Flamenco

La Reunión del Cante en El Puerto sigue sonando a Cádiz y los Puertos

  • Antonio Reyes, Carmen de la Jara y Pansequito protagonizan una gran noche de arte en el portuense Teatro Municipal Pedro Muñoz Seca

A la vieja y portuense 'Reunión del Cante de Cádiz y los Puertos', que nació a principios de los años setenta del pasado siglo, le han cambiado el nombre. Cuentan que ello se debe a las críticas que se hacían por el hecho de que en ella ya no se cantasen los estilos propios de la zona de referencia. Es una pena, y no es porque no me guste la nueva denominación, sino porque, de los eventos históricos que habrían de nacer en una etapa de tanta revalorización, éste era uno de los pocos que, aún con sus ausencias, se había mantenido e incluso resurgido con la inauguración del Teatro Muñoz Seca. Pero, en el año en el que ha estrenado nombre, hay dos cosas que destacar: una, que los cantes de Cádiz y los Puertos siguen sonando, aunque no sea de forma exclusiva como alguna vez fuera; y dos, que poco importa el origen de lo que se escucha, si se trata de cante verdadero, cabal y redondo, que fue lo que mayormente ofrecieron los tres artistas reunidos en la noche del sábado portuense.

Porque si, en gloriosas noches no tan lejanas (mediados de los noventa), escuchábamos a Fernanda de Utrera o a Chocolate, qué peros se le podían poner a que la de Utrera hiciera la soleá de la Serneta o a que Don Antonio Núñez se arrancara por unos fandangos personales. Sin embargo, se decía que en La "Reunión" no se podía cantar por fandangos. Y es curioso, porque, por ejemplo, la soleá de la Serneta volvió a escucharse en la voz de Antonio Reyes, y fandangos hicieron los tres protagonistas de la noche. Cada uno de una forma distinta a la de los otros, y todos cantando por derecho y en la mejor versión de sus respectivos estilos, lo que, trasladado a una consideración global de lo que ofrecieron, terminó por ofrecer una noche que fue tan rica por su variedad como por la intensidad de cada una de las partes que compusieron la función en el municipal portuense.

Resumiremos para que no se diluya la impresión que se trata de trasladar. En primer lugar, Antonio Reyes, joven cantaor de Chiclana. De él, más allá de los méritos que le avalan -sus premios o su reciente y brillante primera grabación-, hay que contar que está cantando de una forma que enamora: templado, con mesura, administrando los tercios con maestría y, sobre todo, disfrutando muchísimo de todo cuanto hace. Lo vimos muy centrado, haciendo el cante más difícil, el que se mueve entre los silencios y la palabra bien dicha y entonada.

En la misma y singular sintonía se movió ese excelente tocaor que es el jerezano Antonio Higuero. El otro Antonio supo estar dulce en algunos momentos -los tangos, por ejemplo-, y dramático en otros, como en la seguiriya, donde dolían sus ayeos. Antes, había regalado una serenísima tanda de soleares con recuerdo a La Serneta o a Frijones y un remate acaracolado para delirio del respetable. Por bulerías estuvo especialmente gaditano. Ya anteriormente, homenajeó a Camarón y esta vez fue recordando a La Perla. Su intervención concluyó, después de unos fandangos, con la zambra como homenaje explícito a Caracol en su centenario y acompañando el hermoso baile descalzo de Patricia Valdés. Otra vez la dulzura.

Frente al de Chiclana, Carmen de la Jara entró como un torbellino con unas alegrías de reminiscencias antiguas y muy gaditanas, la referencia dominante en toda su actuación. Muy de Cádiz y de su Bahía fueron los tangos, y en las bulerías redondeó la suerte con el "sarape" y terminó por hacer homenaje a La Perla con la "catapacia". Y, por si fuera poco, en las seguiriyas, no muy habituales hasta ahora en su repertorio, reunió los estilos de Tomás El Nitri, El Viejo de La Isla y El Mellizo. Y todo ello cantado con gusto y a un compás trepidante, acorde con el que le imprime su guitarrista Juan José Alba. Realmente, y si nos remitimos a las viejas exigencias, ella sí que habría superado todos los requisitos de gaditanía para estar en la reunión.

Y Pansequito. Lo de José Cortés se mueve ya en los terrenos del clasicismo. Pocos quedan ya con ese metal y la personalidad que imprime a todo lo que canta. Su peculiar forma de alargar los tercios haciendo cabriolas con ellos. Su cante, muy ligado y arrojado, que deja a uno extenuado con la sola escucha. Acompañado magistralmente por Moraíto, hizo unas soberbias alegrías, registró la soleá con ecos de Alcalá y Utrera, y dejó impresa una monumental taranta con cartagenera que ponía los vellos de punta.

Todo ello, antes de regalar unas bulerías, en las que se acordó de Alfonso de Gaspar, y una tanda de cuatro fandangos, tres de ellos a palo seco. Ahí queda eso.

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