias de un dios menguante, ya pasados unos días se me aparece en la memoria como una pequeña y clandestina reunión de lectores que se atreven a rebelarse contra un mundo hostil al papel impreso y toman como maravilloso objeto de su rebeldía los conmovedores relatos de este autor jerezano. Y la verdad es que con un poquito de imaginación futurista, la sala en la segunda planta del edificio, cerrada al público, la entrada dispersa de los asistentes, el libro oculto entre carpetas y otros objetos… no hay que irse muy lejos hacia el futuro, sino más bien hacia el pasado para que en otras circunstancias nos hubiesen aplicado la ley contra el derecho de reunión. Y sin embargo, la sesión del sábado, la presencia de Pepe Mateos, los relatos que incluye en su libro fueron, hasta para los más recalcitrantes pesimistas, una verdadera fiesta de la literatura, una celebración, íntima sí y especialmente conmovedora, del libro en general, de Historias de un dios menguante en particular y de su autor, porque ni los lectores tienen todos los días la oportunidad de intercambiar con los escritores sus impresiones, ni los escritores conocer hasta dónde y cuánto han calado sus historias en el ánimo de sus lectores. Porque la literatura de Pepe Mateos es sobre todo conmoción, un zarandeo al lector más impasible, historias cercanas, de vidas que pudieron ser y de personajes que terminan por reconciliarse consigo mismos porque su autor ni a los más despreciables les niega su generosidad. Relatos llenos de poesía porque Mateos es ante todo y por vocación un poeta que mira y analiza los sentimientos de sus personajes con la mirada distinta que solo los poetas son capaces de tener. Una fiesta de la literatura cuyo broche final lo pusieron Mamen Ramírez, que leyó, y Sara Martín que puso música a unos haikus del propio Pepe. Ahora, después de escribir este artículo no tengo la sensación de haber sido un clandestino, sino un privilegiado, el privilegio de haber compartido con unos amigos y con unas amigas un momento maravilloso y espero que repetible. José López Romero

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