Crítica de Cine

Vida de márgenes

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

Realismo, discreción, austeridad, contención y apunte social son los pilares sobre los que se cimienta el segundo largo de Antonio Méndez Esparza (Aquí y allá), rodado en Florida e interpretado por actores no profesionales en una suerte de variación contemporánea del docudrama.

Con ausencia de música y en búsqueda de una depuración de los elementos, La vida y nada más pega unos precisos tajos narrativos en el día a día de una familia negra de clase obrera lastrada por la ausencia del padre (en la cárcel) y en constante coqueteo con la precariedad y la delincuencia.

Méndez toma distancia sobre sus criaturas y las observa en sus rutinas siempre desde fuera, dejando que el drama, la psicología o el subrayado social (el racismo, la condición de clase) no intervengan demasiado en un arco narrativo amplio muy bien suturado por el montaje.

Con todo, hay en su tramo de salida un cierto tufillo a mensaje de redención y superación, una voluntad (moral) de reconciliación y reinserción que se diría superpuesta a la rigurosa dinámica espacio-temporal que la película ha establecido en todo momento.

Y si me permiten un consejo, eviten ver la versión doblada, que no sólo juega en contra de sus propósitos realistas, sino que nos castiga con una voz demasiado parecida a la del ínclito Rufián.

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