Cultura

'Lear' de Shakespeare, una apuesta escénica modernista con un texto clásico

  • Una versión diferente de la obra del inglés basada en los conflictos de los personajes

Lo del Villamarta es de hemeroteca. Y lo valoraremos dentro de unos años. En tiempos de vacas flacas, sabe acercar calidad y propuestas como nadie. Un ciclo clásico, donde la obra literaria de Shakespeare, en pleno siglo XXI, sigue siendo tan actual y atemporal como seguramente él quiso que fuera. Provoca el conflicto dramatúrgico, por poco que se esfuerce el libreto o se adorne la escena y se haga buen uso de las técnicas teatrales. En esta ocasión, la apuesta de la directora es respetable. Está llena de arriesgados guiños a diferentes modos de entrar en acción, de insinuaciones a la comedia, el drama, la tragedia y el vodevil. Riesgos, algunos, sin resolver y que a veces peca de dejar al descubierto las carencias del esquema visual, aunque sea en base a una buena intención melodramática. Apuestas dignas de valorar desde incluso antes del desarrollo. El prólogo se hace a telón levantado, mientras el público se acomoda. El impactante comienzo visual de unas hijas turnándose junto a la figura de un padre moribundo intenta desvelar el conflicto inicial y las circunstancias inmediatas del personaje central. Crea ambiente y llama la atención sobre el blanco resplandeciente de la cama y la bata blanca de Lear. La presentación de los personajes en la primera escena, con sonido de nana es atrayente para desvelar intenciones. Pronto quedan claras las intenciones, con un rey Lear autoritario y determinante. La aparición en escena del bufón chulapón, a modo de lazarillo, atempera las iras y airea la atmósfera. Una apuesta interesante que se va diluyendo, porque las líneas actorales se van desgajando y no se plantea un encuentro entre ellas conforma se avanza en el nudo de la trama. Los perfiles de los personajes quedan claros pero las vibraciones entre ellos se ven ensimismadas en sus caracterizaciones, aunque cada intervención del rey hace de amalgama salvadora. Los rencores, las miserias, los intereses por la herencia y las relaciones familiares dentro de la más perspicaz crítica a la sociedad, van sucediéndose. Escenas que contribuyen a ahondar el curso de la acción, por desoladora y martirizantes que sean. Diálogos apoyados en una apreciación nihilista de la existencia. El sinsentido del poder del dinero, del título nobiliario, de los odios entre familiares. La crueldad del dolor humano.

La iluminación, los espacios abiertos y los ritmos del texto están recogidos para dar mayor importancia a la lectura entre líneas que tenemos que hacer los espectadores en todo momento. Se trata de una buena forma pedagógica desde las tablas para los que están sentados en el patio de butacas. Se usa con maestría el recurso de lo figurado para dotar de importancia a lo trascendente del lenguaje humano, sobre todo el oral, y a la vez a lo absurdo del resto de lenguajes, el visual, el no verbal. Ritmo que comparten lo absurdo en un viaje hacia ninguna parte, donde los personajes avanzan pero sin norte. Nexos entre escenas con pinceladas, efectos especiales visuales y sonoros, con una cuidada selección musical que sitúan las acciones en el tiempo y dota de segundas intenciones a cada personaje. Rayos, tormentas, cajas de música, trinos de pájaros, lluvia. Un recorrido sonoro por la vida misma, desde la infancia hasta el ocaso.

La escenografía abstracta adquiere menos sentido conforme la obra avanza y se hace más realista. Mucho equilibrio. Demasiadas simetrías. Como centros de interés permanentes y estáticos, en fondo y en el centro un reloj inglés, testigo mudo del paso del tiempo a dos niveles, el personal y el dramatúrgico, iluminado convenientemente entre escenas; una lámpara de pié palaciega, siempre en segundo plano y en penumbra y un pedestal con un buitre embalsamado que preside en todo momento el presagio de alimañas humanas en busca de su presa. La validez de cada elemento dentro del contexto de la puesta en escena está a veces escondida, pero a la vez, se le saca provecho para dinamizar la escenografía. Una enorme mesa y sillas victorianas de terciopelo rojo que sirven para crear espacios añadidos, de apoyo al texto, aunque quizás dejando espacios abiertos que difuminan la intensidad. La iluminación muy rica en cenitales, frontales y de calles. Todas en busca de dar mayor expresividad a los figurines. Colores ocres y fríos en el vestuario, a excepción del rico contraste de rojos de las sillas y del inmenso poder atrayente del blanco de Lear. Un blanco de un personaje de carne y hueso, con un esfuerzo físico brutal, y que junto al blanco de sus canas destaca por la entrega y la simbiosis con su personaje en todo momento.

En definitiva, una apuesta por ser diferente. La alternancia de escenas paralelas lo consigue. Los contrastes también, en los cartones de mendigos como en la realeza desnuda; en la pureza de una cajita de música o en las atrocidades de las envidias. Una forma muy especial de proponer teatro que en toda la función deja huella en todos los sentidos y donde el epílogo es contundente. Un the end cinematográfico. Padre e hija amada acunados por 'La vie en rose', impregnando a todo bicho viviente. Arriba y abajo del escenario. De película.

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