Cultura

Queremos tanto a Laura

  • El rescate de una gran novela generacional sobre algo tan idiota como la obsesión del amor

Charles se llama nuestro hombre, nuestro chico. Simplemente, Charles. Laura, ella se llama Laura. Debe de ser muy guapa, aunque eso nos lo cuenta Charles, que qué va a decir él, que viaja por las páginas como abotargado, atontado y empanado por esa mujer, Laura, casada con Buey, del que no sabemos nada, y que vive en una ciudad de Estados Unidos, posiblemente Washington, en un chalecito suizo con una niña de siete años a la que adora y que no es suya. Luego están Sam, vendedor de chaquetas en paro; Betty, la secretaria con las piernas rotundas enfundadas en esas botas espantosas; Clara, la madre de Charles, que está como una regadera; Pete, que es el marido de Clara pero no el padre de Charles y que tiene una seria confusión acerca de su entorno... y J.D., el borracho circunstancial. Me detengo un segundo en J.D., que es un personaje sin enjundia en Postales de invierno, una novelita de larguísimos y divertidísimos diálogos publicada por Ann Beattie, entonces semiadolescente, en la resaca jipi de 1976, pero cuya traducción no vio la luz en España hasta hace cuatro años.

Hablábamos de J.D., una creación satélite, el chico casual con el que se emborrachan Charles y su amigo Sam en una hamburguesería. J.D. es un guiño. J.D. Salinger murió a los 91 años en 2010, como se sabe, separado del mundo o de lo que el mundo editorial considera el mundo, pero, al mismo tiempo, embarrado en un litigio complejo con un editor sueco que a finales de los 90 había decidido rescatar el personaje de Holden Caulfield para situarlo en un geriátrico del que se escapa, al igual que Holden se escapaba del internado. Para los olvidadizos, Holden Caulfield es el adolescente universal que protagoniza El guardián entre el centeno, la novela generacional por definición, la que llevaba en el bolsillo del abrigo el tipo que disparó a Lennon, la obra que leída a la edad adecuada es una bomba de racimo.

Beattie, que cuando escribió Postales de invierno no dejaba de ser una niña con acné que en nada se parece a la señora que tiene hoy una cátedra de Literatura en Connecticut, menciona varias veces a Holden Caulfield porque, al igual que en otra novela generacional, la bárbara Trampa 22, un relato repleto de Caulfields en mitad de una guerra, su Charles tiene algo del Caulfield asentado en la vida, oficinista. Y obsesionado con Laura. Holden Caulfield ha ido creciendo en innumerables novelas de escritores influidos por J.D., quisiera o no Salinger.

Si El guardián entre el centeno arranca con la descripción de un amor caótico, es decir, adolescente, con grandes dosis de las implosiones químicas que anidan en los órganos adolescentes, Beattie nos sitúa en esta estampita de lo cotidiano, de una existencia, como a mitad de escena. Irrumpimos en la vida de Charles en lo que no parece ser el principio de su historia, cuando él y toda una generación esperan el nuevo disco de Bob Dylan, que será Blood on the tracks, el último gran disco de Dylan, que arranca con esa despampanante canción que narra un romance con una mujer casada, Tangled up in blue. Estas postales tienen mucho que ver con la lírica de Dylan.

Los libros -los libros que realmente nos interesan, digo- llegan a nuestras manos por razones misteriosas. Postales de invierno no es más que una historia de amor, ni siquiera una gran historia de amor (un soufflé, un vinilo...), que crece en su aparente esto-no-tiene-importancia como la gran obra que es. Charles, cazado como en una foto a traición en su inigualable y única bobería. Encantadora.

Ann Beattie. Trad. Marta Alcaraz. Prólogo de Rodrigo Fresán. Libros del Asteroide. Barcelona, 2008. 362 páginas. 18,95 euros

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