Cultura

Psicoanálisis del humor

Autor: Woody Allen Dirección: Tamzin Townsend. Reparto: Luis Merlo, María Barranco, Javier Martín, José Luis Alcobendas, Beatriz Santana. Ayudante de Dirección: Fran Arráez. Diseño de iluminación: Felipe Ramos. Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez. Espacio sonoro: Isabel Montero. Lugar: Gran Teatro Falla. Día: 3 de diciembre. Hora: 22.00.

En manos de cualquier otra persona, el planteamiento de esta obra la encaminaría de cabeza a situarse entre los dramones más lacrimógenos del panorama mundial: un marido abandonado cuya neurosis obsesiva e inseguridad le hace hablar con personajes ficticios y agarrarse al endeble salvavidas de la farmacología; una mujer aparentemente alegre que proyecta en las demás parejas las frustraciones de su propia relación; otro marido despreocupado de su mujer y absorbido por un trabajo que le ocupa las 25 horas del día... Lo dicho, un drama.

Pero Woody Allen -nada que descubrir a estas alturas- psicoanaliza las debilidades humanas, destroza la tragedia y conduce los diálogos y las distintas situaciones al agradecido terreno de la comedia. Reírse de los problemas para olvidarlos. O para afrontarlos, quién sabe.

El armazón de la obra, conocida por la gran pantalla, se sustenta en esta versión por un elenco de éxito que sabe manejar con exquisito acierto los resortes del humor. Los actores se mueven en torno a la pareja protagonista con firmeza y acierto, mientras que Luis Merlo y María Barranco, quizás algo más el primero, sostienen el trepidante ritmo de la pieza con un derroche de energía e interpretación que resultan vitales en este montaje. La actriz malagueña, más habitual en el cine que en las tablas, deja algún delicioso momento Barranco -"No estoy enfadada"-, mientras que Merlo hace crecer a Woody Allen -sobre todo físicamente- y le rinde pleitesía con algunos gestos -bailes y dubitativos acercamientos amorosos- que en ningún momento sustituían al personal y brillante estilo del actor.

La escenografía y la iluminación hacen efectivo los cambios de escenario, pues el salón de la casa del protagonista se torna en discoteca, sala de arte o en el lago de Central Park con abrumadora sencillez y economía de medios, con un sofá rojo como omnipresente elemento. El sofá de las charlas, el sofá como desahogo, el sofá como cama y hasta el sofá como barca con la presencia de un simple remo. El sofá como terapia, vamos, como símbolo del psicoanálisis que perennemente aparece en Allen.

Y sus diálogos, por supuesto, brillantes, sarcásticos e irónicos, adobados sin sobresaltos con moderneces como los móviles y el wifi, y cuyas píldoras, las mismas que tienen ahogados y enganchados a los protagonistas, son por momentos memorables: "No me he reído tanto desde el proceso de Nuremberg". Por ejemplo.

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