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Cultura

Luces en la niebla

  • Siruela reedita algunos de los inclasificables títulos narrativos de la escritora madrileña Menchu Gutiérrez

En el panorama más bien rutinario de la narrativa española actual, la madrileña Menchu Gutiérrez representa una voz claramente diferenciada que sorprende por el rigor y la autoexigencia de su propuesta, apoyada en una escritura densa, febril, de fondo contemplativo y alto vuelo lírico. No es una propuesta fácil ni complaciente con el lector, pero merece la pena acercarse a sus narraciones -sería equívoco llamarlas novelas- para descansar de los ejercicios de recreación histórica y las fábulas metaliterarias al uso. Con ocasión de su nueva entrega, que tampoco lo es del todo, Siruela, su editorial de siempre, ha reunido en un volumen tres de sus libros anteriores: Viaje de estudios (1995), La tabla de las mareas (1998) y La mujer ensimismada (2001). En el prólogo a La niebla, tres veces, que la autora ha concebido en términos de poética narrativa, Gutiérrez sostiene que le gusta trazar cuadros incompletos, no sólo porque las formas insinuadas resultan más sugerentes, sino porque "el significado debe ser conquistado". La suya es una narrativa de estirpe visionaria y orientada a la introspección, donde conviven, al modo genuino de los románticos, los demonios interiores con los símbolos y las fuerzas de la naturaleza.

"Durante veinte años, viví en el vientre de un faro en la costa norte española; e, igual que había llegado hasta él, casi sin creerlo, con la misma sensación de vivir en un paréntesis del tiempo, un día tuve que abandonarlo". Podría ser el inicio de una narración de corte fantástico, pero es una frase meramente descriptiva que la autora ha incluido en el prólogo a este libro, como todos los suyos, inclasificable, formado por un breve relato donde evoca las sensaciones de su último día en el faro -"un ser vivo, un animal inmovilizado por un hechizo"- y una inquietante historia -que fue su primer texto en prosa, ya publicado en 1994- donde se nos cuenta la convivencia entre un farero y su perro mudo, Basenji, cuyas experiencias se asimilan a las de la narradora. Menchu Gutiérrez pasó, en efecto, "más de siete mil noches" en un faro, "bajo la protección de la luz, quizá formando parte de ella en un sueño". La noche de la despedida comprende, nos dice, todas esas noches, de igual modo que el faro, que fue su casa, representa a todos los faros que existieron o existen, partes de un mismo foco de luz primordial, enfrentada a las tinieblas exteriores que le dan sentido.

En el breve relato inicial que da título al libro, El faro por dentro, aparece invocada la señora Ramsay, el personaje de Virginia Woolf en To the Lighthouse. No es una mención casual o sólo sugerida por la coincidencia parcial del título, pues la narrativa de Menchu Gutiérrez presenta muchas similitudes de planteamiento con la de la gran autora londinense, así el desinterés por la acción propiamente dicha, la exploración psicológica incesante o la prosa reflexiva y en ocasiones oscura, donde no se nos dice todo o se dejan ver cosas que no han sido dichas. Los personajes, vivos o inanimados, expresan los vislumbres y perplejidades de una voz interior, que domina el relato sin que estén muy claras -tampoco importa- las fronteras entre lo real y lo imaginado. Las puertas de la percepción se abren a recuerdos, sensaciones, pensamientos o anticipaciones, en un potente monólogo que apenas deja sitio a la narración de sucesos, porque estos no abundan cuando se vive en un faro y porque la narradora los confunde en una atmósfera onírica, alucinada: "Continúa la niebla apoderándose de las gaviotas, del perfil de la costa, de las columnas que soportan la realidad".

En el prólogo a la citada recopilación, escribe Menchu Gutiérrez, a propósito de la niebla que comparece de nuevo en este relato: "era también una idea, una abstracción en la que me sentía cómoda, como el lienzo todavía desnudo en el caballete". No un mero escenario, sino "una presencia viva". Del mismo modo, el faro no es una mera torre, sino un lugar mágico, que irradia y recibe energía y llega a absorber al protagonista con su poderoso magnetismo. La soledad, el aislamiento, la cercanía del mar o de las tormentas remiten al imaginario romántico en su expresión menos decorativa y más desnuda, pero es la fuerza del discurso interior del farero -de quien tampoco sabemos mucho- lo que singulariza una narración a ratos asfixiante, donde conviven los detalles banales y las referencias al Libro de los Muertos, que hacen dudar de si quien nos habla lo hace desde este mundo o desde un lugar situado más allá de la vida.

Basenji es un texto antiguo, ya se ha dicho, pero su recuperación cobra sentido en el marco de esta emocionante despedida, que hermana las primeras y las últimas sensaciones de la autora después de haber habitado uno de los confines de la tierra. De esa experiencia extrema han nacido un puñado de libros estremecedores donde la luz convive con las sombras, pues de ambas realidades se nutre un proceso de búsqueda que persigue por igual -como ocurre en los grandes poetas- la verdad y la belleza.

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