ARTE

Lección absoluta de mágicos efectos flamencos

  • Las fotografías de Miguel Ángel González, que estos días llenan las calles de Jerez, demuestran que es un artista total

La historia de Jerez con el Flamenco se remonta a la historia de los tiempos y sus mejores postulados se encuentran ensolerados, como el mejor de sus vinos, en las bodegas del tiempo. De eso no hay duda. Querer asumir otra realidad no tiene pies ni cabeza. Ahora, cuando la primavera está a punto de eclosionar, la ciudad de Jerez se sumerge en una vorágine festera que convoca unánime al credo ecuménico de la fe flamenca. Es el Festival de Jerez, punto neurálgico de una actividad que con él centra lo que es el mayor desarrollo cultural de la ciudad.

Yo no les voy a hablar de flamenco; para eso este medio posee importantes firmas que constatan durante los días del Festival tan espectacular desarrollo artístico. Les voy a comentar uno los momentos cumbres en el discurrir de este anual acontecimiento: la exposición fotográfica que, desde hace unos años, Miguel Ángel González, acomete para que los efluvios espirituales de lo flamenco no se quede en mero testimonio de lo vivido, sino eternice su apasionante e imposible emoción.

A Miguel Ángel, por culpa de su profesión periodística y, sobre todo, por su extraordinario talento, se le ha encasillado en fotógrafo de flamenco, cuando su indiscutible realidad artística abarca muchísimo más y es capaz de desarrollar una actividad de mayor trascendencia y afrontar cualquier situación por compleja que ésta fuere. Ya lo ha demostrado en otras circunstancias y en otras exposiciones, con un reconocimiento, también, unánime.

Históricamente la provincia de Cádiz en general y Jerez en particular fue pionera en el arte de la fotografía. Cuando apenas se había comenzado a andar hubo artistas nacidos en este rincón que, con un espíritu casi aventurero, se adentraron por las expectantes aguas de la nueva experiencia. La nómina de artistas ha sido amplia y entusiasta. En estos últimos tiempos, inmersos en una vorágine incesante e implacable, la Fotografía ha marcado las diferencias. Grandes nombres, artistas absolutos, radicales y apasionadamente comprometidos, sentaron las bases de un arte total, de gran trascendencia en el concierto general del Arte. Sin embargo, tan bonancible discurrir tuvo, con el correr de los tiempos, unos desenlaces poco afortunados. Las modas hicieron que, en poco tiempo, la fotografía se convirtiera en una parcela atractiva para casi todos. Menos mal que la sensatez volvió a su cauce y, poco a poco, los advenedizos se refugiaron -no sin cierta carga de vergüenza- en unas estancias de donde nunca debieron salir. Sólo quedaron los verdaderos fotógrafos, genuinos artistas que, desde siempre, lo tuvieron tremendamente claro. Ahora, cuando la actividad se ha consolidado como una realidad artística del más amplio espectro, nos encontramos con un grupo numeroso que, sin solución de continuidad, va más allá de las áreas de la fotografía más comprometida. Y aquí, por derecho propio, sobresale la todopoderosa figura de un Miguel Ángel González cuyo ejercicio diario en los medios periodísticos trasciende de la mera labor informativa, marcando las distancias y posicionándose en unos estamentos mucho más complejos donde la creación artística desempeña su potestad más absoluta.

Ahora, desde la atalaya ciudadana que supone las farolas de la primera vía jerezana, Miguel Ángel nos vuelve a posicionar en la obra de un artista total que sabe ejecutar los tiempos de un arte infinitamente difícil donde todo queda supeditado a la magia de un instante. No es fácil, por tanto, adentrarse en los registros de una actividad que desarrolla infinita plasticidad. Miguel Ángel González, en esta ocasión ha dejado a una parte la parcela periodística, para dejar constancia sólo del determinante poder plástico que se genera en la manifestación del baile. Capta la forma inquietante del flamenco pero deja actuar su condición de artista para desarrollar las infinitas posibilidades que este plantea. Por su obra transcurren los elementos compositivos de unas formas imprevisibles a las que se les da juego desde la condición total del que, también, es creador absoluto.

El flamenco multiplica su condición artística en el objetivo de Miguel Ángel; se hace sublime emoción, acentúa su carácter plástico y adopta los más imprevisibles gestos. Los vuelos de las batas, los rictus imposibles que surgen de los abismos del cante, los impulsos de una pasión contenida son llevados a sus máximos extremos en unos desarrollos plásticos que eternizan los instantes y crean unos entramados artísticos donde los elementos positivan una bellas imágenes llenas de sensual contenido.

La fotografía de Miguel Ángel González manifiesta todo el valor incalculable que supone un ejercicio trascendente donde cualquier mínima esencia se convierte en gesto supremo de arte puro. Estamos ante una actividad superior que exige una mirada limpia y un compromiso apasionado. En este sentido Miguel Ángel González sabe recrear los postulados de un expresionismo formal que acentúa el carácter de un arte sin tiempo y sin complejos.

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