Lectores sin remedio

Orient-Express

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Reconozco que no le he prestado entre mis lecturas mucha atención a la literatura de viajes, quizá porque ese hueco en esta página lo llena a la perfección mi compañero y amigo Ramón, experto en la materia como así atestiguan obras como la exitosa ‘La costa’ (Peripecias) o ‘Viajeros apasionados. Testimonios extranjeros sobre la Provincia de Cádiz 1830-1930’ (Diputación de Cádiz).

Pero también debo confesar que como lector de nacimiento nunca le he hecho ascos a un buen libro, sea del género que sea. Por eso, cuando hace unos días cayó en mis manos en forma de regalo ‘Orient-Express. El tren de Europa’ de mi admirado Mauricio Wiesenthal no dudé en hincarle el ojo. Leer a Wiesenthal cuando trata en sus textos de asuntos de su Europa, de la misma Europa con la que se le llenaba la pluma a su maestro Stefan Zweig, es transportarse a ese continente que alumbró toda la cultura por la que ahora, o quizá mejor a finales del siglo XIX y principios del XX, ser europeo era sinónimo de prestigio y autoridad.

En ‘Orient-Express. El tren de Europa’ Mauricio Wiesenthal nos lleva por la historia no solo del tren sino de todo el continente que atravesaba de uno a otro extremo en los diversos recorridos que aquel realizaba. Lo que aprovecha el autor de forma magistral para adentrarnos en las anécdotas y curiosas historias de las grandes personalidades que tenían al Orient-Express por su medio de transporte más habitual. Y por las páginas del libro, como por los vagones, como si estuviésemos viéndolos, pasean Colette, Coco Chanel, o el magnate del petróleo Calouste Gulbenkian y su salida de película de Estambul, o el traficante de armas Basil Zaharoff y su larga historia de amor con la aristocrática española Mª del Pilar Muguiro y Beruete, casada y después viuda de don Francisco María de Borbón-Braganza y Borbón…

Y así una larguísima lista de personajes de la época que frecuentaron el célebre tren y en la que no faltan, no podrían faltar de ninguna manera, los grandes escritores, entre ellos la que elevó al tren a personaje novelesco: Ágatha Christie o el mismísimo Zweig; o grandes músicos como Gustav Malher, Richard Strauss, Manuel de Falla o Debussy. Por no hablar de la nobleza y realeza europeas: Eduardo VII, el duque de Windsor, y su esposa Wallis Simpson, o las andanzas erótico-indiscretas que se corría Leopoldo II de Bélgica, o la turbulenta historia de los reyes de Rumanía. Brillo, lujo, glamour que Wiesenthal nos va describiendo con todo pormenor, en sus más mínimos detalles; así como las estaciones: la “Gare de Lyon” o la “Victoria”. Pero también los padecimientos de aquel majestuoso tren en las dos guerras mundiales y las dificultades para atravesar los países del Este en los años 50 del pasado siglo.

Experiencias que el propio Wiesenthal va desgranando como apasionado viajero, no como esos turistas de sandalias, pantalón corto y gorra de béisbol que en la actualidad ensucian las ciudades y manosean monumentos. En todo el libro, de una lectura tan interesante como encantadora, divertida y conmovedora por momentos, se respira una atmósfera de nostalgia por un tiempo ya perdido para siempre, por una forma de viajar que ya no existe, por esa vieja Europa tristemente olvidada, por el mundo de ayer. José López Romero.

Francisco García Pavón y el olvido

Hacíamos, en un anterior artículo, un recorrido general por la historia de la novela policiaca, para finalizar en ese subgénero denominado “novela negra” de incontestable éxito en la actualidad. Como en toda visión general dejamos en el camino, por falta de espacio, algunos nombres (P.D. James, Consuelo Sáenz de la Calzada, etc.) pero hoy nos gustaría detenernos brevemente en uno en particular: Francisco García Pavón. Fue este manchego un escritor notable y pese a ello, un manto de olvido ha caído sobre él (como sobre tantos otros, recuerden a Manuel Halcón) que ni siquiera la celebración de su centenario (2019) fue capaz de levantar.

Sin embargo, conviene tener presente que García Pavón dio a la literatura ese personaje impagable de Plinio, el policía rural de Tomelloso, con el que se iniciaba el camino de la literatura policiaca en nuestro país. Ya con la primera de sus novelas, ‘El reinado de Witiza’, lograba ser finalista del Nadal, que finalmente conseguiría en 1969 con ‘Las hermanas coloradas’, otro caso de Plinio. Pese al éxito de Plinio, la Transición pareció tener entre sus prioridades romper con todo lo anterior, y en tal proceso se cometieron algunas injusticias literarias, que en el caso de Francisco García Pavón, llevaría al periodista Enric González a escribir “A España le faltan muchas cosas para tener arreglo, una de ellas que García Pavón esté en las librerías” (cita recogida del excelente artículo de Cristian Segura “El escritor que llevó la novela negra a la España vacía”. El País. 28.9.2019).

Ha tenido que pasar el tiempo para que hoy, aparte del interés y calidad de esas novelas (no recogida plenamente en la adaptación televisiva de principios de los años 70 del pasado siglo, con guión de José Luis Garci y en la que el actor Antonio Casal ponía rostro a Plinio), encontremos en ellas una sutil profecía sobre el abandono de la España rural, y que recientemente han tratado con tanto éxito ensayos como ‘La España vacía’ de Sergio del Molino o novelas como la de Santiago Lorenzo ‘Los asquerosos’. Ramón Clavijo Provencio.

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