Cultura

Juan de la Plata, un jerezano para la eternidad

CUANDO, como todos los martes, llegué a la Academia para asistir en este caso a la sesión poética de Carlos Murciano, a quien como siempre acompañaba su hermano  Antonio, tuve noticia de tu muerte. Este tremendo golpe lo recibí donde tantas veces nos habíamos dado cita desde 1987, aunque nuestra amistad y cercanía se remonta a la lejana juventud .

No quiero que tu recuerdo quede guardado  en lo más hondo de mi corazón y por eso a vuelapluma, Juan, quiero compartir contigo todo esa vida volcada en cuanto Jerez significa y que buena cuenta de ello has dado con una vastísima obra literaria que traspasa ese denominador común de tu persona que es la Flamencología. Ahora dejaremos la compañía, tú ya la compartes con él en la Gloria, de Anselmo González Climent, porque los dos sabéis de sobra que “de El Cuervo pá abajo está el ajo”.

Quiero hoy quedarme contigo en Jerez, en este Jerez que a veces se apresura en reconocimientos pero que otras veces en su tardanza no te ha dado ocasión de pasear por tu Parque. Un jardín, que desde tu dimensión de poeta, lo entenderás como un lugar de paz, ajeno a la selva del vivir diario, un lugar desde donde Jerez te siga recordando como aquel autor que se atrevió a escribir un precioso libro sobre las frases y dichos del habla de Jerez de la Frontera, un delicioso vocabulario jerezano.

Más tarde recopilaste una colección de apodos históricos populares, taurinos y flamencos sabiendo que Pemán decía que poner un mote es un arte muy difícil, y ya te lo recordaba Manolo Ríos Ruiz, tu gran amigo, en el prólogo de tu preciosa y precisa obra ‘Los apodos de Jerez’.

También de Jerez, y fuera de esa ininterrumpida y enjundiosa labor periodística, en la que nos dabas a conocer los entresijos de nuestra propia historia, nos has dejado la Historia de nuestros Teatros y me distes ocasión en diciembre de 2003 de presentar tu libro ‘Los tabancos y ventas de Jerez’, haciendo un recuento extraordinario de cafés-cantantes, casinos, ventas y tabancos, estos núcleos donde el proletariado se reunía alrededor de un vasuco. Un sitio donde ‘paraba’ la clase trabajadora mientras la burguesía lo hacía en los casinos.

Quiero hoy contigo, Juan, recordar nuestros encuentros en tu Cátedra, en la plaza de los Silos, junto a los saeteros mayores de Jerez, título que tú creaste para distinguirlos, Acosta, El Carbonero, Eduardo Soto ‘Sotito’, Manolo Sevilla,  Encarnación Rodríguez ‘La Sallago’, y un largo etcétera.

De otra parte tus aciertos en tantas titulaciones flamencas como la Orden Jonda y la presencia que Jerez ha tenido en el mundo flamenco gracias a tus conocimientos y perseverancia.

Cuando hoy me acerqué a despedirme de ti, cuando le di un beso a tu hija Conchita, ese ángel que has tenido en tu enfermedad, su imagen era fiel reclamo de su madre, Concha, esa compañera que fue luz y discreción a tu lado a lo largo de toda su vida.

Estamos, Juan, hablando de Jerez y de eternidades, y como este apunte es fiel reflejo de que tú eres un jerezano para la eternidad, te propongo que nos tomemos la última copa (no creas que lo hago por aquello de que el que va a un entierro y no bebe vino el suyo viene de camino), en la plaza del Arenal, en el Café del Conde, y que allí los tres el conde de Villacreces, tú y yo brindemos con Palo Cortado por haber tenido la suerte de ser jerezanos.

Francisco  Fernández García-Figueras es Académico de Número de la Real de San Dionisio   

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