XLVIII Fiesta de la Bulería

Manuela tuvo que ser

  • La Carpio revoluciona con su baile una edición poco brillante a nivel artístico pero que consigue meter en el patio de San Fernando del Alcázar a unas 1.800 personas

Unas mil ochocientas personas acudieron al que ha sido el quinto emplazamiento de la Fiesta de la Bulería en sus 48 años de vida, el patio de San Fernando del Alcázar. El enclave, declarado Monumento Artístico Monumental, quizás contenga, si contamos con esas gradas antiestéticas y que en algunos de los casos atentan contra esta denominación, el aforo ideal para estos tiempos, en los que dos mil personas puede ser una cifra perfecta para un festival venido a menos en los últimos años (siempre que se ha tenido que pagar, claro). Sin embargo, hay que contar también que lo del pasado sábado fue algo atípico sobre todo en lo que respecta al precio de las entradas, 20 euros, y a la confección del cartel, que no había levantado especial atracción entre los aficionados al flamenco.

 

La cifra evidentemente ha conseguido ser un filtro interesante pues los que acudieron a la cita eran personas dispuestas a escuchar, muchas de ellas de fuera de la ciudad y otras tantas extranjeras, a las que había que añadir el paquete protocolario del Ayuntamiento, cercano a las quinientas entradas. Lo mejor es que se evitaron situaciones anómalas, y el que en algún momento necesitó refrescar el gañote sólo tuvo que abandonar el recinto amurallado y pasar por el bar colocado fuera del mismo, que dicho sea de paso, se había rodeado como una obra, un detalle un tanto triste si hablamos de un lugar como el Alcázar.

 

Artísticamente, las casi cuatro horas de espectáculo tuvieron pocos momentos de grandeza. Sólo el ímpetu de Manuela Carpio, la última en subirse al escenario, maquilló una edición más bien pobre y en la que los considerados platos fuertes pasaron cumpliendo el trámite.       

 

Abrió la velada Lole Montoya, una artista experimentada y que aún conserva esa maravillosa voz que allá por las décadas de los setenta, ochenta e incluso los noventa hizo historia en el famoso dúo con Manuel Molina. Acompañada por la guitarra de Joselito Acedo, perfecto en su aportación, la trianera, que contaba con muchos seguidores, retrotrajo al público a ese tiempo de gloria con temas memorables como 'La mariposa' y 'Romero verde', que dedicó a Manuel Molina, o con otros más recientes como los 'Tangos del silencio' o las alegrías 'Brisa de mar', incluidos en su disco 'Metáfora'. Muy profesional, Lole recordó a Lorca poniendo música al poema 'El Balcón', a Moraíto, al que dedicó un tema por bulerías, y añadió a su acervo ese toque andalusí que siempre defendió. Pero, los años pasan y conforme discurrían los minutos, su voz se veía más rozada, sufriendo al buscar los tonos altos y perdiendo frescura. Aún así, no se le pudo pedir más y durante casi cuarenta minutos derrochó todo lo que pudo sobre las tablas. 

 

Más exigente habría que ser con la otra gran dama de la noche, Remedios Amaya, que se limitó una vez más a cumplir con el trámite. Tangos y bulerías fueron sus únicas aportaciones, extensas sí, pero cortas para una artista, en teoría cabeza de cartel, y a la que habría que pedir mucho más. Si el año pasado, en su colaboración con Diego Carrasco, lo bordó, esta vez, cuando tenía que encarar al toro en solitario, cumplió sin arriesgar en exceso. A veces habló más que cantó, una pena.

  

De cualquier manera, no se puede negar su empaque y ese tono camaronero pero a la vez propio que le ha hecho crear un estilo distinto y que en Jerez tiene cameladas a las nuevas generaciones femeninas. 

 

En medio de la noche, un cuadro, 'Arte añejo', con el que se pretendía rescatar el alma de aquellas noches interminables de la Bulería. La Plazuela y Santiago, representados en nombres veteranos como Chico Pacote, Alfonso Carpio 'Mijita padre', Paco Ruiz Méndez y Lorenzo Gálvez 'Ripoll', al que el público dedicó una ovación tras superar recientemente una operación de corazón. Lo vimos bien, con ganas, y abanderando con seriedad al barrio, cada vez con menos defensores en el cante. Da gusto escuchar esas letras cortas por bulerías de Jerez, aderezadas por un compás extraordinario, y dos guitarras, la de Niño Jero y Domingo Rubichi, que son hoy por hoy auténticos referentes en esta parcela. Ripoll es historia viva y por ello es lastimoso que no podamos disfrutar de él más a menudo. Su cante encendió a Rosario La Majuma, que se marcó una pataíta muy aplaudida.

 

El peso de la tradición lo llevan también Chico Pacote (espléndido en la pata por bulerías que levantó los gritos de Remedios Amaya desde el 'backstage') y El Mijita, patriarca de una saga exitosa. Su cante sabe a Plazuela, y aunque a veces les cuesta encontrar el tono de la guitarra, su eco y sapiencia representan un modelo genuino y de lo más castizo.    

 

Clásico es también Paco Méndez, al que después de muchos años volvíamos a ver encima de un escenario. Tardó en afianzarse, pero cuando se acomodó, dio muestras de que ha vivido y conoce el cante como nadie. Jerez y su sonido más propio, un ejemplo de cómo se tiene que cantar y cómo se ha cantado siempre en esta tierra. De cantar y de bailar, porque si La Majuma abrió el tarro de las pataítas, no fueron menos las de otro 'eterno', El Cabero (que compartió palmas con El Chusco), con esos quiebros que ni Messi, y el Zorri, que sumó a la fiesta dando una lección de gracia y compás. Ni amarrándole los pies se pierde...  

      

Pero las cosas como son, y si hubo alguien que levantó y caldeó el ambiente de esta XLVIII Fiesta de la Bulería fue Manuela Carpio, a quien Pepe Marín (el único que se acordó de Juan de la Plata, creador de la fiesta, fallecido este año y a quien el Ayuntamiento ha obviado. Mucho cartelito y fotito en el escenario pero ni una sola mención a él) presentó de manera original. Estaba claro que si había alguien capaz de romper el hielo de la noche esa era ella, y vaya si lo rompió. Cierto es que cuando una se arropa de colosos en el atrás como Miguel Lavi, El Extremeño, Juanillorro y El Quini, todo es más fácil, aunque muchas o muchos ni con eso levantan la chispa. Manuela, que cuida al máximo los detalles, hizo las veces de directora (porque domina y controla toda la escena), de madre (dando su sitio a cada cantaor, incluyendo a Iván Carpio, que sorprendió con su cante, y a su primo Israel Carpio, sobrado de arte bailando por bulerías) y lo más importante, de bailaora porque su manera de concebir el baile es diferente y por desgracia, está en peligro de extinción. 

 

Por soleá escuchó el cante, y supo esperar su momento, como un matador en la suerte de recibir. Arriesgando, con temperamento y con máxima naturalidad, porque el baile de Manuela sale de dentro, es pura inspiración, puro gesto.  Fue una simbiosis perfecta con cada uno de sus cantaores, cada cual con un metal distinto, y con una guitarra correcta, la de Juan Diego Mateos.  

 

El público, al menos el que quedaba porque eso de poner el baile como colofón no es la mejor idea, la despidió en pie convencidos de que había sido lo mejor de la noche.  

Ahora habrá que sacar conclusiones, porque aunque algunos pretendan sacar partido de esta nueva propuesta por aquello de las 1.800 personas, no hay que olvidar que para recuperar su grandeza aún hay que seguir dando pasos importantes. Aunque de momento, y supongo que al fin han encontrado una justificación a lo del 'Origen' del cartel, ha sido el punto de partida. Larga vida a la Fiesta de la Bulería.  

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