Cultura

Sombras en Santa María

  • La muerte del cantaor Chano Lobato deja la imagen de un barrio solitario al igual que la placa que lleva su nombre en la finca donde nació · La asociación de vecinos inaugurará un busto el 15 de mayo

Una sombra esquiva planea sobre el Barrio de Santa María. Corre por Santo Domingo, se cuela por Botica, baja a la Plaza de las Canastas. Una sombra. Una sombra nada más. Ni se llora, ni se reza. ¿Se recuerda? Siempre. Chano, Chano de Cádiz, ha muerto. Y la cuna de su cante está mecida de sombras. En el Barrio hace calor. Un calor oscuro. El Barrio está solitario, huérfana la placa que lleva su nombre. Ni un ramo. Ni una vela en Santo Domingo, 37. La casa donde nació. Pero en Botica se oyen voces. Sentados a la vera de su casapuerta Manuel y Juana, parecen dos sombras del pasado. Como Chano. Ese amigo que se fue del barrio con sus historias, con su cante, a buscarse la vida. Así lo recuerdan. Sin velas. Sin ramos. Sin lloros. Ni rezos. Sus palabras lo hacen inmortal.

“Era tan guapo. Y tan bueno para su madre y sus hermanas. Yo me iba con él a los bailes y luego siempre me acompañaba hasta casa”, Juana parece verlo “cantando” y “roneando a las niñas” de una puerta a otra, de un colmado al siguiente. “¡Oh! No lo pasábamos bien... Hace tanto... Fíjate, ya todos nosotros tenemos ochenta y tantos. Pero antes... ¡Oh!”, con su vozarrón de cueva y ajustándose el cinturón de la bata de paño, Manuel, uno de los amigos de la infancia del cantaor, se jacta de las correrías juveniles del grupo de chavales que entonces se pavoneaban por Santa María.

Santa María. Más sola que nunca. Como en un letargo, la inscripción parece pequeña en una pared tan desnuda. “Juan Miguel Ramírez Sarabia. Hijo Predilecto de la provincia y de la ciudad de Cádiz y de Medalla de Plata de Andalucía”, cuenta la placa ribeteada. “Por aquí sólo han venido las televisiones . Hay gente que viene y le echa fotos pero como todos los días, no más”, desde un balcón una vecina de la finca vocea la información. No conocía a Chano. “Esta finca está rehabilitada y aquí ya no quedan vecinos de los antiguos”. Son sólo sombras.

Lo mismo ocurre en la Plaza de las Canastas, donde ya no hay canastas pero sí un supermercado y un estanco, y en los alrededores del Matadero, y en la plaza de la Merced... La muerte de Chano pone en evidencia la muerte de una forma de vida. Del flamenco como estilo vital. De una parte añeja del barrio de Santa María “donde hasta los niños te cantan por alegrías”, como mandaba la tradición.

Buena fe da Alfonso del Valle, Bendito de los Gitanillos de Cádiz: “Cuando el padre de Chano murió en un accidente llevando pescado a Leganés en un camión que se llamaba El Macanero, Salvador Navarro lo metió en el puesto del padre. Entonces yo iba con Chano porque yo también trabajaba en el pescado. Entonces nos íbamos a la Plaza de las Canastas y cuando terminábamos tirábamos para la calle Ceballos a tomarnos un vinito blanco o un valdepeñas, lo que nos llegaba el dinero. Y de ahí, a cantar y a bailar por el barrio y por donde no es el barrio”.

Alfonso, como Chano, también salió de su barrio, El Mesón, para recorrer el mundo con su arte. “Nos encontramos en Australia, cuando él iba con la compañía de Antonio El Bailarín y en París, con Manoli Vargas... Hemos pasado mucho por el mundo, pero también nos hemos reído”, dice emocionado el artista.

Risas. Su ánge innato todavía resuena en boca de los vecinos. En la plaza de la Merced –con un centro flamenco mudo– Uchi, amiga de la familia “de toda la vida”, admira “la manera especial” en que el artista “contaba las cosas”. “Te tenías que tirar al suelo”, asegura. “Y lo buena gente que era. Quería a su madre muchísimo. Vamos, su madre se murió hace relativamente poco, muy mayor ya la mujer”.

“¡Carmela, Carmela de Chano, ábreme la puerta que está aquí tu hijo!”, cuentan los vecinos que Juan gritaba desde la calle a su madre cuando llegaba de la alegría de la fiesta.

Ya la voz del genio del tirititrán se apagó. Y ni siquiera suena en el Centro Flamenco de la Merced que con las puertas abiertas apenas ofrecía una fotografía de gran tamaño del artista, realizada para la exposición del Congreso Internacional de Flamenco. Nada más. Ni unos vídeos. Ni unos cantes. Nada. Sólo la sombra de una recreación de ese “¡Carmela, Carmela la de Chano, ábreme!”, suena ahora en los labios de una vieja amiga.

“Pero desde la asociación de vecinos creo que hemos estado a la altura y, en vida, siempre ha tenido nuestro cariño y nuestras muestras de afecto”, recuerda el presidente de las Tres Torres, José Rodríguez, afectado por la pérdida del que siempre consideró “un amigo”.

Una prueba más del afecto de la asociación por el baluarte del flamenco tendrá lugar el próximo 15 de mayo “cuando inauguremos el busto con la imagen de Chano”, adelanta. “Queremos ponerlo en la plaza de la Merced pero necesitamos el permiso del Ayuntamiento. Nos da mucha pena que él no esté. Hemos rezado mucho para que viera ese día pero no va a poder ser”, se lamenta.

Pocas calles más arriba, en la hermandad del Nazareno, Santiago Posada, no olvida “la devoción” que el cantaor sentía por el regidor perpetuo de su ciudad. “Este jueves, antes de la salida, tendremos un recuerdo especial para Chano en la oración, pero la misa por su alma la tendremos más adelante, posiblemente el primer viernes después de esta semana porque, según nos dice nuestro director espiritual, en la semana de gloria no se puede hacer misas de difuntos”, relata.

Fuera de las sombras de Santa María, prácticamente regresando del tanatorio en Sevilla, el que fue su mánager durante 15 años, Antonio Benítez, se dolía por la “gran pérdida” de Chano Lobato con la esperanza “de que todas las instituciones se unan en Cádiz para dar un gran homenaje”.

Un recuerdo. Un embuste. Una anécdota superlativa. Un poquito de su compás, inigualable, con el que hoy laten nuestros corazones. Una vela. Un ramo. Un lloro. Un rezo. Un cuplé por bulerías que borre, con el viento de Levante, las sombras que hoy abrazan el barrio.

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