Lectores sin remedio

Juan José Bottaro, fotógrafo

HACE ya más de tres lustros, cuando los doce frailes cartujos que quedaban en Santa María de la Defensión abandonaron definitivamente el monasterio jerezano, hicieron donación total de bienes, inmuebles y propiedades a la diócesis de Asidonia-Jerez. Entre aquellos objetos, el obispado hizo entrega al departamento municipal de Patrimonio de tres cajas con negativos fotográficos en cristal, que pasaron a ser custodiados en la Biblioteca Central. Se trataba de materiales de gelatino-bromuro, un procedimiento basado en el empleo de una placa de vidrio sobre la que se extendía una solución de bromuro de cadmio, agua y gelatina, ideado por R.L. Maddox en 1871. Aunque las placas que habíamos recibido eran de los años centrales del siglo XX, cuando este procedimiento estaba ya prácticamente en desuso, había algunos profesionales del sector que lo habían seguido usando. Era el caso de Juan José Bottaro Pálmer (en la ilustración, sentado en el centro), un pintor, grabador y restaurador puertorrealeño que había destacado también como fotógrafo. Este personaje, que pasó su vida entre El Puerto de Santa María (donde una calle con su nombre da la espalda al Hospital) y Jerez, es poco conocido. El ‘Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Provincia de Cádiz’ (1985) le dedica diez líneas en las que nos informa de que fue profesor de dibujo en San Luis  Gonzaga y de pintura en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, situada en los años 30 en el antiguo Convento de Santo Domingo de nuestra ciudad vecina. Pero el Diccionario sitúa la fecha de su nacimiento con diez años de retraso, cuando en realidad vino al mundo en 1886. La verdadera fuente para conocer a Bottaro es un artículo que publicó su discípulo Luis Suárez Ávila en Diario de Cádiz, recogido en 2009 (fecha en la que se expusieron sus fotografías en el “Centro Cultural Alfonso X El Sabio”) por la redacción de la web “gentedelpuerto.com”. Nos habla de su trayectoria artística, de su paso como empleado de la familia Terry (en cuyas bodegas dejó varias de sus obras), de su saber “enciclopédico”, de su amena y chispeante conversación y hasta de su ambigua sexualidad. Su obra escultórica y restauradora se contempla, entre otros lugares, en la Catedral de Cádiz, en la melena de talla de Nuestro Señor Jesucristo Yacente de la hermandad de La Soledad de El Puerto, en la restaurada imagen del San Francisco Javier de Juan de Mesa de la Iglesia de San Francisco de la misma ciudad, en las mencionadas propiedades de la familia Terry, etc. Pero las placas de vidrio que conservamos en la Biblioteca de Jerez, y que gracias a nuestra colaboradora, la historiadora Isabel Granados, hemos comenzado a procesar, son una auténtica rareza gráfica: imágenes sacras, altares, mobiliario eclesiástico, documentos del segundo centenario de la Casa Domecq, y otras tan curiosas como las visitas de Varela o Franco a la ciudad portuense. Más de 400 piezas que un día, esperemos que sea pronto, podamos digitalizar en positivo y ofrecer al público investigador. Natalio Benítez Ragel

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