Lectores sin remedio

De Magneto a Sherlock Holmes

De Magneto a Sherlock Holmes

De Magneto a Sherlock Holmes

Bromeaba con algunos amigos sobre si el personaje histórico que aparecía en aquella vieja y olvidada foto de los años treinta, no habría servido a Stan Lee y Jack Kirby para crear su luego famoso personaje de cómics de la Marvel 'Magneto'. El personaje de la foto no era otro que el bibliotecario y arqueólogo municipal de Jerez Manuel Esteve, tocado con el casco griego en el año 1938 (ver: 'Manuel Esteve y el casco griego: a propósito de una fotografía'. Diario de Jerez, 16 julio, 2022), y cuyo parecido con aquel Magneto era asombroso. Bromas aparte, días después, en la presentación de la última entrega de la serie de novelas de las que soy autor junto a José López Romero, y que tienen como protagonista al huraño y escéptico inspector Castilla, esperé que al final del acto, en el turno de preguntas, alguien hiciera una especialmente deseada por mí, sobre si nos habíamos inspirado en alguien real para crear al mencionado inspector de policía. Pero nadie la hizo, por lo que me vi obligado a dejar mi respuesta para mejor ocasión, aunque hoy, ya que estamos transitando por este apasionante asunto que no es otro que hurgar en la parte de realidad que se esconde tras muchos personajes de ficción, me van a permitir dar algunas pinceladas poco conocidas sobre dos de ellos: en 1870 el bostoniano George Francis Train emprendió el primero de sus tres viajes alrededor del mundo.

Era la época de los globos aerostáticos, los barcos y locomotoras de vapor, lo último de la tecnología del transporte, y pese a todo una hazaña como la de Train era algo inusual, un auténtico reto. Sin embargo, pese al eco que en su momento tuvo aquella aventura del norteamericano, pronto cayó en el olvido aunque un avispado escritor francés, Julio Verne, tomaba muy buena nota de ella para escribir su universal ‘La vuelta al mundo en ochenta días’, y sobre todo para dotar al protagonista de aquella aventura, Phileas Fogg, de muchos de los rasgos de aquel Train que ya en su vejez se lamentaba con aquella frase que luego recogería el escritor Allam Foster: “Me ha robado la gloria. ¡Phileas Fogg soy yo!”. No le va a la zaga la historia que se oculta tras Sherlock Holmes, el sugerente detective victoriano que un día creara Arthur Conan Doyle. Al parecer tras el frío, asocial y deductivo personaje de Holmes había un alter ego real que no era otro que el por entonces afamado doctor escocés Joseph Bell, también dotado de grandes dotes de observación, y que no pasaron desapercibidas a Doyle como tampoco las características prendas de vestir de Bell (ver ilustración) entre otros muchos detalles, cosa que pareció no incomodar a aquel doctor que incluso prologó tiempo después uno de sus libros. 

Identidades

"Todos los países tienen su lienzo grandioso, Sasha, la presunta obra de arte que cuelga en el salón sagrado y que resume la identidad nacional para las generaciones futuras. Para los franceses es La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix; para los holandeses, La guardia nocturna, de Rembrandt; para los estadounidenses, Washington cruzando el Delaware; ¿y para los rusos? Para los rusos son dos cuadros gemelos: Pedro el Grande interroga al zarévich Alekséi, de Nikolái Ge, e Iván el Terrible y su hijo, de Iliá Repin. Durante décadas, esos dos cuadros han sido venerados por nuestro público, elogiados por nuestros críticos y copiados por nuestros diligentes alumnos de Bellas Artes". Le comenta su amigo Mishka al conde Aleksandr Ilich Rostov, el exquisito e ingenioso protagonista de ‘Un caballero en Moscú’, la exitosa novela de Amor Towles. Y cuando leí este pasaje, de inmediato pensé en el cuadro o cuadros que mejor podían expresar la identidad del español.

En más de una ocasión he leído u oído que el famoso Duelo a garrotazos de Goya bien podría definir esa alma cainita que todo español llevamos en lo más profundo de nuestro ser; de ahí que tanto nos cueste cerrar heridas, olvidar ofensas; de ahí que guardemos el rencor hasta que nos pudre las entrañas. Las pinturas negras, en general, del genio aragonés son una buena imagen o definición de lo que somos. Y en esa misma línea de guerra y destrucción, que también señala Mishka como propia de la naturaleza rusa, puede incluirse entre nosotros el Guernica de Picasso. Y sin embargo, aun reconociendo un doloroso pasado, me resisto a reconocer que a estas alturas del siglo XXI sigamos pensando que el cuadro más definidor del ser español, el que “resume nuestra identidad nacional” sea el de dos hombres matándose a garrotazos, a menos que el cainismo siga reportando un buen rédito político. José López Romero

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