Cultura

Muere Carlos Ayala, uno de los grandes de la pintura de Jerez

  • El pintor, de 78 años, formó parte de aquella generación de artistas que abrieron horizontes

El pintor Carlos Ayala falleció ayer en Jerez a la edad de 78 años. Su nombre estaba ligado a lo mejor de la pintura jerezana de los últimos tiempos - yo diría que fue uno de los grandes artistas que ha dado esta ciudad -. Formó parte de aquella pléyade de artistas que, allá por los años cincuenta de la anterior centuria, dieron el paso adelante y, tras formarse en los talleres de alguno de aquellos pintores ilustres de Jerez, encaminaron sus pasos para Sevilla y terminar su formación en la entonces Escuela Superior de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría.

Carlos Ayala fue compañero de estudios de otros muy buenos artistas de Jerez - Gutiérrez Montiel, Vicente Vela, Jesús González, Juan Padilla Pardo, Joaquín Cañete, Manolo Daza, María Manuela Pozo o Eladio Gil, entre otros -. Su carrera, desde muy joven, tuvo el reconocimiento unánime. Fue pintor con mucha personalidad, tanto ante los caballetes como en su existencia diaria. Compartió escenario con aquellos buenos autores que, en Jerez había, y que hacían una pintura muy bien estructurada en fondo y forma. Artistas grandes que, cada uno en su estilo, dieron trascendencia a un Arte que, sobre todo y ante todo, tenía segura calidad y mostraba los parámetros de una plástica con mucha fortaleza artística.

Fue un artista sin prejuicios que logró de la figura una manifestación de la perfección formal

Carlos Ayala fue artista sin prejuicios y el poder convincente de su marca como pintor venía de su indiscutible valía, de su determinante obra y de la calidad artística que ésta suscribía. Fue pintor seguro, consciente de lo que hacía y sabedor, en todo momento, de lo que quería de una profesión a la que muchos llegaban con posturas un poco extrañas. El artista jerezano dio forma a una figuración que hacía trascender mucho sentido, dando entidad superior a la pintura realista y posibilitando que ésta se alejara de los pacatos planteamientos que, desde siempre, se habían dado en este tipo de manifestación artística.

Su figuración consiguió un expresionismo que se planteaba más que desde la vehemencia de la pincelada y del poder material de las formas utilizadas, del patrimonio ilustrativo que manifestaba. Sus personajes han mostrado actitudes cercanas pero transcribiendo gestos poderosos, duros, apasionados, enigmáticos...; en definitiva, de lo más expresivos. En sus obras nos encontramos con aspectos de una sociedad que él interpretó a su manera, imprimiéndoles potencia visual, energía física y, siempre, una mirada llena de tristeza, ensimismamiento y contención. Una pintura tremendamente personal, fácilmente clasificable de un autor que consiguió de la figura una auténtica manifestación de perfección formal al tiempo que acusadora de la más descarnada realidad existencial.

Carlos Ayala ha ocupado, por derecho propio, una de las páginas más personales y auténticas de la pintura de esta ciudad. Fue un artista total que hizo, desde un principio, la pintura que siempre quiso, aquella que tenía que hacer y que consiguió mediante un lenguaje único, lleno de energía y absoluta dimensión artística.

Ahora, sin él ya, su pintura va a permanecer; su posición como artista genial va a trascender infinitamente, abriéndose eternamente a la historia del Arte de esta ciudad y dejando una huella imborrable.

El discurrir implacable de la vida ha impuesto su descarnada potestad. El nombre de Carlos Ayala y los de Vicente Vela, Juanito Gutiérrez Montiel, Joaquín Cañete, María Manuela Pozo, Piluca Gotor, Paco Toro, Eladio Gil y Manolo Daza van a conformar un extraordinario catálogo, en la distancia eterna, que quedará siempre vivo en nuestro recuerdo.

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